Otra Familia De Mi Marido

Otra Familia De Mi Marido

Gavin

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Capítulo

Mi carrera como diseñadora de moda iba en ascenso, y la consulta con una clienta importante prometía ser una más de mis rutinas glamorosas. Mientras esperaba en su lujosa residencia, un vaso de agua en mano, mi clienta me pidió un momento para atender a su hijo. Fue entonces, a través de un ventanal, que vi una escena que me paralizó y me quitó el aire. Mi esposo, Mateo, el chef exitoso y dueño de restaurantes, ese con quien compartí ocho años de mi vida, estaba jugando como padre con un niño de unos cinco años. La clienta salió, tendió ropa, y entre ella, la camisa de lino azul que le regalé a Mateo en nuestro aniversario. "Mateo, cariño, ten cuidado con Leo" , le dijo ella, y esa palabra, "cariño" , me perforó el alma. El niño me señaló, preguntó quién era, y la respuesta de ella fue "la diseñadora que te conté" . En ese instante, me di cuenta de que para Mateo, en su vida secreta, yo no era su esposa, sino una completa extraña. Mi matrimonio... ¿era todo una farsa monumental? Las noches de "problemas en el restaurante" , los viajes de "negocios" , sus promesas de un futuro juntos. El dolor era tan agudo que apenas podía sostenerme, pero no iba a desmoronarme frente a la otra familia de mi esposo. Salí de esa casa, de esa escena robada, y manejé sin rumbo, las lágrimas nublándome la vista. En nuestro "hogar" , encontré una caja con fotos de Mateo y Ana, ella embarazada, él sosteniendo al pequeño Leo con un amor que nunca me había dado. Un certificado de nacimiento confirmaba: Leo García, hijo de Ana García y Mateo Rivas, nacido hace cinco años. No era un desliz, era una vida entera construida sobre mis espaldas. La rabia y el dolor me hicieron gritar hasta que no pude más. "Hoy estuve en la casa de Ana" , le dije a Mateo cuando llegó, "vi a tu hijo" . Su falso arrepentimiento y sus mentiras absurdas, como decir que Leo no era suyo, hicieron que mi corazón se endureciera. Viéndolo de rodillas, suplicando perdón con lágrimas falsas, supe que el hombre al que amaba nunca había existido. Entonces, en medio de su patético intento de manipulación, me propuso el colmo de la locura: "Podemos traer a Leo a vivir con nosotros, Sofía. Tú siempre quisiste ser madre" . ¿Qué? ¿Criar al hijo de su amante como si fuera mío? ¿Sería tan cínico? Cuando me gritó que todo era mi culpa, que yo no era "suficiente" por mi carrera, me di cuenta de que mi amor por él había muerto. "Quiero el divorcio, Mateo. No quiero volver a verte en mi vida" . Esa noche, salí de casa, con el corazón roto, pero con una nueva determinación. Llegué a casa de mi hermana Laura, y entre sollozos, le conté el infierno. Su apoyo incondicional me dio la fuerza para levantarme. "Ese desgraciado me las va a pagar", dijo Laura con rabia. Mateo no se dio por vencido, intentó registrar a Leo como nuestro hijo para proteger "su legado" . Laura le dio una bofetada y lo echó. "¡Lárgate de mi casa!" . Pero la guerra apenas comenzaba, y yo le prometí una cosa: "Y yo soy Sofía, la mujer que te va a quitar hasta el último centavo que te ayudé a ganar" . Cuando Mateo y Ana aparecieron de nuevo, ella teatralmente arrodillada, usando a Leo como escudo, mi hermana los despachó sin piedad. Pero un detalle me heló la sangre: el gesto de Ana, tocándose el vientre, el mismo gesto de una mujer embarazada. No podía ser. Cuando los vi al día siguiente, la verdad, "embarazo en camino" , fue una bomba. No solo un hijo, sino otro en camino. Y entonces, Mateo soltó la verdad más cruel: "¿O quieres que le cuente a Sofía dónde estuvo tu maridito Ricardo anoche? ¿Quieres que le cuente sobre la 'amiga en apuros' a la que él también está 'ayudando' ?" Mi hermana, mi pilar, había sido traicionada por su propio esposo de la misma manera vergonzosa. En ese momento, supimos que estábamos juntas en esto, listas para luchar. No éramos víctimas, sino guerreras.

