La noche era fresca, pero las luces del salón de eventos brillaban con una intensidad que hacía olvidar cualquier sensación de frío. Victoria Alvarado se encontraba de pie, cerca de las ventanas del lujoso salón, observando la ciudad iluminada que se extendía ante ella como un mar de luces. A su alrededor, los murmullos de la alta sociedad se mezclaban con el tintinear de las copas de cristal. La fiesta de gala organizada por su familia, como siempre, era un espectáculo de opulencia y pretensión.
Cada detalle estaba perfectamente controlado, desde la decoración hasta los invitados, todos cuidadosamente seleccionados para mantener la imagen impecable de la familia.
Pero Victoria no podía dejar de sentirse atrapada en ese ambiente que, para todos los demás, representaba el pináculo del éxito. Para ella, sin embargo, se había convertido en una jaula dorada.
A sus 28 años, Victoria tenía todo lo que cualquier persona en su posición podría desear: belleza, riqueza, una familia poderosa que la respaldaba y un futuro prometedor como heredera de uno de los conglomerados más grandes del país. Sin embargo, nada de eso la satisfacía. La vida que su familia había diseñado para ella no era suya. Se esperaba que fuera una esposa perfecta, que dirigiera la empresa familiar algún día, que viviera según los estándares de quienes la rodeaban, pero Victoria no quería esa vida. No quería cumplir los roles que le habían asignado, y mucho menos quería un matrimonio arreglado con el hombre que su padre había elegido para ella, Arturo Medina, un ejecutivo con la mirada fría y calculadora que siempre había sido una sombra en su vida.
Con una copa de vino en la mano, Victoria se giró, tratando de ocultar su incomodidad tras una sonrisa falsa. El ruido de la fiesta a su alrededor se mezclaba con la sensación de estar completamente desconectada de todo y de todos. Sentía el peso de las miradas de la gente, las expectativas pesando sobre sus hombros, y a pesar de la multitud, se sentía más sola que nunca.
"Te ves increíble esta noche, Victoria," dijo Beatriz, la esposa de uno de los socios de su padre, acercándose con una sonrisa de cortesía. "Arturo debe estar muy orgulloso de ti."
Victoria asintió, forzando una sonrisa que no alcanzaba sus ojos. "Gracias, Beatriz."
"Te noto algo distante, querida. ¿Todo bien?" Beatriz la miró con cierta preocupación, aunque no era la clase de pregunta que alguien como ella haría en ese ambiente. En ese mundo, el verdadero problema era mostrar cualquier signo de debilidad. "Es solo que... a veces me siento un poco agobiada, ya sabes, con todo esto."
Beatriz no pudo evitar una risa nerviosa. "Entiendo perfectamente. Las expectativas familiares son mucho, pero has sido educada para manejarlo. A mí también me costó al principio, pero te acostumbras."
Victoria guardó silencio, incapaz de decir lo que realmente sentía: que el ser la hija perfecta de una familia adinerada no la hacía feliz, que estar atrapada en ese mundo la estaba asfixiando.
En ese momento, un camarero pasó cerca de ella, ofreciendo una bandeja con copas de champán. Victoria tomó una sin pensarlo, más por el gesto automático de buscar una distracción que por el deseo de beber. Bebió un sorbo largo, dejándose envolver por el burbujeo que llenaba su boca, intentando alejarse de la atmósfera opresiva que la rodeaba.
El escape
A medida que la fiesta continuaba, Victoria comenzó a sentirse más agobiada. La risa forzada de la gente, las conversaciones superficiales sobre negocios y apariencias, todo eso la estaba sumiendo en una melancolía profunda. Necesitaba un respiro. Miró a su alrededor, buscando una salida. Había una puerta discreta en el extremo del salón que conducía a un pasillo apartado. Sin pensarlo dos veces, dejó a Beatriz y a la multitud atrás y caminó hacia la puerta.
El pasillo estaba oscuro, con solo una luz tenue iluminando las paredes de madera y el suave eco de sus tacones resonando a lo largo del corredor. Victoria cerró los ojos por un momento, respirando profundamente. Estaba lejos de las expectativas, lejos de las miradas. En ese instante, se sintió por fin libre, aunque solo fuera por unos minutos.
Avanzó por el pasillo hasta llegar a una pequeña sala privada. La puerta estaba ligeramente abierta, y cuando Victoria la empujó, encontró un pequeño espacio vacío y silencioso. La música de la fiesta apenas llegaba a ese lugar apartado. Nadie la buscaría allí, pensó. Era el respiro que tanto necesitaba.