El sonido del avión aterrizando en el aeropuerto de la ciudad familiar le trajo una mezcla de sensaciones a Ana. Su estómago se revolvía mientras la emoción y el nerviosismo competían por salir a la superficie. El aire de la ciudad, que tantas veces había respirado durante su juventud, parecía diferente ahora, denso y lleno de recuerdos no tan lejanos, pero que había aprendido a enterrar. El tiempo había pasado, pero algunas huellas quedaban, marcadas por el fracaso y la decisión de dejar atrás lo que había sido su vida por años.
Ana observó por la ventanilla del avión como las luces del aeropuerto empezaban a iluminarse con la caída del atardecer. La sensación de que nada había cambiado del todo se mezclaba con la constante presión de saber que todo había cambiado en su vida. Su decisión de regresar había sido dura. Había pasado años lejos, construyendo una carrera, una nueva vida, lejos de los recuerdos que la perseguían aquí. Y sin embargo, ahora todo lo que quería era cerrar un ciclo.
Cuando el avión tocó tierra, Ana cerró los ojos por un instante, respirando profundamente. Había venido a resolver lo que parecía un asunto sin solución, un asunto de trabajo, pero más profundo que eso, un asunto personal que, de alguna forma, la había estado esperando en cada rincón de su mente desde que decidió irse. Este regreso no era solo profesional, sino que venía cargado de una sombra del pasado, esa que había tratado de olvidar, pero que ahora regresaba con la misma fuerza que siempre tuvo.
El sonido del cinturón de seguridad desabrochándose la sacó de sus pensamientos. Rápidamente, Ana se levantó y comenzó a recoger sus pertenencias, todo mientras pensaba en los días que siguieron a su partida, en las razones por las cuales nunca había vuelto antes, en la promesa que se hizo a sí misma de que nunca regresaría a esta ciudad, a esta vida, y mucho menos a ese lugar.
Cuando salió del terminal, las luces de la ciudad parecían dar la bienvenida con una calidez engañosa. Aunque la ciudad seguía siendo la misma, Ana había cambiado. No solo físicamente, sino emocionalmente. Había aprendido a dejar ir, a seguir adelante, a ser exitosa por su cuenta. Pero la vida tenía una forma extraña de jugar con las expectativas, y el destino, como siempre, tenía otros planes.
Al llegar al hotel donde se hospedaría durante los primeros días de su estancia, no pudo evitar sentir cómo sus pasos la llevaban directamente al pasado. Cada calle, cada rincón, estaba cargado de recuerdos que no podía borrar, aunque había intentado borrar todos aquellos detalles que la conectaban con ese capítulo cerrado de su vida. Su habitación estaba lista, pero lo que necesitaba no era descansar. Necesitaba prepararse para la razón de su regreso: el trabajo.
La empresa que la había contratado, una multinacional con filiales en todo el país, estaba en una encrucijada importante. Su nuevo puesto como consultora de operaciones la colocaba en una posición privilegiada, pero también en el centro de un juego de poder que le resultaba tanto familiar como aterrador. Se sentó en la cama, mirando hacia la ventana, mientras sus pensamientos la invadían, como una marea que no dejaba espacio para la calma.
No quería admitirlo, pero el regreso tenía una razón más profunda que el trabajo. No lo podía negar. Lucas. El nombre flotaba en su mente como una sombra persistente. Lucas Ortega, el hombre que había dejado atrás, el hombre que había sido su todo en su momento, pero al que abandonó sin miramientos. El que alguna vez amó, pero que ella desechó porque su futuro parecía más prometedor al lado de otro hombre, más seguro, más condescendiente. El que había sido pobre cuando se conocieron, y que ella había creído que no podía ofrecerle el futuro que necesitaba.
Ahora, Lucas no era solo un recuerdo. Lucas era el dueño de la empresa donde ella trabajaría. La verdad la había golpeado con la fuerza de un tren cuando vio su nombre en los documentos de bienvenida de la empresa. El que alguna vez fuera su novio, el hombre que había dejado sin piedad, había ascendido de manera vertiginosa, construyendo un imperio, un imperio que ahora la esperaba.
Ana cerró los ojos, tratando de alejar de su mente la imagen de él. Sabía que era inevitable. En el momento que aceptó ese trabajo, aceptó también el riesgo de encontrarse cara a cara con él. No estaba preparada, pero ¿quién lo estaría? En algún rincón de su alma, todavía guardaba el peso de las decisiones equivocadas. Y ahora, ese mismo hombre que había dejado atrás, ahora dueño de su futuro profesional, la miraría desde arriba, como si nada hubiera pasado, como si su historia no hubiera sido otra que una coincidencia en sus vidas.