Humillado por Amor Ciego

Humillado por Amor Ciego

Gavin

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El aroma a pastor y cilantro, el perfume de mi taquería "El Buen Sazón", se adhería a mí, Ricardo, mientras preparaba la fiesta de quince años sorpresa para mi hija Sofía. Pero la alegría se hizo añicos cuando, buscando pagar el salón, encontré a mi esposa, Elena, no en Guadalajara con su madre enferma, sino bailando un tango apasionado con su exnovio Miguel, con el que me había dicho que no tenía contacto. Al confrontarla, fui humillado públicamente, tachado de "acosador" y "celoso" por Elena, quien, con lágrimas falsas, me hizo echar del lugar ante la mirada de juicio de la gente, perdiendo con ello la reservación para la fiesta de Sofía. ¿Cómo era posible que la mujer a la que amaba con ciegacamente durante quince años me hiciera algo así, me despojara de mi dignidad con tanta frialdad y me dejara sin entender el porqué de tanta crueldad? La verdad, sin embargo, era mucho más retorcida, una que desvelaría la verdadera naturaleza de mi esposa y me obligaría a luchar no solo por mi honor, sino por el futuro de mi hija y por la memoria de quien creía su madre.

Introducción

El aroma a pastor y cilantro, el perfume de mi taquería "El Buen Sazón", se adhería a mí, Ricardo, mientras preparaba la fiesta de quince años sorpresa para mi hija Sofía.

Pero la alegría se hizo añicos cuando, buscando pagar el salón, encontré a mi esposa, Elena, no en Guadalajara con su madre enferma, sino bailando un tango apasionado con su exnovio Miguel, con el que me había dicho que no tenía contacto.

Al confrontarla, fui humillado públicamente, tachado de "acosador" y "celoso" por Elena, quien, con lágrimas falsas, me hizo echar del lugar ante la mirada de juicio de la gente, perdiendo con ello la reservación para la fiesta de Sofía.

¿Cómo era posible que la mujer a la que amaba con ciegacamente durante quince años me hiciera algo así, me despojara de mi dignidad con tanta frialdad y me dejara sin entender el porqué de tanta crueldad?

La verdad, sin embargo, era mucho más retorcida, una que desvelaría la verdadera naturaleza de mi esposa y me obligaría a luchar no solo por mi honor, sino por el futuro de mi hija y por la memoria de quien creía su madre.

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"¿Sofía? ¿Has sabido algo de Jorge?" El teléfono no paraba de sonar, una y otra vez, con la misma pregunta, el mismo tono de urgencia de mis suegros y mi padre. Acababa de dar a luz sola, mi pequeña Luna dormía a mi lado, ajena al mundo y al hombre que nos abandonó. Nadie preguntó cómo estaba yo. Solo por Jorge, mi esposo. La noche que todo se rompió, él miraba la televisión, hipnotizado por la noticia: "LAURA VEGA, DESAPARECIDA EN ZONA DE COMBATE". Laura Vega, su ex, su obsesión. Aquella cuya sombra siempre sentí. Sus ojos no me veían, solo a ella. Su decisión fue instantánea, loca: "Tengo que encontrarla", me dijo mientras yo sentía las primeras contracciones. "¿Qué estás diciendo, Jorge? Soy tu esposa, vamos a tener una hija", le supliqué, pero él ya empacaba, ciego, sordo. El dolor se hizo insoportable, la fuente se rompió, el líquido manchó el suelo. "Jorge, estoy de parto", le dije con la voz rota. Me miró, vio el charco. Una fracción de segundo de duda, luego la maleza de su obsesión le cubrió el rostro. "Llama a una ambulancia, Sofía. Estarás bien", dijo, y siguió empacando. Me apoyé en el umbral, el dolor cada vez más fuerte. "Si cruzas esa puerta ahora", mi voz sonó como hielo, "no vuelvas. Para nosotras, estarás muerto." "Cuando vuelva con Laura, lo entenderás", respondió. Y se fue. Se llevó todo: mi paz, mi confianza, y hasta el último centavo de nuestra cuenta conjunta. Me dejó aquí, sola, a punto de parir, para ir tras una fantasía. "¿Cómo pudiste?", chillaron. "¡Es tu esposo! ¡El padre de tu hija!" "Corazón es lo que a él le faltó", les respondí. El circo mediático, las llamadas, el acoso de su familia, la humillación pública... Era demasiado. Me llamaron fría, sin corazón. ¿Yo? ¿Sin corazón? La traición, el desamparo, el miedo me habían endurecido. Pero mi hija, mi Luna, era mi ancla. Y por ella, no iba a sucumbir. No me iba a derrumbar. No iba a suplicar. Iba a pelear. Iba a desmantelar cada parte de la vida que compartíamos. Iba a recuperar lo que era mío. Y él, Jorge, el "héroe", pagaría las consecuencias.

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