Adiós al Pasado

Adiós al Pasado

Gavin

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En la inmensidad sombría de la mansión Reyes, un escalofrío me recorrió al ser finalmente "reconocida" por mi familia biológica. Pero esta aceptación era una farsa, un frío saludo eclipsado por las sonrisas burlonas de Valentina, la hija adoptiva que robó mi lugar, y la indiferencia de mis padres. Cada pequeña humillación, desde el vestido prometido hasta la foto familiar, era una herida, un recordatorio de que era una intrusa. Cuando Valentina apostó a mi novio, Ricardo, el único consuelo en mi vida desolada, creí que el amor verdadero triunfaría. Ricardo, mi pilar, me defendió con palabras tan apasionadas que me hicieron creer en un falso cuento de hadas. Pero la verdad, como un relámpago cruel, me golpeó minutos después: Ricardo, el hombre "pobre" y "enamorado", era un poderoso empresario en busca de venganza contra mi propia familia, y yo, yo solo era su carnada. El anillo de fantasía en mi dedo se convirtió en el símbolo de su traición, mientras mi corazón se hacía pedazos al entender que fui una herramienta en su retorcido juego. ¿Cómo pude ser tan ciega? ¿Cómo pude ser tan estúpida? Consumida por la rabia y el dolor, decidí que ya no sería un peón, sino una jugadora, aunque eso significara destruir todo lo que creí conocer.

Introducción

En la inmensidad sombría de la mansión Reyes, un escalofrío me recorrió al ser finalmente "reconocida" por mi familia biológica.

Pero esta aceptación era una farsa, un frío saludo eclipsado por las sonrisas burlonas de Valentina, la hija adoptiva que robó mi lugar, y la indiferencia de mis padres.

Cada pequeña humillación, desde el vestido prometido hasta la foto familiar, era una herida, un recordatorio de que era una intrusa.

Cuando Valentina apostó a mi novio, Ricardo, el único consuelo en mi vida desolada, creí que el amor verdadero triunfaría. Ricardo, mi pilar, me defendió con palabras tan apasionadas que me hicieron creer en un falso cuento de hadas.

Pero la verdad, como un relámpago cruel, me golpeó minutos después: Ricardo, el hombre "pobre" y "enamorado", era un poderoso empresario en busca de venganza contra mi propia familia, y yo, yo solo era su carnada.

El anillo de fantasía en mi dedo se convirtió en el símbolo de su traición, mientras mi corazón se hacía pedazos al entender que fui una herramienta en su retorcido juego.

¿Cómo pude ser tan ciega? ¿Cómo pude ser tan estúpida?

Consumida por la rabia y el dolor, decidí que ya no sería un peón, sino una jugadora, aunque eso significara destruir todo lo que creí conocer.

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5.0

Siempre creí que mi vida con Ricardo De la Vega era un idilio. Él, mi tutor tras la muerte de mis padres, era mi protector, mi confidente, mi primer y secreto amor. Yo, una muchacha ingenua, estaba ciega de agradecimiento y devoción hacia el hombre que me había acogido en su hacienda tequilera en Jalisco. Esa dulzura se convirtió en veneno el día que me pidió lo impensable: donar un riñón para Isabela Montenegro, el amor de su vida que reaparecía en nuestras vidas gravemente enferma. Mi negativa, impulsada por el miedo y la traición ante su frialdad hacia mí, desató mi propio infierno: él me culpó de la muerte de Isabela, filtró mis diarios y cartas íntimas a la prensa, convirtiéndome en el hazmerreír de la alta sociedad. Luego, me despojó de mi herencia, me acusó falsamente de robo. Pero lo peor fue el día de mi cumpleaños, cuando me drogó, permitió que unos matones me golpearan brutalmente y abusaran de mí ante sus propios ojos, antes de herirme gravemente con un machete. "Esto es por Isabela", susurró, mientras me dejaba morir. El dolor físico no era nada comparado con la humillación y el horror de su indiferencia. ¿Cómo pudo un hombre al que amé tanto, que juró cuidarme, convertirme en su monstruo particular, en la víctima de su más cruel venganza? La pregunta me quemaba el alma. Pero el destino me dio una segunda oportunidad. Desperté, confundida, de nuevo en el hospital. ¡Había regresado! Estaba en el día exacto en que Ricardo me suplicó el riñón. Ya no era la ingenua Sofía; el trauma vivido había forjado en mí una frialdad calculada. "Acepto", le dije, mi voz inquebrantable, mientras planeaba mi escape y mi nueva vida lejos de ese infierno.

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