Adiós, Infidelidad: Mi Felicidad Genuina

Adiós, Infidelidad: Mi Felicidad Genuina

Gavin

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Capítulo

La música suave del restaurante ocultaba el ruido ensordecedor de las risas forzadas y los brindis en el palco privado, un sonido que a Sofía, sentada en un rincón con un vestido que se sentía como un disfraz, le resultaba cada vez más ajeno. El brindis de Ricardo, uno de los socios de su esposo Mateo, la golpeó como un balde de agua fría: "¡Un brindis por Sofía, la mujer detrás del gran Mateo! Aunque no entendamos de moda o de cosas de casa, ¡hay que admitir que mantiene a nuestro campeón contento!" Las carcajadas estallaron, ruidosas y condescendientes, un coro de hombres que la veían como un accesorio; y Mateo, con un aire de dueño, le susurró, bajando la voz: "Lástima que no terminaste la universidad, podrías entender de qué hablamos, en lugar de solo sonreír y asentir." Cada palabra fue una bofetada, una humillación calculada, seguida por su cruel monólogo a los demás: "¿Qué haría sin mí? Sería una diseñadora más, pasando hambre. Ahora es la esposa de Mateo Reyes, tiene todo lo que podría desear." La cuerda que la había mantenido atada a esa vida de humillaciones finalmente se rompió, y con una determinación fría y afilada, interrumpió su auto-felicitación con un susurro que cortó el ruido de la habitación como un cuchillo. "Quiero el divorcio." Mateo rompió en una carcajada estruendosa, seguido por el coro cruel de sus socios: "¿Y de qué vas a vivir? ¿De tus dibujitos?" Su esposo, con una sonrisa de desprecio, le espetó: "Tú no tienes nada. Todo lo que tienes, desde ese vestido que llevas puesto hasta el coche que manejas, es mío. Tú solo has sido un ama de casa. Una muy cara, por cierto." La aparición de Valeria, la nueva "asistente personal" de Mateo, sentada peligrosamente cerca, con la mano en su muslo y una sonrisa venenosa, fue la traición final, un golpe público que demostraba su reemplazo inminente. La rabia fría y la náusea la invadieron, pero en medio de la humillación, Sofía entendió: si el hombre que había prometido amar y proteger no la respetaba, ¿por qué lo harían los demás? Se levantó, sacó una carpeta azul cielo de su bolso de diseñador y la puso sobre la mesa con un suave golpe que resonó en el silencio sepulcral: "Lo preparé hace seis meses."

Introducción

La música suave del restaurante ocultaba el ruido ensordecedor de las risas forzadas y los brindis en el palco privado, un sonido que a Sofía, sentada en un rincón con un vestido que se sentía como un disfraz, le resultaba cada vez más ajeno.

El brindis de Ricardo, uno de los socios de su esposo Mateo, la golpeó como un balde de agua fría: "¡Un brindis por Sofía, la mujer detrás del gran Mateo! Aunque no entendamos de moda o de cosas de casa, ¡hay que admitir que mantiene a nuestro campeón contento!"

Las carcajadas estallaron, ruidosas y condescendientes, un coro de hombres que la veían como un accesorio; y Mateo, con un aire de dueño, le susurró, bajando la voz: "Lástima que no terminaste la universidad, podrías entender de qué hablamos, en lugar de solo sonreír y asentir."

Cada palabra fue una bofetada, una humillación calculada, seguida por su cruel monólogo a los demás: "¿Qué haría sin mí? Sería una diseñadora más, pasando hambre. Ahora es la esposa de Mateo Reyes, tiene todo lo que podría desear."

La cuerda que la había mantenido atada a esa vida de humillaciones finalmente se rompió, y con una determinación fría y afilada, interrumpió su auto-felicitación con un susurro que cortó el ruido de la habitación como un cuchillo.

"Quiero el divorcio."

Mateo rompió en una carcajada estruendosa, seguido por el coro cruel de sus socios: "¿Y de qué vas a vivir? ¿De tus dibujitos?"

Su esposo, con una sonrisa de desprecio, le espetó: "Tú no tienes nada. Todo lo que tienes, desde ese vestido que llevas puesto hasta el coche que manejas, es mío. Tú solo has sido un ama de casa. Una muy cara, por cierto."

La aparición de Valeria, la nueva "asistente personal" de Mateo, sentada peligrosamente cerca, con la mano en su muslo y una sonrisa venenosa, fue la traición final, un golpe público que demostraba su reemplazo inminente.

La rabia fría y la náusea la invadieron, pero en medio de la humillación, Sofía entendió: si el hombre que había prometido amar y proteger no la respetaba, ¿por qué lo harían los demás?

Se levantó, sacó una carpeta azul cielo de su bolso de diseñador y la puso sobre la mesa con un suave golpe que resonó en el silencio sepulcral: "Lo preparé hace seis meses."

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La tarde en que Ricardo regresó, el sol implacable bañaba los impecables jardines de la mansión Vargas, casi tan cegador como el traje de lino blanco que él vestía. Un deportivo, escandaloso y ostentoso como su dueño, derrapó sobre la grava, soltando a una mujer pálida y frágil, aferrada a él como si su vida dependiera de ello: Camila Soto, la influencer desaparecida. Los vi entrar por el ventanal, sin invitación, como si la casa aún les perteneciera, ignorando a una Lupe que intentaba detenerlos. "Vengo a verla a ella," dijo él, su sonrisa torcida, esa misma sonrisa de hace tres años cuando me dejó plantada en el altar, diciendo que buscaba su «espíritu» en un rancho. "Sofía," espetó, su voz cargada de una autoridad inexistente, "veo que sigues aquí, como una buena perra fiel esperando a su amo." Luego, Ricardo se desplomó en el sofá de cuero de Alejandro, su padre, y dijo: "Hemos vuelto para quedarnos." Mi corazón no tembló, solo una fría calma, la calma de quien espera una tormenta anunciada, porque sabía que él no era el rey, y yo ya no era la ingenua que él había abandonado. Él no sabía que, con Alejandro, había encontrado dignidad, un hogar y un amor profundo que sanó las heridas de su traición. Me di la vuelta para ir a la cocina, con sus miradas clavadas en mi espalda, pensando que yo seguía siendo la misma Sofía. Pero justo en ese momento, una pequeña figura se lanzó hacia mí, riendo a carcajadas. "¡Mami, te encontré!" Un niño de dos años, con el cabello oscuro y los ojos brillantes de Alejandro, se abrazó a mi pierna, ajeno a la gélida tensión que se cernió sobre el salón. "Mami," preguntó con su vocecita clara, "¿Quiénes son?"

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