Veinte Años De Engaño

Veinte Años De Engaño

Gavin

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Veinte años. Veinte años dejé mi mariachi y mi pasión, mi alma, para convertirme en el "señor Mendoza", el esposo de Sofía Del Valle, la heredera de la hacienda tequilera más grande de Jalisco. Por su amor, por su "no quiero hijos", me hice la vasectomía, un sacrificio silencioso para demostrar mi devoción ciega. Trabajé, aprendí del agave, me gané el respeto de la gente, pero nunca el de sus padres. Siempre fui el mariachi pobre. La verdad me golpeó como un agave sin jima en nuestro vigésimo aniversario de bodas, en medio de una fiesta llena de la alta sociedad. Encontré certificados de nacimiento. Sofía, madre, y Alejandro "El Charro" Ramírez, el amigo de la infancia, el eterno "rival" , padre de gemelos de diecinueve años. ¡Diecinueve años de mentiras! ¡De una farsa cruel y elaborada! ¿Cómo pudo haberme engañado así? ¿Cómo pude ser tan ciego? La rabia me quemaba, la náusea me asfixiaba. Cuando la encaré, su frialdad me heló la sangre. "Necesitaba herederos para la hacienda", dijo, como si hablara del clima. Me abofeteó, sus hijos biológicos me insultaron llamándome "mantenido", y Alejandro, el falso amigo, sonreía triunfal. Había sido usado, despojado de mi dignidad, y expulsado de la que creí mi vida. Esta vez, no me iría con las manos vacías. Era hora de que el mariachi recuperara su canto.

Introducción

Veinte años. Veinte años dejé mi mariachi y mi pasión, mi alma, para convertirme en el "señor Mendoza", el esposo de Sofía Del Valle, la heredera de la hacienda tequilera más grande de Jalisco.

Por su amor, por su "no quiero hijos", me hice la vasectomía, un sacrificio silencioso para demostrar mi devoción ciega. Trabajé, aprendí del agave, me gané el respeto de la gente, pero nunca el de sus padres. Siempre fui el mariachi pobre.

La verdad me golpeó como un agave sin jima en nuestro vigésimo aniversario de bodas, en medio de una fiesta llena de la alta sociedad. Encontré certificados de nacimiento. Sofía, madre, y Alejandro "El Charro" Ramírez, el amigo de la infancia, el eterno "rival" , padre de gemelos de diecinueve años.

¡Diecinueve años de mentiras! ¡De una farsa cruel y elaborada! ¿Cómo pudo haberme engañado así? ¿Cómo pude ser tan ciego? La rabia me quemaba, la náusea me asfixiaba.

Cuando la encaré, su frialdad me heló la sangre. "Necesitaba herederos para la hacienda", dijo, como si hablara del clima. Me abofeteó, sus hijos biológicos me insultaron llamándome "mantenido", y Alejandro, el falso amigo, sonreía triunfal. Había sido usado, despojado de mi dignidad, y expulsado de la que creí mi vida. Esta vez, no me iría con las manos vacías. Era hora de que el mariachi recuperara su canto.

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Mi mano temblaba mientras firmaba los papeles del divorcio, un acto que sellaría el fin de mi matrimonio con Isabella y pondría en marcha un futuro incierto. Pero para mí, Ricardo Vargas, ese no era el final, sino el comienzo de una segunda oportunidad, un milagro inexplicable tras una pesadilla que ya había vivido una vez. Recordaba la ceguera de Isabella, su devoción absoluta por su hermana, Camila, y su sobrino mimado, Mateo, cómo mi hogar se convirtió en una fuente inagotable de recursos para ellos, mientras mi propia hija, Sofía, era ignorada. La imagen más dolorosa, la que me había despertado sudando frío, era la de mi pequeña Sofía, de solo cinco años, ardiendo en fiebre, luchando por respirar. Mientras yo, desesperado, llamaba a Isabella una y otra vez sin obtener respuesta; ella, como siempre, atendía los caprichos de su hermana. Cuando finalmente regresó a casa, ya era demasiado tarde: la vida de Sofía se había apagado en la soledad de su habitación, y con ella, el alma de Ricardo se había roto en mil pedazos. Ahora que el destino me había dado una segunda oportunidad, me di cuenta de que mi esposa ni siquiera conocía a su propia hija. Necesitaba una prueba, un ultimátum silencioso, y así se lo propuse a mi Sofía: "Cuando mamá llegue, si viene a verte a ti primero y te da un beso, nos quedaremos aquí todos juntos; pero si va primero a ver a tu primo Mateo, entonces tú y yo nos iremos de viaje, un viaje muy largo, solo nosotros dos, ¿estás de acuerdo?". Unos minutos después, el auto de Isabella se estacionó afuera y escuchamos su voz melosa y preocupada: "¡Camila! ¡Mateíto, mi vida! ¿Cómo están? Vine en cuanto me dijiste que el niño tenía tos". Y así, la traición se confirmó, fresca y punzante como la primera vez, mientras veía la silenciosa decepción en los ojitos de mi Sofía. En ese momento, la rabia crecía en mi interior, y me di cuenta de que Isabella no había cambiado; ella nunca cambiaría. No sabía que esta vez, yo sí lo haría.

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Tres años. Tres largos años desde que Alejandro, el hombre con el que iba a casarme, me abandonó en el altar, alegando una ridícula "iluminación espiritual" para unirse a una secta. La verdad, sin embargo, era mucho más sucia y terrenal: no había secta, solo Laura, una mujer a la que Alejandro, mi prometido, había decidido "rescatar" de la miseria para casarse con ella y escalar socialmente, dejándome a mí, Sofía, como daño colateral. Ahora, la mansión se abre de golpe y él está de vuelta, con la misma arrogancia, y a su lado Laura, embarazada, sus ojos recorriendo mi hogar con una mezcla de envidia y triunfo, como si esta casa también les perteneciera por derecho. Con una sonrisa torcida, Alejandro anuncia: "Sofía, he vuelto. Laura y yo nos casaremos. Ella espera a mi hijo. Pero no te preocupes, siempre habrá un lugar para ti a nuestro lado, como una hermana". Escuchar su propuesta, tan audaz como absurda, me revolvió el estómago. Recordé la humillación, las miradas de lástima, las fotos de él y Laura construyendo la vida que me robaron. Mi aparente sumisión los desarmó, se sentaron victoriosos en el sofá, pero justo entonces, un torbellino de energía infantil irrumpió: "¡Mami!" Mi hijo Daniel, de dos años, corrió a mis brazos, y la sonrisa de Alejandro se congeló, su arrogancia reemplazada por el shock. Laura lo miró fijamente, con incredulidad y furia contenida. Entonces, con la inocencia pura de un niño, Daniel señaló el retrato de su padre sobre la chimenea: "¿Dónde está papá? ¿Papá no ha vuelto todavía?". Esa pregunta, cargada de un significado que pulverizó su mundo, destrozó por completo el universo de Alejandro. Su cara, petrificada, pasó del shock a una furia oscura y profunda: ¿De qué demonios estaba hablando? ¿Quién era este niño?

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