El Último Adiós de Amor

El Último Adiós de Amor

Gavin

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Capítulo

Ximena, con manos ásperas de cloro, apenas estiraba el dinero para los medicamentos de su pequeña Sofía, de solo ocho años, consumida por una enfermedad cruel. Pero un día, Sofía le mostró un video: una niña tocando un piano blanco, y sus ojos se llenaron de un deseo inocente: "Yo quiero uno de esos". La respuesta de Ricardo, el padre de Sofía y su esposo ausente, fue un frío eco al otro lado del teléfono: "¿Un piano? ¿Estás loca? Apenas me alcanza para Susana y Pedrito, ellos lo perdieron todo". Luego, lo vio. No en sus peores pesadillas, sino en un centro comercial de lujo, riendo y derrochando con esa "otra familia" que él había elegido. ¿Cómo era posible? ¿Cómo podía el padre de su hija, el hombre que una vez prometió amar y proteger, ser tan cruel, tan ajeno al sufrimiento de su propia sangre? La dulzura de Sofía, preguntando "¿Papá ya no me quiere?", mientras se aferraba a ella en la oscuridad, encendió una llama fría en el corazón de Ximena: ya no rogaría más, si Ricardo había elegido su lado, ella también elegiría el suyo: Sofía.

Introducción

Ximena, con manos ásperas de cloro, apenas estiraba el dinero para los medicamentos de su pequeña Sofía, de solo ocho años, consumida por una enfermedad cruel.

Pero un día, Sofía le mostró un video: una niña tocando un piano blanco, y sus ojos se llenaron de un deseo inocente: "Yo quiero uno de esos".

La respuesta de Ricardo, el padre de Sofía y su esposo ausente, fue un frío eco al otro lado del teléfono: "¿Un piano? ¿Estás loca? Apenas me alcanza para Susana y Pedrito, ellos lo perdieron todo".

Luego, lo vio. No en sus peores pesadillas, sino en un centro comercial de lujo, riendo y derrochando con esa "otra familia" que él había elegido.

¿Cómo era posible? ¿Cómo podía el padre de su hija, el hombre que una vez prometió amar y proteger, ser tan cruel, tan ajeno al sufrimiento de su propia sangre?

La dulzura de Sofía, preguntando "¿Papá ya no me quiere?", mientras se aferraba a ella en la oscuridad, encendió una llama fría en el corazón de Ximena: ya no rogaría más, si Ricardo había elegido su lado, ella también elegiría el suyo: Sofía.

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El aire denso y sofocante de la habitación de hotel barata me asfixiaba. Frente al espejo manchado, la joven de ojos vacíos que me devolvía la mirada era casi una extraña. Pero el montón de billetes en la mesita de noche era real, sucio, tangible. Cien mil pesos. El precio, me convencía, de la vida de Alejandro. Por él, todo valía la pena; incluso la pureza que había sacrificado. Con el corazón latiéndome entre la esperanza y el pánico, corrí al hospital, el olor familiar a antiséptico prometiendo un nuevo comienzo. Pero al doblar la esquina, risas. No, no risas de alivio, sino carcajadas burlonas; la voz de Valeria, mi detestable rival, seguida por la de Alejandro. "¿En serio te creíste que esa tonta iba a conseguir la lana?" , dijo Valeria. "Claro que sí, mi amor. Sofía es tan ingenua... Le monté el numerito del enfermo terminal y se lo tragó enterito. Ya debe estar vendiendo hasta el alma para juntar el dinero" , respondió Alejandro. El suelo bajo mis pies se derrumbó. Su enfermedad, nuestro amor, todo era una farsa cruel. Una elaborada venganza por una beca que yo gané con mi esfuerzo. "Cuando traiga el dinero, la grabaré... Será la humillación de su vida" , susurró Alejandro, su voz conspiradora. Ahogué un sollozo, el dolor físico y emocional era insoportable. Me habían golpeado, manipulado, usado para el entretenimiento de una audiencia cruel. ¿Por qué? ¿Por qué esta maldad? En medio de mi desesperación, el teléfono sonó. Una llamada de Londres. La inoportuna noticia de un abuelo al que creía muerto para mí. Pero en ese instante de quiebre, una idea. Una única y afilada oportunidad para escapar. Decidí que no me destruirían. Esta vez, se acabó la Sofía ingenua. Ahora solo quedaba una Sofía decidida a contraatacar. Y ellos, mis torturadores, pagarían.

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