Introducción

Mi carrera como diseñadora de moda iba en ascenso, y la consulta con una clienta importante prometía ser una más de mis rutinas glamorosas.

Mientras esperaba en su lujosa residencia, un vaso de agua en mano, mi clienta me pidió un momento para atender a su hijo.

Fue entonces, a través de un ventanal, que vi una escena que me paralizó y me quitó el aire.

Mi esposo, Mateo, el chef exitoso y dueño de restaurantes, ese con quien compartí ocho años de mi vida, estaba jugando como padre con un niño de unos cinco años.

La clienta salió, tendió ropa, y entre ella, la camisa de lino azul que le regalé a Mateo en nuestro aniversario.

"Mateo, cariño, ten cuidado con Leo" , le dijo ella, y esa palabra, "cariño" , me perforó el alma.

El niño me señaló, preguntó quién era, y la respuesta de ella fue "la diseñadora que te conté" .

En ese instante, me di cuenta de que para Mateo, en su vida secreta, yo no era su esposa, sino una completa extraña.

Mi matrimonio... ¿era todo una farsa monumental? Las noches de "problemas en el restaurante" , los viajes de "negocios" , sus promesas de un futuro juntos.

El dolor era tan agudo que apenas podía sostenerme, pero no iba a desmoronarme frente a la otra familia de mi esposo.

Salí de esa casa, de esa escena robada, y manejé sin rumbo, las lágrimas nublándome la vista.

En nuestro "hogar" , encontré una caja con fotos de Mateo y Ana, ella embarazada, él sosteniendo al pequeño Leo con un amor que nunca me había dado.

Un certificado de nacimiento confirmaba: Leo García, hijo de Ana García y Mateo Rivas, nacido hace cinco años.

No era un desliz, era una vida entera construida sobre mis espaldas.

La rabia y el dolor me hicieron gritar hasta que no pude más.

"Hoy estuve en la casa de Ana" , le dije a Mateo cuando llegó, "vi a tu hijo" .

Su falso arrepentimiento y sus mentiras absurdas, como decir que Leo no era suyo, hicieron que mi corazón se endureciera.

Viéndolo de rodillas, suplicando perdón con lágrimas falsas, supe que el hombre al que amaba nunca había existido.

Entonces, en medio de su patético intento de manipulación, me propuso el colmo de la locura: "Podemos traer a Leo a vivir con nosotros, Sofía. Tú siempre quisiste ser madre" .

¿Qué? ¿Criar al hijo de su amante como si fuera mío? ¿Sería tan cínico?

Cuando me gritó que todo era mi culpa, que yo no era "suficiente" por mi carrera, me di cuenta de que mi amor por él había muerto.

"Quiero el divorcio, Mateo. No quiero volver a verte en mi vida" .

Esa noche, salí de casa, con el corazón roto, pero con una nueva determinación.

Llegué a casa de mi hermana Laura, y entre sollozos, le conté el infierno.

Su apoyo incondicional me dio la fuerza para levantarme. "Ese desgraciado me las va a pagar", dijo Laura con rabia.

Mateo no se dio por vencido, intentó registrar a Leo como nuestro hijo para proteger "su legado" .

Laura le dio una bofetada y lo echó. "¡Lárgate de mi casa!" .

Pero la guerra apenas comenzaba, y yo le prometí una cosa: "Y yo soy Sofía, la mujer que te va a quitar hasta el último centavo que te ayudé a ganar" .

Cuando Mateo y Ana aparecieron de nuevo, ella teatralmente arrodillada, usando a Leo como escudo, mi hermana los despachó sin piedad.

Pero un detalle me heló la sangre: el gesto de Ana, tocándose el vientre, el mismo gesto de una mujer embarazada.

No podía ser.

Cuando los vi al día siguiente, la verdad, "embarazo en camino" , fue una bomba. No solo un hijo, sino otro en camino.

