Despertar en 1987: Mi Regla

Despertar en 1987: Mi Regla

Gavin

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Capítulo

Me desperté con el familiar olor a humedad y fracaso. Era el 15 de abril de 1987, el día exacto en que mi infierno personal comenzó. En mi vida anterior, este día, Ricardo, mi prometido y el hombre con el que me casaría en dos meses, me pediría que mi prima Sofía se quedara a vivir con nosotros. Yo, la Elena tonta y sumisa, aceptaría sin dudar. No sabía que ellos ya eran amantes, que Sofía, con su falsa inocencia, me robaría todo: mi trabajo, mi amor (si es que alguna vez fue real), mi dote. Me aislarían, me harían parecer loca. Lo peor, el niño. Su hijo bastardo, el que me obligarían a criar como mío. Morí sola, en la pobreza, viéndolos gozar la vida que me arrebataron. Pero ya no más. Esta vez, era diferente. Ricardo entró con una charola de desayuno, su sonrisa encantadora que antes me derretía, ahora me revolvía el estómago. "Buenos días, mi amor. ¿Cómo amaneció la mujer más hermosa de Oaxaca?" Sabía lo que vendría. "Elena, necesito hablar contigo de algo importante." Y soltó la bomba: Sofía necesitaba quedarse. En el pasado, bajé la mirada. Ahora, lo miré directamente a los ojos. Sonreí. "Claro, Ricardo. Por supuesto que puede quedarse." Su mandíbula casi cae al suelo. Se esperaba una discusión. Le lancé sus propias palabras: "Es mi prima, es tu familia política. Es nuestro deber ayudarla." La arrogancia volvió a su rostro. Creía que había ganado. No sabía que ya no era la misma Elena. Cuando Sofía llegó, me llamó "la muchacha que ayuda con la limpieza." Ricardo palideció, pero lo interrumpí. "Soy Elena, la prometida de Ricardo. Mucho gusto." Su cara de sorpresa y luego pánico fue impagable. Más tarde, le di a Ricardo la excusa perfecta para que se quedaran solos. "No creo que regrese hasta la tarde." Los dejé en nuestra pequeña jaula, sabiendo exactamente lo que iba a pasar. Sofía se quejaría, Ricardo intentaría cocinar y quemaría la comida, y ella usaría su ineptitud para mostrarse superior. Yo ya no era la jugadora. Era la dueña del tablero.

Introducción

Me desperté con el familiar olor a humedad y fracaso.

Era el 15 de abril de 1987, el día exacto en que mi infierno personal comenzó.

En mi vida anterior, este día, Ricardo, mi prometido y el hombre con el que me casaría en dos meses, me pediría que mi prima Sofía se quedara a vivir con nosotros.

Yo, la Elena tonta y sumisa, aceptaría sin dudar.

No sabía que ellos ya eran amantes, que Sofía, con su falsa inocencia, me robaría todo: mi trabajo, mi amor (si es que alguna vez fue real), mi dote. Me aislarían, me harían parecer loca.

Lo peor, el niño. Su hijo bastardo, el que me obligarían a criar como mío.

Morí sola, en la pobreza, viéndolos gozar la vida que me arrebataron.

Pero ya no más. Esta vez, era diferente.

Ricardo entró con una charola de desayuno, su sonrisa encantadora que antes me derretía, ahora me revolvía el estómago.

"Buenos días, mi amor. ¿Cómo amaneció la mujer más hermosa de Oaxaca?"

Sabía lo que vendría.

"Elena, necesito hablar contigo de algo importante."

Y soltó la bomba: Sofía necesitaba quedarse.

En el pasado, bajé la mirada.

Ahora, lo miré directamente a los ojos. Sonreí.

"Claro, Ricardo. Por supuesto que puede quedarse."

Su mandíbula casi cae al suelo. Se esperaba una discusión.

Le lancé sus propias palabras: "Es mi prima, es tu familia política. Es nuestro deber ayudarla."

La arrogancia volvió a su rostro. Creía que había ganado.

No sabía que ya no era la misma Elena.

Cuando Sofía llegó, me llamó "la muchacha que ayuda con la limpieza."

Ricardo palideció, pero lo interrumpí. "Soy Elena, la prometida de Ricardo. Mucho gusto."

Su cara de sorpresa y luego pánico fue impagable.

Más tarde, le di a Ricardo la excusa perfecta para que se quedaran solos.

"No creo que regrese hasta la tarde."

Los dejé en nuestra pequeña jaula, sabiendo exactamente lo que iba a pasar. Sofía se quejaría, Ricardo intentaría cocinar y quemaría la comida, y ella usaría su ineptitud para mostrarse superior.

Yo ya no era la jugadora. Era la dueña del tablero.

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5.0

Siempre creí que mi vida con Ricardo De la Vega era un idilio. Él, mi tutor tras la muerte de mis padres, era mi protector, mi confidente, mi primer y secreto amor. Yo, una muchacha ingenua, estaba ciega de agradecimiento y devoción hacia el hombre que me había acogido en su hacienda tequilera en Jalisco. Esa dulzura se convirtió en veneno el día que me pidió lo impensable: donar un riñón para Isabela Montenegro, el amor de su vida que reaparecía en nuestras vidas gravemente enferma. Mi negativa, impulsada por el miedo y la traición ante su frialdad hacia mí, desató mi propio infierno: él me culpó de la muerte de Isabela, filtró mis diarios y cartas íntimas a la prensa, convirtiéndome en el hazmerreír de la alta sociedad. Luego, me despojó de mi herencia, me acusó falsamente de robo. Pero lo peor fue el día de mi cumpleaños, cuando me drogó, permitió que unos matones me golpearan brutalmente y abusaran de mí ante sus propios ojos, antes de herirme gravemente con un machete. "Esto es por Isabela", susurró, mientras me dejaba morir. El dolor físico no era nada comparado con la humillación y el horror de su indiferencia. ¿Cómo pudo un hombre al que amé tanto, que juró cuidarme, convertirme en su monstruo particular, en la víctima de su más cruel venganza? La pregunta me quemaba el alma. Pero el destino me dio una segunda oportunidad. Desperté, confundida, de nuevo en el hospital. ¡Había regresado! Estaba en el día exacto en que Ricardo me suplicó el riñón. Ya no era la ingenua Sofía; el trauma vivido había forjado en mí una frialdad calculada. "Acepto", le dije, mi voz inquebrantable, mientras planeaba mi escape y mi nueva vida lejos de ese infierno.

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