El Último Adiós y una Farsa

El Último Adiós y una Farsa

Gavin

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Capítulo

El aire en la capilla, denso con lirios y la tristeza de mi padre fallecido, un respetado detective, era casi insoportable. Estaba de la mano de mi madre, intentando mantener la compostura en lo que debía ser un adiós digno. Pero en ese instante, las puertas se abrieron estrepitosamente, y Camila, una influencer con un vestido rojo escandaloso, irrumpió en el lugar. Con una sonrisa cínica, se paró frente al ataúd y soltó una bomba: "He venido a despedirme del padre de mi hijo, estoy embarazada y él es el padre." Las palabras cayeron como piedras sobre mi madre, quien palideció, mientras un torbellino de rabia me inundaba. Sabía que era una mentira monstruosa, porque mi padre, adoptivo, era estéril, un secreto doloroso que solo nosotras conocíamos. Camila, aprovechando el shock de todos, incluyendo a los periodistas, exigió la herencia y el apellido, humillándonos públicamente. La pesadilla continuó en nuestra casa, ella y Doña Elena, la dueña de la agencia de modelos, la acompañaban y se movían como si la casa ya fuera suya, planeando redecorar y exigiendo lujos. Mi padre, al que todos creían conocer, estaba siendo deshonrado por una farsa brutal, utilizando un reloj que era un regalo de aniversario y una foto manipulada como "pruebas." El daño era inmenso, la opinión pública nos destrozaba, y mi madre se estaba marchitando. Atrapada y sin saber qué hacer, fui a confrontar a Camila, revelando parte del secreto: "Mi padre no podía tener hijos." Con una locura en sus ojos, ella destrozó la urna con las cenizas de mi padre, gritando que pidiéramos la exhumación de su cuerpo para "probar" la infertilidad. Fue entonces cuando las camionetas negras se detuvieron afuera, y de una de ellas descendió "El Jefe", el capo de la droga más poderoso del país. Su sola presencia disolvió el caos, y su mirada hizo que la arrogancia de Camila se desvaneciera. "El Jefe" no la castigó por la mentira del embarazo, sino por su "mal gusto" y falta de respeto en un funeral, ordenando a sus hombres que se la llevaran para "enseñarle modales." La victoria se sentía frágil, más aún cuando Camila gritó algo sobre un "él" que vendría a quitarnos todo. Y llegó Ricardo, el fiscal, con Camila y hombres para exhumar el cuerpo de mi padre, revelando una vieja cicatriz que Camila retorció como prueba de su "debilidad." No tuve otra opción que gritar la verdad: "Mi padre, el detective, era estéril." Ricardo y Camila intentaron usar mi verdad para acusar a mi padre de fraude. Pero "El Jefe" regresó con más hombres, revelando videos y transferencias bancarias que exponían la conspiración criminal de Camila, Ricardo y Doña Elena. Atrapada en su propia mentira, Camila y sus cómplices fueron arrestados por la policía honesta que "El Jefe" había alertado, y el honor de mi padre fue restaurado. De rodillas frente a la tumba abierta, abotoné la camisa de mi padre, devolviéndole su dignidad. "Se acabó, papá. Descansa en paz," susurré, mi voz rota por las lágrimas liberadas. "Su padre estaría orgulloso de usted, Sofía," dijo "El Jefe", y supe que había encontrado mi propia fuerza.

Introducción

El aire en la capilla, denso con lirios y la tristeza de mi padre fallecido, un respetado detective, era casi insoportable.

Estaba de la mano de mi madre, intentando mantener la compostura en lo que debía ser un adiós digno.

Pero en ese instante, las puertas se abrieron estrepitosamente, y Camila, una influencer con un vestido rojo escandaloso, irrumpió en el lugar.

Con una sonrisa cínica, se paró frente al ataúd y soltó una bomba: "He venido a despedirme del padre de mi hijo, estoy embarazada y él es el padre."

Las palabras cayeron como piedras sobre mi madre, quien palideció, mientras un torbellino de rabia me inundaba.

Sabía que era una mentira monstruosa, porque mi padre, adoptivo, era estéril, un secreto doloroso que solo nosotras conocíamos.

Camila, aprovechando el shock de todos, incluyendo a los periodistas, exigió la herencia y el apellido, humillándonos públicamente.

La pesadilla continuó en nuestra casa, ella y Doña Elena, la dueña de la agencia de modelos, la acompañaban y se movían como si la casa ya fuera suya, planeando redecorar y exigiendo lujos.

