Ciego por Amor, Vengador por Dolor

Ciego por Amor, Vengador por Dolor

Gavin

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Capítulo

El mariachi Armando Robles lo tenía todo: talento, una prometida hermosa, Sofía, y el amor de su "madre", Doña Elena, la matriarca de los Robles. Pero una noche, todo se hizo pedazo. Lo golpearon salvajemente, lo dejaron ciego y tullido en un callejón apestoso. Mientras agonizaba, escuchó las voces que jamás hubiera imaginado: Sofía y Ricardo, su hermanastro, burlándose de él. "El imbécil del mariachi por fin está donde debe estar, en la basura" , dijo Ricardo. Y luego, el golpe de gracia: Doña Elena, la mujer que lo crió, reveló la verdad más cruel. "Tú eres mi verdadero hijo, Ricardo. Armando nunca debió existir. Lo intercambié al nacer por ti. Él es el hijo de ese infeliz de Carlos" . Mi vida entera era una farsa, construida sobre mentiras y traición por las personas que más amaba. El dolor físico se volvió insignificante ante la magnitud de la traición, ¿cómo pudieron hacerme algo así? Cuando los buitres de la prensa me acorralaron en un hospital de mala muerte, Doña Elena terminó de hundirme: "La familia Robles ya no tiene ninguna relación con él" . Pero justo cuando creí que todo estaba perdido, una voz familiar y rasposa me sacó del abismo: "¡Armando! ¡Compadre, aguanta!" Mis verdaderos hermanos de la vida, se negaron a abandonarme y me rescataron, dándome una segunda oportunidad inmejorable para la venganza. El mariachi Armando Robles había muerto en aquel callejón. Ahora, un nuevo Armando Renacía, con un solo propósito: la justicia.

Introducción

El mariachi Armando Robles lo tenía todo: talento, una prometida hermosa, Sofía, y el amor de su "madre", Doña Elena, la matriarca de los Robles.

Pero una noche, todo se hizo pedazo. Lo golpearon salvajemente, lo dejaron ciego y tullido en un callejón apestoso.

Mientras agonizaba, escuchó las voces que jamás hubiera imaginado: Sofía y Ricardo, su hermanastro, burlándose de él.

"El imbécil del mariachi por fin está donde debe estar, en la basura" , dijo Ricardo.

Y luego, el golpe de gracia: Doña Elena, la mujer que lo crió, reveló la verdad más cruel.

"Tú eres mi verdadero hijo, Ricardo. Armando nunca debió existir. Lo intercambié al nacer por ti. Él es el hijo de ese infeliz de Carlos" .

Mi vida entera era una farsa, construida sobre mentiras y traición por las personas que más amaba.

El dolor físico se volvió insignificante ante la magnitud de la traición, ¿cómo pudieron hacerme algo así?

Cuando los buitres de la prensa me acorralaron en un hospital de mala muerte, Doña Elena terminó de hundirme: "La familia Robles ya no tiene ninguna relación con él" .

Pero justo cuando creí que todo estaba perdido, una voz familiar y rasposa me sacó del abismo: "¡Armando! ¡Compadre, aguanta!"

Mis verdaderos hermanos de la vida, se negaron a abandonarme y me rescataron, dándome una segunda oportunidad inmejorable para la venganza.

El mariachi Armando Robles había muerto en aquel callejón.

Ahora, un nuevo Armando Renacía, con un solo propósito: la justicia.

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5.0

Siempre creí que mi vida con Ricardo De la Vega era un idilio. Él, mi tutor tras la muerte de mis padres, era mi protector, mi confidente, mi primer y secreto amor. Yo, una muchacha ingenua, estaba ciega de agradecimiento y devoción hacia el hombre que me había acogido en su hacienda tequilera en Jalisco. Esa dulzura se convirtió en veneno el día que me pidió lo impensable: donar un riñón para Isabela Montenegro, el amor de su vida que reaparecía en nuestras vidas gravemente enferma. Mi negativa, impulsada por el miedo y la traición ante su frialdad hacia mí, desató mi propio infierno: él me culpó de la muerte de Isabela, filtró mis diarios y cartas íntimas a la prensa, convirtiéndome en el hazmerreír de la alta sociedad. Luego, me despojó de mi herencia, me acusó falsamente de robo. Pero lo peor fue el día de mi cumpleaños, cuando me drogó, permitió que unos matones me golpearan brutalmente y abusaran de mí ante sus propios ojos, antes de herirme gravemente con un machete. "Esto es por Isabela", susurró, mientras me dejaba morir. El dolor físico no era nada comparado con la humillación y el horror de su indiferencia. ¿Cómo pudo un hombre al que amé tanto, que juró cuidarme, convertirme en su monstruo particular, en la víctima de su más cruel venganza? La pregunta me quemaba el alma. Pero el destino me dio una segunda oportunidad. Desperté, confundida, de nuevo en el hospital. ¡Había regresado! Estaba en el día exacto en que Ricardo me suplicó el riñón. Ya no era la ingenua Sofía; el trauma vivido había forjado en mí una frialdad calculada. "Acepto", le dije, mi voz inquebrantable, mientras planeaba mi escape y mi nueva vida lejos de ese infierno.

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