El Secreto de Ricardo y Sofía

El Secreto de Ricardo y Sofía

Gavin

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Capítulo

Descubrí la verdad el día de nuestro tercer aniversario de bodas. No fue una sospecha, sino una certeza brutal: mi esposo, Ricardo, me engañaba con Sofía, mi supuesta mejor amiga. Los encontré en nuestra propia casa, en la habitación de huéspedes que yo había decorado con tanto amor, riendo mientras la fiesta de aniversario seguía en el jardín. La imagen se grabó a fuego en mi mente: Ricardo, el hombre por quien lo había sacrificado todo, encima de ella, semidesnudos y ajenos al mundo. No grité, no lloré. Solo salí de la habitación con una calma que no sentía, atravesé la fiesta y mi mente se puso en blanco en la carretera. Semanas después, descubrí que estaba embarazada, una chispa de esperanza ingenua. Pensé que un bebé despertaría la decencia en Ricardo, pero él solo me dio su fría indiferencia: "Haz lo que quieras, si lo tienes, mi abuelo estará contento. Más dinero para la herencia" . Me vi atrapada en un infierno silencioso, Sofía disfrutaba humillándome, enviándome fotos con Ricardo. Una tarde, mientras cruzaba la calle para comprar mis vitaminas prenatales, la vi sonreír cruelmente al volante del convertible nuevo que Ricardo le había regalado. Luego, el estruendo del motor acelerando. No tuve tiempo de reaccionar. El impacto me lanzó por los aires y un dolor desgarrador me consumió antes de la oscuridad. Desperté en el hospital, el olor a antiséptico invadiéndome. Escuché a Ricardo hablando por teléfono con fastidio: "No, el bebé no sobrevivió. Una lástima, supongo". Y luego, mientras un dolor indescriptible me invadía: "La pobre Sofía se asustó mucho, dice que te atravesaste como una loca. Deberías tener más cuidado, Ximena, sobre todo en tu estado... bueno, en el que estabas". Me dijeron que no había sobrevivido. Pero lo peor estaba por venir, la enfermera me lo comunicó con voz temblorosa: mi abuela, al saber de mi accidente y la pérdida del bebé, había sufrido un infarto masivo. En ese instante, algo se rompió dentro de mí. Todo por lo que había luchado, todo lo que había soportado, se desvaneció. Miré a Ricardo, sin amor, sin esperanza, solo un vacío helado. "Quiero el divorcio, Ricardo" . Mi voz sonó extrañamente firme. "Quiero salir de aquí y no volver a verte en mi vida" .

Introducción

Descubrí la verdad el día de nuestro tercer aniversario de bodas.

No fue una sospecha, sino una certeza brutal: mi esposo, Ricardo, me engañaba con Sofía, mi supuesta mejor amiga.

Los encontré en nuestra propia casa, en la habitación de huéspedes que yo había decorado con tanto amor, riendo mientras la fiesta de aniversario seguía en el jardín.

La imagen se grabó a fuego en mi mente: Ricardo, el hombre por quien lo había sacrificado todo, encima de ella, semidesnudos y ajenos al mundo.

No grité, no lloré.

Solo salí de la habitación con una calma que no sentía, atravesé la fiesta y mi mente se puso en blanco en la carretera.

Semanas después, descubrí que estaba embarazada, una chispa de esperanza ingenua.

Pensé que un bebé despertaría la decencia en Ricardo, pero él solo me dio su fría indiferencia: "Haz lo que quieras, si lo tienes, mi abuelo estará contento. Más dinero para la herencia" .

Me vi atrapada en un infierno silencioso, Sofía disfrutaba humillándome, enviándome fotos con Ricardo.

Una tarde, mientras cruzaba la calle para comprar mis vitaminas prenatales, la vi sonreír cruelmente al volante del convertible nuevo que Ricardo le había regalado.

Luego, el estruendo del motor acelerando.

No tuve tiempo de reaccionar.

El impacto me lanzó por los aires y un dolor desgarrador me consumió antes de la oscuridad.

Desperté en el hospital, el olor a antiséptico invadiéndome.

Escuché a Ricardo hablando por teléfono con fastidio: "No, el bebé no sobrevivió. Una lástima, supongo".

Y luego, mientras un dolor indescriptible me invadía: "La pobre Sofía se asustó mucho, dice que te atravesaste como una loca. Deberías tener más cuidado, Ximena, sobre todo en tu estado... bueno, en el que estabas".

Me dijeron que no había sobrevivido.

Pero lo peor estaba por venir, la enfermera me lo comunicó con voz temblorosa: mi abuela, al saber de mi accidente y la pérdida del bebé, había sufrido un infarto masivo.

En ese instante, algo se rompió dentro de mí.

Todo por lo que había luchado, todo lo que había soportado, se desvaneció.

Miré a Ricardo, sin amor, sin esperanza, solo un vacío helado.

"Quiero el divorcio, Ricardo" .

Mi voz sonó extrañamente firme.

"Quiero salir de aquí y no volver a verte en mi vida" .

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