Divorciamos En La Novena Vez

Divorciamos En La Novena Vez

Gavin

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Capítulo

Ricardo regresó a casa, el olor a hospital pegado a su piel y su pierna enyesada, un recordatorio del accidente que lo sacó de las pistas de carreras. Me recibió con un beso frío, y sus palabras, "Ximena, tenemos que hablar," cayeron como una sentencia. Sentí un escalofrío al oír el nombre de Mariana, su ex, el fantasma de nuestra relación. "Si te abandono por ella nueve veces," dijo, "entonces me dejas, pero si no llego a las nueve, me casaré contigo." ¿Un desafío? Era una locura, pero en mi desesperación, acepté. Las siguientes ocho veces fueron un tormento, excusas tontas que siempre involucraban a Mariana. La novena vez llegó en una noche de tormenta, mi cólico menstrual y su voz fría: "Mariana tuvo un accidente." Me dejó sola con el corazón hecho pedazos, mientras él se iba por ella. Lo vi con Mariana, radiante, sin un rasguño, riéndose con mi Ricardo. Caí de rodillas, el dolor me consumía al ver el acuerdo de ruptura que había firmado sin leer. En el hospital, después de que me atropellara un coche por proteger a Mariana, Ricardo solo se preocupó por ella. Cuando regresó, actuó como si nada, el mismo gesto vacío, la misma arrogancia de siempre. Supe entonces la abismal diferencia entre ser amada y ser simplemente tolerada. El doctor dijo la palabra: "Exesposa", y su rostro se descompuso. Firmó los papeles que yo le di, sin saber que se firmaba su propia sentencia. Mi salvación. Una última vez tuve que ir tras él, a una carrera clandestina, a ver cómo se arriesgaba por la misma mujer que lo había quebrado. ¿Por qué siempre ella? ¿Por qué siempre perdía yo? Gané. Encontré mi libertad, mi verdadero amor en Alejandro, y mi propia felicidad.

Introducción

Ricardo regresó a casa, el olor a hospital pegado a su piel y su pierna enyesada, un recordatorio del accidente que lo sacó de las pistas de carreras.

Me recibió con un beso frío, y sus palabras, "Ximena, tenemos que hablar," cayeron como una sentencia.

Sentí un escalofrío al oír el nombre de Mariana, su ex, el fantasma de nuestra relación.

"Si te abandono por ella nueve veces," dijo, "entonces me dejas, pero si no llego a las nueve, me casaré contigo."

¿Un desafío? Era una locura, pero en mi desesperación, acepté.

Las siguientes ocho veces fueron un tormento, excusas tontas que siempre involucraban a Mariana.

La novena vez llegó en una noche de tormenta, mi cólico menstrual y su voz fría: "Mariana tuvo un accidente."

Me dejó sola con el corazón hecho pedazos, mientras él se iba por ella.

Lo vi con Mariana, radiante, sin un rasguño, riéndose con mi Ricardo.

Caí de rodillas, el dolor me consumía al ver el acuerdo de ruptura que había firmado sin leer.

En el hospital, después de que me atropellara un coche por proteger a Mariana, Ricardo solo se preocupó por ella.

Cuando regresó, actuó como si nada, el mismo gesto vacío, la misma arrogancia de siempre.

Supe entonces la abismal diferencia entre ser amada y ser simplemente tolerada.

El doctor dijo la palabra: "Exesposa", y su rostro se descompuso.

Firmó los papeles que yo le di, sin saber que se firmaba su propia sentencia.

Mi salvación.

Una última vez tuve que ir tras él, a una carrera clandestina, a ver cómo se arriesgaba por la misma mujer que lo había quebrado.

¿Por qué siempre ella? ¿Por qué siempre perdía yo?

Gané.

Encontré mi libertad, mi verdadero amor en Alejandro, y mi propia felicidad.

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Cuentos

5.0

El aire denso y sofocante de la habitación de hotel barata me asfixiaba. Frente al espejo manchado, la joven de ojos vacíos que me devolvía la mirada era casi una extraña. Pero el montón de billetes en la mesita de noche era real, sucio, tangible. Cien mil pesos. El precio, me convencía, de la vida de Alejandro. Por él, todo valía la pena; incluso la pureza que había sacrificado. Con el corazón latiéndome entre la esperanza y el pánico, corrí al hospital, el olor familiar a antiséptico prometiendo un nuevo comienzo. Pero al doblar la esquina, risas. No, no risas de alivio, sino carcajadas burlonas; la voz de Valeria, mi detestable rival, seguida por la de Alejandro. "¿En serio te creíste que esa tonta iba a conseguir la lana?" , dijo Valeria. "Claro que sí, mi amor. Sofía es tan ingenua... Le monté el numerito del enfermo terminal y se lo tragó enterito. Ya debe estar vendiendo hasta el alma para juntar el dinero" , respondió Alejandro. El suelo bajo mis pies se derrumbó. Su enfermedad, nuestro amor, todo era una farsa cruel. Una elaborada venganza por una beca que yo gané con mi esfuerzo. "Cuando traiga el dinero, la grabaré... Será la humillación de su vida" , susurró Alejandro, su voz conspiradora. Ahogué un sollozo, el dolor físico y emocional era insoportable. Me habían golpeado, manipulado, usado para el entretenimiento de una audiencia cruel. ¿Por qué? ¿Por qué esta maldad? En medio de mi desesperación, el teléfono sonó. Una llamada de Londres. La inoportuna noticia de un abuelo al que creía muerto para mí. Pero en ese instante de quiebre, una idea. Una única y afilada oportunidad para escapar. Decidí que no me destruirían. Esta vez, se acabó la Sofía ingenua. Ahora solo quedaba una Sofía decidida a contraatacar. Y ellos, mis torturadores, pagarían.

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