Y entonces, Mateo soltó la verdad más cruel: "¿O quieres que le cuente a Sofía dónde estuvo tu maridito Ricardo anoche? ¿Quieres que le cuente sobre la 'amiga en apuros' a la que él también está 'ayudando' ?"

Mi hermana, mi pilar, había sido traicionada por su propio esposo de la misma manera vergonzosa.

En ese momento, supimos que estábamos juntas en esto, listas para luchar. No éramos víctimas, sino guerreras.

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El zumbido del aire acondicionado en el aeropuerto apenas disimulaba el silencio entre Ricardo y yo; nuestro viaje a Oaxaca, planeado por meses como una pre-luna de miel, de repente se sintió como un último aliento. Justo cuando Ricardo me preguntaba si estaba emocionada, con esa sonrisa perfecta suya, vi a Elena. Venía hacia nosotros con su hija Isabella, esa influencer de viajes, la ex de Ricardo, la madre de su única conexión con un pasado que yo intentaba ignorar. La voz de Elena, demasiado alta, anunció que ellas también iban a Oaxaca, y la sonrisa de Ricardo se congeló, aunque rápidamente la transformó en una máscara de sorpresa forzada. Luego, la pequeña Isabella, con los ojos de su madre, se escondió detrás de Elena, mirándome con una evaluación inquietante, no la inocencia de una niña. Elena, con una falsa dulzura, comentó sobre mi atuendo: "Qué bonito tu conjunto. ¿Lo diseñaste tú?". Sabía que lo decía para recalcar que mi profesión era un "pasatiempo caro", algo que mi familia, y a veces Ricardo, creían. Y entonces, sin que yo pudiera procesar la humillación, Elena pidió sentarse con nosotros en el avión, alegando que Isabella "se sentía mal". Ricardo, en lugar de poner límites, solo miró a la niña que convenientemente empezó a toser de forma exagerada, y cedió. Nuestro espacio para dos se hizo añicos, y me encontré sentada al otro lado, una extraña en lo que debería haber sido nuestro viaje de prometidos, mientras Ricardo les ponía caricaturas a Isabella y Elena le acariciaba el brazo. Cuando en el avión me pidieron cambiar mi asiento de primera clase por uno en turista para que Elena y su hija pudieran estar junto a Ricardo, vi la súplica en sus ojos: "No armes un escándalo, Sofía". No dije nada, solo tomé mi bolso y me fui a la fila de atrás, sentándome junto a un extraño, mientras los veía desde la distancia. Vi cómo la mano de Elena descansaba sobre la de Ricardo, cómo él le abrochaba el cinturón a Isabella, cómo reían y murmuraban, creando una burbuja a la que yo no pertenecía. El avión despegó y Ricardo, reclinado con Elena en su hombro, ni siquiera me buscó con la mirada. En ese momento, supe que no era solo el viaje lo que no había terminado antes de empezar, sino mi relación. La humillación continuó en Oaxaca, donde Elena monopolizó a Ricardo, quien ignoró mis diseños para escucharla. Al día siguiente, me desperté sola con una nota de Ricardo: "Fui con Elena a llevar a Isa a un tour... Te amo". "Te amo", la palabra se sentía tan vacía. Entonces lo vi en Instagram: Elena había subido una foto de Ricardo con el pie de foto: "Mío". Y el comentario de mi propio hermano, Diego: "¡Cuñado! ¡Se te ve increíble! Disfruten. Elena, cuídalo bien". Mi propio hermano estaba del lado de ella. El último clavo fue el comentario de Elena, respondiéndole a alguien: "Ricardo dice que Sofía es un poco aburrida para estos viajes, que no le gusta la aventura, jeje". Sentí el aire faltarme, la humillación pública era total. No era solo Ricardo, era mi familia, era el mundo que me había traicionado. Con las manos temblorosas, abrí mi celular y busqué el nombre de Ricardo. Presioné "Bloquear contacto". Y luego, con una sonrisa amarga, cancelé su boleto de avión de primera clase, el que yo le había regalado por su cumpleaños, dejándolo varado. Mi guerra había terminado.

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