Por Alberto
Soy un empresario modelo.
Soy serio, familiar, con una esposa hermosa, despampanante, bella, elegante y fría, sí, más fría que el hielo, más fría que una noche en pleno invierno en remera de mangas cortas en el medio del campo.
Sin embargo, nuestra vida se desarrollaba perfecta, vivíamos en una mansión en la zona más exclusiva de la ciudad de Mendoza, teníamos varios autos, los mejores, viajamos a Europa a cada rato, todo lo que teníamos era de primera calidad...
Pero a Buenos Aires viajaba yo solo, mi mujer no dejaba la comodidad de nuestra mansión, salvo que estuviese viajando alrededor del mundo.
Luego que nació nuestro pequeño Fernandito, todo siguió igual, el niño tenía su niñera, que también era la mejor, con una cultura para que mi hijo aprendiera de ella no solamente cultura general, también a comportarse bajo ciertas reglas...
Cuando yo estaba en casa, cada tanto, jugaba con él, aunque trabajaba mucho.
En Buenos Aires era otra cosa, al principio mi estadía era en hoteles, me resultaba más cómodo, pero me sentía solo, ya que mi estadía era prolongada.
Estaba un mes entero, iba a Mendoza una semana y volvía, me quedaba 15 días y así transcurría mi vida, entre viajes y negocios.
En Buenos Aires me olvidaba que estaba casado y dejaba de ser el hombre familiar que en Mendoza todos admiraban, allí estaban mis otros amigos, y algún socio muy discreto, ya que todos estábamos en situaciones similares.
Estaba en una discoteca, ni sé cómo terminé allí, no era mi estilo, prefería algo más tranquilo, donde se consiguiera alguna acompañante de alto nivel, quizás alguna modelo, pero donde todas sabían que era esa noche y nada más, podría haber dos encuentros, nunca más de dos veces, no podía arriesgarme a algún escándalo.
¿Doble vida? No, sólo infiel y con razón, pensaba yo, porque no tenía en casa lo que necesitaba, a eso se le sumaba la soledad de Buenos Aires.
Estaba tomando un Whisky, mirando la pista de baile, escuchando música rock, mi amigo ya estaba ligando a una hermosa morocha, con un cuerpo curvilíneo, espectacular, pero no era mi tipo, aparte, ella, no aparentaba más de 20 años, para cambiar pañales tenía a mi hijo.
Por eso no me gustaban estos lugares, las chicas eran demasiado jóvenes y yo estaba para otra cosa, no para hacer de novio, estaba casado y tenía una hermosa y perfecta familia.
Cambió el ritmo de la música, llegaron los lentos, estaba pensando en irme a mi hotel, paso por el baño y me voy, pensé, de mi amigo no tenía noticias.
Me alejé de la barra y cuando giré, vi a la mujer que era el ideal de mis sueños, caminé hacia ella como hipnotizado, estaba con un grupo, en un costado, supongo que eran sus amigas, esa mujer se destacaba, era hermosa, delicada, con una belleza que emanaba dulzura y al mismo tiempo una sensualidad indescriptible, con cabello dorado, de un dorado cobrizo y una boca perfecta.
¡Dios, qué mujer! ¡Que pechitos! No eran grandes pechos, más bien normalitos, firmes, con esa ropa ajustada que los resaltaba con delicadeza y parecían mirarme.
Subí la mirada, me dije.
Ya estaba a un metro de ella, vi sus ojos claros, celestes como el cielo y descubrí una mirada que me hizo temblar.
Reduje el espacio que quedaba entre los dos y la tomé de la mano, invitándola a bailar.
Era menuda, me llegaba hasta la boca, eso porque ella estaba con zapatos de taco alto, por lo qué deduje que descalza me llegaría a los hombros.
La música era perfecta, invitaba a bailar abrazados.
No era mi intención, pero cuando la tuve cerca, la pegué a mí y pensé en rozar los labios, pero sentí su boca y la besé con unas ansias y una pasión que no recuerdo haber sentido jamás.
Me excité como nunca y juro que me separé para que ella no sintiera mi miembro duro.
No sabía ni su nombre, lo que en cualquier otra situación no me hubiese importado, es más, daba igual si se llamaba Lulú, Mimí o qué sé yo.
Pero esta chica era distinta, parecía jovencita, no era lo que yo acostumbraba...
Me avergoncé por no poder controlar mis instintos, pero la realidad era que la quería poseer en ese instante.
Sentí que se sorprendió con mi beso, al principio no me correspondió, tampoco se negó, pero, sentí su temblor.
- ¿Cómo te llamás?
Pregunté
-Alice, ¿Y vos?
Respondió con voz temblorosa sin animarse de mirarme a los ojos.
-Soy Alberto.
Obvio que mi apellido no se lo dije, había muchos Prondell, pero si llegaba a conocer de vinos, no quería que me relacionara.
-Sos lo más rico qué probé en mí vida.
Le dije al oído.