El Último Aliento de Sofía

El Último Aliento de Sofía

Gavin

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Capítulo

"¡Señor Guzmán, por favor! ¡Son sus hijos!", supliqué, arrodillada en el frío suelo de mármol. Estaba a solo un mes de dar a luz a mis gemelos, los hijos de Ricardo Guzmán, el hombre que amaba. Pero a su lado, con una sonrisa venenosa, estaba Camila Pérez, su protegida y la famosa influencer del momento. "Sofía, nos estamos deshaciendo de un par de 'malas vibras'", dijo Ricardo, su voz fría como el metal. Estas palabras resonaron en mi cabeza, la superstición estúpida de un charlatán de redes sociales que estaba a punto de destruir mi mundo. Ricardo me había tildado de infiel y de bruja, manipulado por un "gurú" pagado por Camila. Me arrancaron a mis bebés por la fuerza, dos pequeños cuerpos que nunca tuvieron la oportunidad de respirar. "¡No! ¡No son malas vibras, son nuestros bebés!", grité, mientras me arrastraban. Después, me sometieron a la tortura física y psicológica, arrodillada sobre un cojín de espinas, sintiendo cada punzada. "¡Ella te lo confesó! ¡Ella lo planeó todo!", grité, rogando por su cordura. Pero él me empujó, y Camila, la verdadera manipuladora, apareció con una incipiente barriga de embarazada, declarando que esperaba al "verdadero heredero" de Ricardo. Mientras la agonía me consumía y la conciencia se desvanecía, sus risas brindando por el "éxito" y la eliminación de la "mala vibra" resonaron en mis oídos. Me golpearon, me humillaron, me arrancaron el colgante de jade, el último vínculo con mis hijos. Me obligaron a firmar una confesión falsa, amenazando la vida de mi único amigo, Diego. Con mi último aliento, me aferré a lo único que me quedaba: el nombre de Diego. Sofía Rodríguez exhaló su último aliento, sola, en una habitación llena de los fantasmas de lo que podría haber sido. Pero algo había cambiado en Ricardo. La culpa lo devoró al descubrir la verdad.

Introducción

"¡Señor Guzmán, por favor! ¡Son sus hijos!", supliqué, arrodillada en el frío suelo de mármol.

Estaba a solo un mes de dar a luz a mis gemelos, los hijos de Ricardo Guzmán, el hombre que amaba.

Pero a su lado, con una sonrisa venenosa, estaba Camila Pérez, su protegida y la famosa influencer del momento.

"Sofía, nos estamos deshaciendo de un par de 'malas vibras'", dijo Ricardo, su voz fría como el metal.

Estas palabras resonaron en mi cabeza, la superstición estúpida de un charlatán de redes sociales que estaba a punto de destruir mi mundo.

Ricardo me había tildado de infiel y de bruja, manipulado por un "gurú" pagado por Camila.

Me arrancaron a mis bebés por la fuerza, dos pequeños cuerpos que nunca tuvieron la oportunidad de respirar.

"¡No! ¡No son malas vibras, son nuestros bebés!", grité, mientras me arrastraban.

Después, me sometieron a la tortura física y psicológica, arrodillada sobre un cojín de espinas, sintiendo cada punzada.

"¡Ella te lo confesó! ¡Ella lo planeó todo!", grité, rogando por su cordura.

Pero él me empujó, y Camila, la verdadera manipuladora, apareció con una incipiente barriga de embarazada, declarando que esperaba al "verdadero heredero" de Ricardo.

Mientras la agonía me consumía y la conciencia se desvanecía, sus risas brindando por el "éxito" y la eliminación de la "mala vibra" resonaron en mis oídos.

Me golpearon, me humillaron, me arrancaron el colgante de jade, el último vínculo con mis hijos.

Me obligaron a firmar una confesión falsa, amenazando la vida de mi único amigo, Diego.

Con mi último aliento, me aferré a lo único que me quedaba: el nombre de Diego.

Sofía Rodríguez exhaló su último aliento, sola, en una habitación llena de los fantasmas de lo que podría haber sido.

Pero algo había cambiado en Ricardo.

La culpa lo devoró al descubrir la verdad.

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Tentu, saya akan menambahkan POV (Point of View) ke setiap bab sesuai dengan permintaan Anda, tanpa mengubah format atau konten lainnya. Gabriela POV: Durante cinco años crié al hijo de mi esposo como si fuera mío, pero cuando su ex regresó, el niño me gritó que me odiaba y que prefería a su "tía Estrella". Leandro me dejó tirada y sangrando en un estacionamiento tras un accidente, solo para correr a consolar a su amante por un fingido dolor de cabeza. Entendí que mi tiempo había acabado, así que firmé la renuncia total a la custodia y desaparecí de sus vidas para siempre. Para salvar la imprenta de mi padre, acepté ser la esposa por contrato del magnate Leandro Angulo. Fui su sombra, la madre sustituta perfecta para Yeray y la esposa invisible que mantenía su mansión en orden. Pero bastó que Estrella, la actriz que lo abandonó años atrás, chasqueara los dedos para que ellos me borraran del mapa. Me humillaron en público, me despreciaron en mi propia casa y me hicieron sentir que mis cinco años de amor no valían nada. Incluso cuando Estrella me empujó por las escaleras, Leandro solo tuvo ojos para ella. Harta de ser el sacrificio, les dejé los papeles firmados y me marché sin mirar atrás. Años después, cuando me convertí en una autora famosa y feliz, Leandro vino a suplicar perdón de rodillas. Fue entonces cuando descubrió la verdad que lo destrozaría: nuestro matrimonio nunca fue legal y yo ya no le pertenecía.

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