Traición y Destino: Un Puente Caído

Traición y Destino: Un Puente Caído

Gavin

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Capítulo

La lápida de mármol estaba fría, aunque el sol de la tarde se filtraba entre los árboles del cementerio. "Miguel, mi amor. Te juro aquí, sobre tu tumba, que nunca volveré a casarme", susurré, mientras mis dedos rozaban su nombre grabado. Éramos Ximena e Miguel, arquitectos. Yo, brillante y ascendente con "Estructuras Vivas". Él, hundiéndose con "Construcciones Reyes". Lo salvé, fusionando nuestras empresas, sacrificando mi reputación por él. Pero la balanza de poder cambió. Y luego vi a Miguel con Sofía, mi mejor amiga, la madrina de nuestra boda, en un rincón oscuro, compartiendo secretos. Fingí no ver la traición que me quemaba por dentro. Unos meses después, Miguel me pidió que arriesgara mi nombre y mi vida por un proyecto gubernamental plagado de sus irregularidades. Fui a la obra con mi padre, un ingeniero, el único que no confiaba en sus hombres. Un crujido. Un estruendo. El suelo desapareció. Lo último que vi fue la mano extendida de mi padre. Desperté en el hospital, sin sentir mis piernas. Mi padre... ya no estaba. Miguel juró que todo era su culpa, su arrepentimiento parecía tan real que me aferré a ello. Qué estúpida fui. Mi vida estaba rota, pero todavía pensaba que reconstruiríamos algo. Hasta la noche en que el dolor me despertó. Escuché susurros desde el estudio de Miguel, la voz inconfundible de Sofía. Me arrastré. "¿Y ella? ¿Cuánto tiempo más tendremos que seguir con esta farsa? Verla todos los días, en esa silla de ruedas... a veces me da asco." "El accidente... fue una solución. Dos pájaros de un tiro", la voz de Miguel, la misma que me consolaba, se burlaba. Él y Sofía confesaron cómo sabotearon el puente, cómo mataron a mi padre y me dejaron lisiada. Mi mundo se desmoronó. La Ximena que amaba y perdonaba murió en ese instante. Pero en su lugar, nació otra Ximena. Una fría, inteligente y silenciosa. Me iban a pagar.

Introducción

La lápida de mármol estaba fría, aunque el sol de la tarde se filtraba entre los árboles del cementerio.

"Miguel, mi amor. Te juro aquí, sobre tu tumba, que nunca volveré a casarme", susurré, mientras mis dedos rozaban su nombre grabado.

Éramos Ximena e Miguel, arquitectos. Yo, brillante y ascendente con "Estructuras Vivas". Él, hundiéndose con "Construcciones Reyes". Lo salvé, fusionando nuestras empresas, sacrificando mi reputación por él.

Pero la balanza de poder cambió. Y luego vi a Miguel con Sofía, mi mejor amiga, la madrina de nuestra boda, en un rincón oscuro, compartiendo secretos. Fingí no ver la traición que me quemaba por dentro.

Unos meses después, Miguel me pidió que arriesgara mi nombre y mi vida por un proyecto gubernamental plagado de sus irregularidades. Fui a la obra con mi padre, un ingeniero, el único que no confiaba en sus hombres.

Un crujido. Un estruendo. El suelo desapareció. Lo último que vi fue la mano extendida de mi padre. Desperté en el hospital, sin sentir mis piernas. Mi padre... ya no estaba.

Miguel juró que todo era su culpa, su arrepentimiento parecía tan real que me aferré a ello. Qué estúpida fui. Mi vida estaba rota, pero todavía pensaba que reconstruiríamos algo.

Hasta la noche en que el dolor me despertó. Escuché susurros desde el estudio de Miguel, la voz inconfundible de Sofía. Me arrastré.

"¿Y ella? ¿Cuánto tiempo más tendremos que seguir con esta farsa? Verla todos los días, en esa silla de ruedas... a veces me da asco."

"El accidente... fue una solución. Dos pájaros de un tiro", la voz de Miguel, la misma que me consolaba, se burlaba. Él y Sofía confesaron cómo sabotearon el puente, cómo mataron a mi padre y me dejaron lisiada.

Mi mundo se desmoronó. La Ximena que amaba y perdonaba murió en ese instante.

Pero en su lugar, nació otra Ximena. Una fría, inteligente y silenciosa. Me iban a pagar.

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5.0

Siempre creí que mi vida con Ricardo De la Vega era un idilio. Él, mi tutor tras la muerte de mis padres, era mi protector, mi confidente, mi primer y secreto amor. Yo, una muchacha ingenua, estaba ciega de agradecimiento y devoción hacia el hombre que me había acogido en su hacienda tequilera en Jalisco. Esa dulzura se convirtió en veneno el día que me pidió lo impensable: donar un riñón para Isabela Montenegro, el amor de su vida que reaparecía en nuestras vidas gravemente enferma. Mi negativa, impulsada por el miedo y la traición ante su frialdad hacia mí, desató mi propio infierno: él me culpó de la muerte de Isabela, filtró mis diarios y cartas íntimas a la prensa, convirtiéndome en el hazmerreír de la alta sociedad. Luego, me despojó de mi herencia, me acusó falsamente de robo. Pero lo peor fue el día de mi cumpleaños, cuando me drogó, permitió que unos matones me golpearan brutalmente y abusaran de mí ante sus propios ojos, antes de herirme gravemente con un machete. "Esto es por Isabela", susurró, mientras me dejaba morir. El dolor físico no era nada comparado con la humillación y el horror de su indiferencia. ¿Cómo pudo un hombre al que amé tanto, que juró cuidarme, convertirme en su monstruo particular, en la víctima de su más cruel venganza? La pregunta me quemaba el alma. Pero el destino me dio una segunda oportunidad. Desperté, confundida, de nuevo en el hospital. ¡Había regresado! Estaba en el día exacto en que Ricardo me suplicó el riñón. Ya no era la ingenua Sofía; el trauma vivido había forjado en mí una frialdad calculada. "Acepto", le dije, mi voz inquebrantable, mientras planeaba mi escape y mi nueva vida lejos de ese infierno.

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