El primer acorde de la noche no fue un disparo, ni el grito de una sirena, sino el crujir sordo de unos tacones sobre los adoquines húmedos. El sonido resonó en el estrecho callejón, un compás solitario en la sinfonía silenciosa de la ciudad. Isabella no caminaba, flotaba; su vestido de cuero negro,ceñido al cuerpo como una segunda piel, capturaba la luz amarillenta de las farolas y la devolvía en destellos de esmeralda. El aire frío de la noche le rozaba los hombros desnudos, un escalofrío que no tenía nada que ver con la temperatura. Sabía que la estaban esperando.
Podía sentir sus miradas pesando sobre ella desde las sombras, como la presión de una mano invisible.
Se detuvo en el centro del callejón, el punto de encuentro prefijado. No miró hacia las sombras; su rostro, enmarcado por una cascada de cabello cobrizo, se mantuvo sereno, casi impasible. Sus ojos, del color del musgo en un bosque antiguo, se clavaron en la pared de ladrillos frente a ella, donde un grafiti descolorido proclamaba: "About Time". El mensaje la hizo sonreír para sus adentros. Sí, era hora.
"La puntualidad es una virtud, señorita Moretti", una voz grave rompió el silencio. No era una pregunta, sino una afirmación. La voz pertenecía a Alessandro Volpe, el mayor de los cuatro. Se separó de la pared, un fantasma vestido de negro. Su traje, impecable, acentuaba la rigidez de su porte. El rostro, cincelado en piedra, no mostraba emoción alguna.
Isabella giró la cabeza lentamente, sus ojos finalmente encontrándose con los de él. "Para la virtud, la paciencia es la madre, señor Volpe". Su voz era suave, con un timbre que podía ser tan dulce como la miel y tan afilado como el cristal.
Detrás de Alessandro, las otras tres sombras emergieron. Marco, el segundo al mando, un hombre robusto con la cara surcada por una cicatriz que le bajaba desde la ceja hasta la mandíbula. Le gustaba el poder de la fuerza bruta, la intimidación física. A su lado, Dante, el hermano menor de Alessandro. Un hombre más joven, con una elegancia más moderna, aunque sus ojos eran los más viejos de todos, llenos de una astucia fría. Y finalmente, Giovanni, el "contador". Siempre en la retaguardia, con sus gafas redondas y su mirada de ratón, pero con una mente que podía calcular las consecuencias de cada movimiento antes de que alguien siquiera pensara en hacerlo.
Alessandro dio un paso más, la distancia entre ellos disminuyendo. "Hemos perdido demasiado tiempo. ¿Dónde está?"
"¿Dónde está qué, señor Volpe?" Isabella inclinó la cabeza, su cabello cobrizo deslizándose sobre su hombro. "¿La respuesta que esperaban? ¿La verdad que los atormenta? O tal vez, ¿la llave de su futuro?"
"No juegue con nosotros, Isabella", Marco gruñó, su voz rasposa. "Sabemos que tiene la información. Ahora, suéltela. El Jefe no es un hombre paciente".
"Y yo no soy una de sus piezas", replicó ella, con un tono que no dejaba lugar a dudas. "Si el 'Jefe' quiere hablar conmigo, que venga él mismo. A menos que, por supuesto, no tenga el valor de enfrentarme".
Dante sonrió, una sonrisa sin calor. "El Jefe está ocupado, Isabella. Nosotros somos su voz y sus manos".
"Y yo", dijo ella, con una risa suave que resonó en el callejón, "soy la dueña de lo que ustedes buscan. No me digan que estoy en su territorio, señores. Si estoy aquí, es porque yo lo permití".
Giovanni, el silencioso, se ajustó las gafas. "Las bravatas no nos llevarán a ninguna parte. La información que buscamos es vital para la familia. El control de las rutas del este, la red de contrabando de diamantes... Son cosas que no podemos permitirnos perder".
"Y yo les aseguro, Giovanni, que si la información cae en manos equivocadas, no solo perderán las rutas, sino también la cabeza", respondió Isabella. "Hablemos de negocios. Ustedes quieren algo, y yo lo tengo. El precio es lo que falta. ¿O acaso pensaban que les daría la información por la cara bonita de Alessandro?"
La tensión se hizo tan densa que se podía cortar con un cuchillo. Alessandro, por primera vez, mostró una pizca de emoción: una chispa de furia en sus ojos. "Te atreves a ponerle un precio a la familia, Isabella. Te recuerdo que tu lealtad ya ha sido comprada".
"Mi lealtad, Alessandro, no se compra, se gana. Y lo que compraron fue un servicio, no un alma. Me pidieron que me infiltrara, que obtuviera la información. Lo hice. Y ahora es el momento de la recompensa".