Mi Dulce Traición

Mi Dulce Traición

Gavin

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Capítulo

El teléfono de Sofía vibró en la oscuridad, revelando un mensaje que heló mi alma: una traición, un embarazo, una vida secreta orquestada a mis espaldas, aprovechándose de mi ceguera temporal tras una explosión en combate. Yo, el Comandante Alejandro, ciego pero no sordo, descubrí la verdad más brutal a través de una voz robótica que leía el mensaje de su amante. Los mensajes revelaron semanas, meses de engaños, burlas a mi condición y planes monstruosos para hacerme creer que su hijo era mío. Mi prometida, mi dulce Sofía, la que juró amor eterno, era un monstruo sin escrúpulos. El día que recuperé la vista, la vi, con mis propios ojos, besar a Ricardo en nuestro sofá. La venda que cubría mis ojos se convirtió en mi mejor arma. Nadie sospechó que el "ciego e indefenso" Alejandro veía cada detalle de su farsa. El día de mi partida a la frontera, le revelé la devastadora verdad. La confrontación pública con Sofía y Ricardo expuso su descaro. Ante sus ojos atónitos, me quité la venda, dejando su mentira al descubierto. "Ya no lo necesito", grité, alejándome de su farsa. En la frontera, me reconstruí. Sofía, desesperada, recurrió a medidas extremas: abortó, me acosó, intentó drogarme, y terminó encarcelada por sus crímenes, al igual que Ricardo. Yo, Alejandro, renací de las cenizas de la traición, encontrando mi propósito lejos de su veneno.

Introducción

El teléfono de Sofía vibró en la oscuridad, revelando un mensaje que heló mi alma: una traición, un embarazo, una vida secreta orquestada a mis espaldas, aprovechándose de mi ceguera temporal tras una explosión en combate.

Yo, el Comandante Alejandro, ciego pero no sordo, descubrí la verdad más brutal a través de una voz robótica que leía el mensaje de su amante. Los mensajes revelaron semanas, meses de engaños, burlas a mi condición y planes monstruosos para hacerme creer que su hijo era mío. Mi prometida, mi dulce Sofía, la que juró amor eterno, era un monstruo sin escrúpulos.

El día que recuperé la vista, la vi, con mis propios ojos, besar a Ricardo en nuestro sofá. La venda que cubría mis ojos se convirtió en mi mejor arma. Nadie sospechó que el "ciego e indefenso" Alejandro veía cada detalle de su farsa.

El día de mi partida a la frontera, le revelé la devastadora verdad. La confrontación pública con Sofía y Ricardo expuso su descaro. Ante sus ojos atónitos, me quité la venda, dejando su mentira al descubierto. "Ya no lo necesito", grité, alejándome de su farsa.

En la frontera, me reconstruí. Sofía, desesperada, recurrió a medidas extremas: abortó, me acosó, intentó drogarme, y terminó encarcelada por sus crímenes, al igual que Ricardo. Yo, Alejandro, renací de las cenizas de la traición, encontrando mi propósito lejos de su veneno.

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Isabella "Isa" Montes, una talentosa cocinera de origen humilde en Medellín, creyó haber encontrado el amor perfecto junto a Mateo Velarde, el apuesto heredero de una de las familias más influyentes de Bogotá. Tras un noviazgo intenso que superó barreras sociales, se casaron y se sumergieron en una vida de ensueño y comodidades, donde cada detalle parecía confirmar un amor idílico. Pero la burbuja se reventó brutalmente: Isa descubrió que Mateo mantenía una doble vida con su exnovia, Carolina Sáenz, con quien tenía dos hijos gemelos. Peor aún, él financiaba secretamente a esta otra familia, transformando su supuesta historia de amor en una farsa calculada. La devastadora revelación no solo le causó un aborto espontáneo sino que desató una campaña de humillación sin fin por parte de Carolina, quien la acosaba con videos íntimos de Mateo, mostrando impúdicamente su doblez. Cada regalo, cada promesa de amor, cada lugar especial compartido con Mateo, era profanado, replicado cínicamente con su "otra" familia. Las frías miradas de la alta sociedad y el silencio cómplice de la familia Velarde solo acrecentaban el tormento, mientras Mateo seguía actuando como si nada ocurriera. ¿Cómo podía alguien, a quien amó tan profundamente, ser capaz de una traición tan vil y sistemática? La mezcla de dolor, asco y una desesperación helada se instaló en su pecho, ahogando su respiración. Un vacío insuperable la consumía, dejando solo la cruda certeza de una mentira insostenible. En el abismo de esta traición, y con la inminente llegada de un hijo que la ataría aún más a la mentira, Isa vislumbró su única salida: fingir su muerte. Un trágico accidente aéreo en el Caribe sería su billete de escape, la única forma de recuperar su vida y romper para siempre con la asfixiante obsesión de Mateo. "El plan sigue en pie, necesito salir de aquí", sentenció con voz firme.

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El rugido del avión de rescate sonaba como la salvación, pero para mí, Sofía, solo aumentaba la ansiedad en aquel sofocante aeropuerto improvisado. De repente, mi esposo, Miguel, me tomó del brazo con una fuerza inusual, su rostro contraído por la frustración mientras gritaba: "¡Sofía, no podemos irnos! ¡No puedo dejar a Carlos aquí!". Alegaba que Carlos era su primo, su responsabilidad, alguien que debía regresar a salvo. Escuché sus palabras, las mismas palabras que retumbaron en otra vida, y un escalofrío me recorrió: no era un sueño, había renacido. El recuerdo de mi vida anterior me golpeó como un maremoto: la epidemia, el avión gubernamental, y Carlos, supuestamente su primo, pero en realidad su amante, la misma que nos retrasó maquillándose para su "triunfal" regreso. En esa vida pasada, yo rogué, los otros voluntarios me acusaron de egoísta, y Miguel, con su falsa rectitud, me obligó a esperar con mentiras, llamándome egoísta. Esperamos. Carlos llegó, perfecto, y el avión partió, directo a mi perdición. Al aterrizar, Miguel me señaló y, con una falsa preocupación, dijo: "Ella tiene fiebre. Estuvo en contacto cercano con un paciente infectado ayer." ¡Era una mentira cruel y calculada! Fui aislada, interrogada, torturada psicológicamente por un sistema que creyó a mi "heroico" esposo. Morí sola, no por la enfermedad, sino por una infección hospitalaria, con mi cuerpo debilitado y mi espíritu roto. Mis padres, rotos de pena, fallecieron poco después, y Miguel, el "viudo afligido", heredó todo. Se casó con Carlos, y vivieron felices sobre mis cenizas y las de mis padres. Pero ahora estoy aquí, de nuevo en este infierno, con el mismo avión rugiendo y el mismo manipulador repitiendo sus mentiras. La rabia pura me invadió, mis puños se cerraron, y al mirar a Miguel, ya no vi al hombre que amaba, sino a mi asesino. "No," dije, mi voz tranquila pero firme, interrumpiéndolo. Miguel parpadeó, sorprendido. "¿No qué?" "No vamos a esperar, Miguel." Me sacudí su mano. Me giré hacia los atónitos voluntarios y proclamé, con mi voz resonando: "Carlos no es tu primo. Es tu amante. Y no voy a arriesgar la vida de dieciocho personas por la vanidad de una mujer que necesita una hora para ponerse rímel en medio de una evacuación de emergencia." El silencio fue absoluto, roto solo por el avión. Miguel palideció, su máscara se hizo añicos. Esta vida, pensé, no será una repetición. Será una venganza.

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