Mi padre, al que todos creían conocer, estaba siendo deshonrado por una farsa brutal, utilizando un reloj que era un regalo de aniversario y una foto manipulada como "pruebas."

El daño era inmenso, la opinión pública nos destrozaba, y mi madre se estaba marchitando.

Atrapada y sin saber qué hacer, fui a confrontar a Camila, revelando parte del secreto: "Mi padre no podía tener hijos."

Con una locura en sus ojos, ella destrozó la urna con las cenizas de mi padre, gritando que pidiéramos la exhumación de su cuerpo para "probar" la infertilidad.

Fue entonces cuando las camionetas negras se detuvieron afuera, y de una de ellas descendió "El Jefe", el capo de la droga más poderoso del país.

Su sola presencia disolvió el caos, y su mirada hizo que la arrogancia de Camila se desvaneciera.

"El Jefe" no la castigó por la mentira del embarazo, sino por su "mal gusto" y falta de respeto en un funeral, ordenando a sus hombres que se la llevaran para "enseñarle modales."

La victoria se sentía frágil, más aún cuando Camila gritó algo sobre un "él" que vendría a quitarnos todo.

Y llegó Ricardo, el fiscal, con Camila y hombres para exhumar el cuerpo de mi padre, revelando una vieja cicatriz que Camila retorció como prueba de su "debilidad."

No tuve otra opción que gritar la verdad: "Mi padre, el detective, era estéril."

Ricardo y Camila intentaron usar mi verdad para acusar a mi padre de fraude.

Pero "El Jefe" regresó con más hombres, revelando videos y transferencias bancarias que exponían la conspiración criminal de Camila, Ricardo y Doña Elena.

Atrapada en su propia mentira, Camila y sus cómplices fueron arrestados por la policía honesta que "El Jefe" había alertado, y el honor de mi padre fue restaurado.

De rodillas frente a la tumba abierta, abotoné la camisa de mi padre, devolviéndole su dignidad.

"Se acabó, papá. Descansa en paz," susurré, mi voz rota por las lágrimas liberadas.

"Su padre estaría orgulloso de usted, Sofía," dijo "El Jefe", y supe que había encontrado mi propia fuerza.

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Tres años, toda una vida entregada a él. Sofía, yo fui la tonta que usó hasta el último centavo para rescatar a mi Mateo de la ruina, creyendo en su amor, en sus promesas. Día y noche, mi cuerpo y mi alma cuidaron a sus padres enfermos, soportando humillaciones que nadie más vio. Sacrifiqué mi primer embarazo, mi salud, todo por su "carrera", para que él, el gran Mateo, pudiera levantarse de las cenizas. Pero hoy, mi mundo se hizo pedazos. Justo frente a mí, mi esposo Mateo sostenía a otra mujer, Camila, su "amor de la juventud", la misma que lo humilló cuando no tenía nada. "Camila está embarazada", dijo, sin rastro de culpa, "y tú la vas a cuidar". ¡A mí! ¿Que la cuidara? La burla en la cara de Camila, la sonrisa de las empleadas, la furia de Mateo... sentí que me ahogaba en una pesadilla. "Solo es cuidarla un poquito. No eres una princesa, pero actúas como tal. No seas mezquina". Mezquina. Él, el hombre al que rescaté del abismo, el que ahora volvía a tenerlo todo, ¿me llamaba mezquina? "Tú eres buena cuidando gente", sentenció con la mirada fría. Mi corazón se hizo añicos al recordar las palabras de su madre a Camila: "Cuídate por el bien de mi nieto. Eres la única esperanza de esta familia". ¡La única esperanza! Era obvio. Me habían engañado a mí. ¡A mí! ¡Ellos sabían que era su hijo! ¡Todos me estaban engañando! Sentí el frío del mármol bajo mis rodillas, el dolor agudo de la caída. Quise huir, pero no sin él. No sin mi bebé. Pero, ¿realmente quería que mi hijo naciera en esta podredumbre? "¡Mateo, no quiero ir a la cámara frigorífica! ¡No! ¿Por qué me haces esto?", grité, sintiendo el pánico helado que se apoderaba de mí cuando sus empleados me arrastraban. "¡Estoy embarazada! ¡Mateo, estoy embarazada!" Me miró con desprecio, y la puerta se cerró. Estuve allí tres días y tres noches. Cuando abrieron la puerta, mis ojos ya estaban vacíos. "¿Qué otra cosa te vas a inventar ahora?". Esas palabras… Pero al salir de allí, mis ojos por fin se abrieron. Así que esto es todo lo que soy para ti, Mateo. Un mueble más en tu casa. "Estoy completamente podrido por dentro", susurré al aire. Una semana después, salí del hospital. Mateo me llamó, furioso, como siempre, pero esta vez, yo era diferente. "¿Qué soy para ti, Mateo?", pregunté, mi voz firme, "¿La tonta que te rescató de la miseria? ¿O la enfermera gratuita que cuidó día y noche a tus padres?" "¿De verdad crees que todo lo que hice, fue por un estúpido título?" "Un hombre como tú... me da asco". Colgué. Bloqueé su número. Y nunca miré atrás.

