Siete Años de Una Farsa

Siete Años de Una Farsa

Gavin

5.0
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Capítulo

Era el séptimo aniversario de bodas y la tensión en el comedor de los Fuentes era palpable, Sofía, como siempre, sostenía una sonrisa forzada, mientras su esposo, Ricardo, un genio arqueólogo, permanecía ajeno, rígido y distante. Todo se vino abajo cuando, intentando mostrar fotos familiares, la pantalla grande del comedor proyectó, por error, la transmisión en vivo de la cámara de seguridad del estudio de Ricardo. Lo que vimos nos heló la sangre: gemidos ambiguos de dolor y placer, Ricardo aferrado a su escritorio, y una mujer, Elena Vargas, su supuesta "terapeuta", asistiéndole con una pericia explícita en su cuerpo. La humillación me quemaba la cara; él, que se estremecía con mi roce, ¿pagaba a otra para excitarse así? Sin decir una palabra, cancelé mi beca en Florencia, mi sueño de toda la vida, y con la voz extrañamente calmada, marqué el número de un abogado: "Buenas noches, hablo para solicitar una cita para iniciar un trámite de divorcio".

Introducción

Era el séptimo aniversario de bodas y la tensión en el comedor de los Fuentes era palpable, Sofía, como siempre, sostenía una sonrisa forzada, mientras su esposo, Ricardo, un genio arqueólogo, permanecía ajeno, rígido y distante.

Todo se vino abajo cuando, intentando mostrar fotos familiares, la pantalla grande del comedor proyectó, por error, la transmisión en vivo de la cámara de seguridad del estudio de Ricardo.

Lo que vimos nos heló la sangre: gemidos ambiguos de dolor y placer, Ricardo aferrado a su escritorio, y una mujer, Elena Vargas, su supuesta "terapeuta", asistiéndole con una pericia explícita en su cuerpo.

La humillación me quemaba la cara; él, que se estremecía con mi roce, ¿pagaba a otra para excitarse así?

Sin decir una palabra, cancelé mi beca en Florencia, mi sueño de toda la vida, y con la voz extrañamente calmada, marqué el número de un abogado: "Buenas noches, hablo para solicitar una cita para iniciar un trámite de divorcio".

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La tarde en que Ricardo regresó, el sol implacable bañaba los impecables jardines de la mansión Vargas, casi tan cegador como el traje de lino blanco que él vestía. Un deportivo, escandaloso y ostentoso como su dueño, derrapó sobre la grava, soltando a una mujer pálida y frágil, aferrada a él como si su vida dependiera de ello: Camila Soto, la influencer desaparecida. Los vi entrar por el ventanal, sin invitación, como si la casa aún les perteneciera, ignorando a una Lupe que intentaba detenerlos. "Vengo a verla a ella," dijo él, su sonrisa torcida, esa misma sonrisa de hace tres años cuando me dejó plantada en el altar, diciendo que buscaba su «espíritu» en un rancho. "Sofía," espetó, su voz cargada de una autoridad inexistente, "veo que sigues aquí, como una buena perra fiel esperando a su amo." Luego, Ricardo se desplomó en el sofá de cuero de Alejandro, su padre, y dijo: "Hemos vuelto para quedarnos." Mi corazón no tembló, solo una fría calma, la calma de quien espera una tormenta anunciada, porque sabía que él no era el rey, y yo ya no era la ingenua que él había abandonado. Él no sabía que, con Alejandro, había encontrado dignidad, un hogar y un amor profundo que sanó las heridas de su traición. Me di la vuelta para ir a la cocina, con sus miradas clavadas en mi espalda, pensando que yo seguía siendo la misma Sofía. Pero justo en ese momento, una pequeña figura se lanzó hacia mí, riendo a carcajadas. "¡Mami, te encontré!" Un niño de dos años, con el cabello oscuro y los ojos brillantes de Alejandro, se abrazó a mi pierna, ajeno a la gélida tensión que se cernió sobre el salón. "Mami," preguntó con su vocecita clara, "¿Quiénes son?"

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Mi esposo, Mateo Vargas, me ha pedido el divorcio siete veces. Cada vez, la misma excusa: "Valentina ha regresado a México y la necesito" . Y cada vez, yo, Sofía Romero, su "esposa" que él desechaba como un pañuelo usado, firmaba los papeles. Siete humillaciones públicas, siete rondas de susurros a mis espaldas, siete colecciones de actas de divorcio que ya parecían cromos. Sacrifiqué mi carrera como diseñadora, mis sueños, mi dignidad, todo por ser la esposa perfecta que él nunca valoró. Pero esta octava vez, mientras él me sonreía perezosamente y prometía regresar en tres meses para volver a casarse, algo cambió dentro de mí. ¿Cómo pude ser tan ciega? ¿Tan desesperada por una migaja de su amor que no veía la toxicidad? La risa que solté fue amarga, sin alegría, como la historia de mi vida con él. "No te preocupes", le dije, mi voz con un filo helado que nunca antes había usado. "Esta vez, haré las cosas diferente yo también." No hubo lágrimas, no hubo gritos, solo una calma aterradora que lo descolocó por completo. "Cuando vuelvas, ya no estaré." Se que se siente aliviado, pensando que no habrá drama esta vez. Pero lo que no sabe es que esta vez, el juego ha cambiado. Porque en mi mente, un plan completamente diferente ya estaba en marcha, uno que no incluía ninguna boda, ninguna reconciliación. Uno que no lo incluía a él. Y esta vez, Sofía Romero no solo se irá, se levantará, se transformará. La venganza es un plato que se sirve frío, y yo sé esperar.

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