Una cama que él forjó

Una cama que él forjó

rabbit

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Capítulo

Silas Hudson, el magnate local de Sangrilas, me encontró aquel año en que mi memoria era un vacío. Y durante los siguientes siete años, me mantuvo a su lado y me colmó de atenciones. Todos decían que yo era su punto débil, un talón de Aquiles que nadie podía rozar. Y corría la voz que estaba a punto de casarse conmigo. Hace poco, lo vieron en el extranjero, pidiendo un vestido a medida enjoyado con diamantes. Hasta el día en que bebí medio vaso de vino embrujado y me sentí débil. Su voz resonó en mis oídos: "Cuando llegue el momento, envía a Sandy Ramos a la cama de Charlie Schultz. No creo que él pueda resistirse a ella. Asegúrate de poner suficiente dosis en su bebida. Yo mismo he entrenado a Sandy. No sabe la suerte que tiene". Alguien le susurró: "¿De veras estás dispuesto a darle a Sandy? Lleva tanto tiempo a tu lado". "Para que Kaitlin vea que Charlie no es el hombre íntegro que ella cree, no me importa sacrificar a Sandy". De pronto recordé la razón por la que me había cuidado todos esos años.

Capítulo 1

Ese año, Silas Hudson, el magnate de Sangrilas, me recogió cuando andaba perdida y sin memoria. Y durante siete años seguidos, no hizo más que consentirme y mantenerme a su lado.

Todos decían que yo era el punto débil del príncipe de Sangrilas, y que nadie debía meterse conmigo.

Y corría la voz de que estaba a punto de casarse conmigo.

Poco antes, lo pillaron en el extranjero encargando un vestido cuajado de diamantes.

Hasta que un día bebí medio vaso de vino con una droga y acabé atontada.

Oí su voz rozándome el oído: "Llegado el momento, mete a Sandy Ramos en la cama de Charlie Schultz. A ver si es capaz de resistirse a ella.

Ponle la dosis completa en el trago; la que yo mismo he entrenado, que se la sude de barata".

Alguien le susurró: "¿Y no te duele? Sandy te ha seguido tanto tiempo".

"Con tal de que Kaitlin Ellis vea con sus propios ojos que Charlie no es ningún santo, hasta con diez Sandys pagaría".

De golpe recordé por qué me había recogido en aquel entonces.

...

Apenas me pasé el trago, ya me sentía como atontada.

Silas me llamó suave y repetidas veces, pero ni para contestar tenía fuerzas.

Tenía los párpados como plomo. Y los brazos y las piernas, hechos un trapo. Por dentro, la sangre y la piel me ardían. Pero la mente la tenía despejada. Tan lúcida para oír cada una de sus palabras, que me calaron hasta los huesos.

Cuánto tiempo sin oír el nombre de Kaitlin.

Hace muchos años, solo nos cruzamos un par de veces, así nomás. Siempre puso cara de pocos amigos.

Por más que Silas pusiera su mejor sonrisa para congraciarse, ella ni lo miraba en serio.

La última vez que la vi, se empeñó en salir del país, aunque todos se lo llevaban contado.

Desde el auto, miraba a Silas bajarse los calzones para rogarle.

"Mi reina, aquí puedes hacer lo que se te antoje, yo te cubro las espaldas. ¿Para qué irte tan lejos con él?".

Kaitlin andaba por los veinte y pico. Traía un caballete al hombro mientras hablaba con Silas. Le bailaba la impaciencia en esa cara tan linda.

"Donde caiga Charlie, allí estaré yo. Y a ti qué te importa".

Alzó la ceja y me echó un vistazo, y con una sonrisa de medio lado le dio un codazo en el hombro. Le sopló algo al oído y Silas, no le quedó de otra, agachó la mollera.

Después me fui dando cuenta de lo que le habría encargado a Silas. "Pinta de lujo. Tú me entiendes, Silas...".

De ahí en adelante, el segundo piso de la mansión de los Hudson fue tierra prohibida para todos. Solo yo podía andar por ahí como si nada.

La gente de afuera se moría por especular que era el cuarto de oro que Silas me tenía preparado, puro lujo y tesoros por todos lados.

En lo único que atinaron fue en que arriba había una cama de aquellas.

Silas se agarraba de mi cintura, noche tras noche, sin cansancio. Le encantaba verme los ojos vidriosos antes de que perdiera el sentido.

Del otro lado, un estudio enorme.

Cuando Silas se iba al jale en el Grupo Hudson, yo me pasaba el día entero allí, pintando.

Trazo y color se enredaban en el lienzo, una maraña de pinceladas y tonos vivos.

Con el tiempo, esas pinturas sonaron fuertes internacionalmente a nombre de Kaitlin.

Decían que era una genia impresionista que se ve una vez en la vida, que sus cuadros rebosaban vitalidad y se metían con el cosmos.

La verdad es que, bajo esa maraña, iban fragmentos de mis recuerdos hechos pedazos.

Fuego que no se apagaba en toda la noche, el patio que se venía abajo, y aquella voz desesperada. "Nuestra familia... tiene que seguir junta, completa, por toda la eternidad".

...

Recuerdos a pedazos me cruzaron la cabeza, como la voz apurada de un chico. Parecía estar advirtiéndole al médico que de nacimiento algunos fármacos me resbalan.

Silas se me acercó otra vez y me tocó el brazo. Donde pasaba su mano, sentía un frío de muerte.

No pude evitar pegarme más a él. Quise abrir la boca pero no salió ni un ruido.

Su aliento, caliente, me golpeaba la cara, pero poquito a poco me fue helando el corazón.

"¿No decía Kaitlin que Charlie es un hombre decente? ¿Que no la tocaría hasta el día de la boda? Pero yo quiero que vea bien claro que todos los hombres son iguales por dentro".

"En cuanto vea a Charlie haciéndole esas cochinadas a Sandy, ja. A que no le siguen las ganas de casarse con él". El que estaba a su lado no paraba de darle la razón: "Para entonces la señorita Kaitlin ya habrá caído en que nadie la trata mejor que usted".

Reconocí la voz: era Wilbur Powell, el asistente de a pie de Silas.

La mano de Silas me tocó la mejilla una vez más. Su tacto estaba helado. Y no paraba de llamarme: "Sandy, Sandy".

Como no le contestaba, le entró la rabia: "¿Cuánto le echaste? Te dije que solo era para probar. ¿Y por qué no despierta?".

Wilbur se apuró a explicar: "De veras que solo le puse una pizca. Capaz en unos minutitos se levanta".

Y bajando la voz: "Quieto, que para la función le pongo la medida justa, y se despertará sin acordarse de nada".

Al fin caí en la cuenta de todo el rollo.

La movida de Silas era drogarme y tirarme a la cama de Charlie, pero sin que me enterara.

Silas también habló con calma. "Cuando todo esté listo, consíguele un pasaje a Sandy para que se largue al extranjero. Ya cuando me case con Kaitlin, la traemos de vuelta".

Los efectos de la droga iban pasando.

Pero yo, con los ojos bien cerrados, aguantando el dolor que me retorcía por dentro. Las manos apenas encogidas, pero con las uñas ya clavadas en las palmas, de donde brotaba la sangre.

Recordé lo que Silas me dijo justo antes de que bebiera el vino, entre besos en el pelo: "Sandy, hay veces que de verdad quiero esconderte a mi lado para siempre".

Y vaya si era corto ese "para siempre".

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