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El video explotó en internet. Marc Solís, mi exnovio e influencer, publicó un video editado cruelmente, diseñando mi humillación pública. Fui retratada como una "trepadora" desesperada, rogando por fama. Los comentarios se desataron: "¡Qué arrastrada!", "Pobre Marc, se quitó un peso de encima". Miles de sus "leones" inundaron mis redes con insultos, memes y amenazas. Mi imagen, símbolo de mujer patética, estaba por todas partes. Mi teléfono no paraba de sonar, mis amigos, colegas, todos preocupados, pidiéndome que lo demandara, que lo desenmascarara, pero no contesté. Miraba la pantalla, una calma inquietante me invadía. Esto no era sorpresa, era una prueba. Después, Marc me llamó por videollamada, arrogante: "¿Disfrutando tus cinco minutos de fama? Tráeme un café de tu cafetería favorita, tienes una hora, transmítelo en vivo, para que mis leones vean tu 'arrepentimiento' ". Asentí, salí, y la transmisión comenzó, la gente se mofaba. Luego, Marc volvió a llamar: "Cambio de planes, quiero que camines descalza desde aquí a la fuente de la Cibeles, para que todos vean tu arrepentimiento". Sin dudar, me quité los zapatos. El dolor era intenso, pero lo soportaba no por Marc, sino por mi propia purificación. Llegué sangrando, exhausta, justo cuando Marc apareció con Ximena, su nueva conquista. Ximena me humilló; Marc la besó, declarándole su "reina". Me quedé sola, descalza, humillada. Pero en mis ojos brilló un triunfo. La prueba se intensificaba, y yo estaba lista. De repente, Ximena fingió un desmayo, y Marc, con una crueldad medieval, me ordenó: "Vas a caminar de rodillas hasta la Basílica de Guadalupe, rezando por la salud de Ximena, para expiar el daño que le has hecho". Mis amigos horrorizados me rogaron que no lo hiciera. "Lo haré" , le respondí con firmeza, "pero no lo haré por ti, ni por ella, lo haré porque es parte de mi propio camino, y cuando llegue, no rezaré por su salud, rezaré por mi propia liberación" . Marc, ignorando mi verdadero propósito, solo vio sumisión. Me arrodillé, el dolor insoportable, pero cada herida era una ofrenda a mi misión secreta. Horas después, al llegar a la Basílica, me desplomé inconsciente. En el hospital, Ximena me atacó, Marc me abofeteó, gritando: "¡Eres violenta y peligrosa! ¡Esto es justicia!". Mi mejilla ardía, pero una extraña alegría me invadió. Sonreí. "Gracias", susurré. Marc, aturdido, se fue. Meses después, Ximena enfermó, necesitando un riñón compatible. Marc apareció: "Quiero que le des tu riñón. Si lo haces, te casarás conmigo". Recordé que fui yo quien lo salvó en un accidente, no Ximena. "No", le dije. Él, creyendo que eran celos, me amenazó: "¡Entonces te haré la vida un infierno!". El acoso se intensificó, pero yo continuaba, esperando el siguiente paso. Entonces, mi destino se reveló en un sueño: la donación del riñón era la culminación de mi ascenso espiritual. Le di mi riñón a Ximena. Durante la cirugía, mi cuerpo se disolvió en luz, mi alma ascendió, y mi conciencia se convirtió en una entidad divina. Marc, sin saberlo, había sido un instrumento en mi liberación. ¿Cómo cambió la vida del arrogante influencer Marc Solís cuando finalmente descubrió la verdad de lo que había hecho? ¿Y qué significado tendría su "amor" cuando ya era demasiado tarde?

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