Sofía y Elena, dos artistas con el alma llena de sueños y la maleta repleta de lienzos, llegaron a la vibrante Ciudad de México, listas para conquistar el mundo con su arte. Pero la capital, con su promesa de grandeza, pronto mostró su lado más oscuro. Fuimos engañadas por un supuesto arrendador, arrastradas a una bodega abandonada que se transformó en nuestra peor pesadilla. Mi obra, mi alma plasmada en lienzos, fue brutalmente destrozada ante mis ojos, rasgada y pisoteada. Mientras, atada, me obligaban a presenciar cómo Elena era golpeada sin piedad y sus esculturas hechas añicos. El dolor físico era inmenso, pero la humillación, el ver nuestro espíritu quebrado, era insoportable. Cuando la desesperación nos ahogaba, aparecieron Ricardo y Javier, "ángeles" que nos rescataron de ese infierno. Bajo su "protección", nos convertimos en estrellas del arte mexicano; yo, incluso, encontré el amor en Ricardo. Todo parecía un sueño hecho realidad, hasta que una tarde, con la noticia de mi embarazo en los labios, escuché la conversación que lo destrozaría todo. "Para complacer a la verdadera musa, Camila, envié a esos matones a humillar a Sofía. ¿Cómo puedo aceptar a su hijo ahora?" "Tú me dices a mí, pero tú le arrancaste la inspiración a Elena y la convertiste en un objeto de exhibición para Camila." Mi mundo se derrumbó. Cada beso, cada éxito, cada palabra había sido una mentira, una cruel manipulación para el placer de una mujer que ni siquiera conocía. El alma no solo me dolía, se me aniquilaba. La rabia y el horror me invadieron al comprender que fuimos peones en su macabro juego. No era dolor, era un plan retorcido. No éramos artistas, éramos parte de su "obra". Ahora, despierto, la ingenuidad se ha ido. Solo queda la determinación helada de desmantelar su imperio de crueldad.
Sofía y Elena, dos artistas con el alma llena de sueños y la maleta repleta de lienzos, llegaron a la vibrante Ciudad de México, listas para conquistar el mundo con su arte.
Pero la capital, con su promesa de grandeza, pronto mostró su lado más oscuro.
Fuimos engañadas por un supuesto arrendador, arrastradas a una bodega abandonada que se transformó en nuestra peor pesadilla.
Mi obra, mi alma plasmada en lienzos, fue brutalmente destrozada ante mis ojos, rasgada y pisoteada. Mientras, atada, me obligaban a presenciar cómo Elena era golpeada sin piedad y sus esculturas hechas añicos.
El dolor físico era inmenso, pero la humillación, el ver nuestro espíritu quebrado, era insoportable.
Cuando la desesperación nos ahogaba, aparecieron Ricardo y Javier, "ángeles" que nos rescataron de ese infierno. Bajo su "protección", nos convertimos en estrellas del arte mexicano; yo, incluso, encontré el amor en Ricardo.
Todo parecía un sueño hecho realidad, hasta que una tarde, con la noticia de mi embarazo en los labios, escuché la conversación que lo destrozaría todo.
"Para complacer a la verdadera musa, Camila, envié a esos matones a humillar a Sofía. ¿Cómo puedo aceptar a su hijo ahora?"
"Tú me dices a mí, pero tú le arrancaste la inspiración a Elena y la convertiste en un objeto de exhibición para Camila."
Mi mundo se derrumbó. Cada beso, cada éxito, cada palabra había sido una mentira, una cruel manipulación para el placer de una mujer que ni siquiera conocía.
El alma no solo me dolía, se me aniquilaba.
La rabia y el horror me invadieron al comprender que fuimos peones en su macabro juego.
No era dolor, era un plan retorcido. No éramos artistas, éramos parte de su "obra".
Ahora, despierto, la ingenuidad se ha ido. Solo queda la determinación helada de desmantelar su imperio de crueldad.
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