El Futuro No Escrito

El Futuro No Escrito

Gavin

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Miré la pantalla de mi computadora, las listas de admisión universitarias brillando, pero mis ojos se clavaron en dos nombres ausentes del lugar que siempre habíamos planeado. Carla y Mónica, mis prometidas, criadas en mi hogar como hijas, habían elegido una universidad completamente distinta, desechando años de planificación y la costosa matrícula que mis padres ya habían pagado. Justo cuando la ira me impulsaba a confrontarlas, una advertencia inquietante parpadeó en rojo chillante en mi pantalla: "Si intentas interferir, tu futuro será la ruina absoluta. Serás el villano cornudo patético de esta historia, un escalón para su verdadero amor." Ellas entraron riendo, anunciando su "sorpresa" y su matrícula en la Universidad del Norte, desechando nuestro acuerdo como si nada. La furia me consumía, enterarme de que habían tirado a la basura miles de pesos y años de futuro sin consultarme, era inaceptable. Incluso después de mi forzada aceptación, exigieron que mis padres pagaran más dinero por su nueva universidad y un departamento lujoso, revelando sus verdaderas intenciones. Mis "prometidas" ya no eran las dulces e inocentes chicas que mi familia creía, sino manipuladoras calculadoras dispuestas a exprimirnos hasta la última gota. La advertencia volvió a aparecer: "Serás recordado como el tonto que pagó el nido de amor de sus prometidas con otro hombre." La audacia, la ingratitud, la traición. La risa de Carla. La mirada cómplice de Mónica. Sus voces susurrando sobre "Zarco" , el matón del que todos hablaban. El juego cambió para siempre, la complacencia del "viejo Mateo" murió en ese instante. Tomé una decisión que lo cambiaría todo: cortar cada centavo que mi familia les había provisto. Ya no iba a ser su cajero automático.

Introducción

Miré la pantalla de mi computadora, las listas de admisión universitarias brillando, pero mis ojos se clavaron en dos nombres ausentes del lugar que siempre habíamos planeado.

Carla y Mónica, mis prometidas, criadas en mi hogar como hijas, habían elegido una universidad completamente distinta, desechando años de planificación y la costosa matrícula que mis padres ya habían pagado.

Justo cuando la ira me impulsaba a confrontarlas, una advertencia inquietante parpadeó en rojo chillante en mi pantalla: "Si intentas interferir, tu futuro será la ruina absoluta. Serás el villano cornudo patético de esta historia, un escalón para su verdadero amor."

Ellas entraron riendo, anunciando su "sorpresa" y su matrícula en la Universidad del Norte, desechando nuestro acuerdo como si nada.

La furia me consumía, enterarme de que habían tirado a la basura miles de pesos y años de futuro sin consultarme, era inaceptable.

Incluso después de mi forzada aceptación, exigieron que mis padres pagaran más dinero por su nueva universidad y un departamento lujoso, revelando sus verdaderas intenciones.

Mis "prometidas" ya no eran las dulces e inocentes chicas que mi familia creía, sino manipuladoras calculadoras dispuestas a exprimirnos hasta la última gota.

La advertencia volvió a aparecer: "Serás recordado como el tonto que pagó el nido de amor de sus prometidas con otro hombre."

La audacia, la ingratitud, la traición. La risa de Carla. La mirada cómplice de Mónica. Sus voces susurrando sobre "Zarco" , el matón del que todos hablaban.

El juego cambió para siempre, la complacencia del "viejo Mateo" murió en ese instante.

Tomé una decisión que lo cambiaría todo: cortar cada centavo que mi familia les había provisto.

Ya no iba a ser su cajero automático.

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5.0

Mi mano temblaba mientras firmaba los papeles del divorcio, un acto que sellaría el fin de mi matrimonio con Isabella y pondría en marcha un futuro incierto. Pero para mí, Ricardo Vargas, ese no era el final, sino el comienzo de una segunda oportunidad, un milagro inexplicable tras una pesadilla que ya había vivido una vez. Recordaba la ceguera de Isabella, su devoción absoluta por su hermana, Camila, y su sobrino mimado, Mateo, cómo mi hogar se convirtió en una fuente inagotable de recursos para ellos, mientras mi propia hija, Sofía, era ignorada. La imagen más dolorosa, la que me había despertado sudando frío, era la de mi pequeña Sofía, de solo cinco años, ardiendo en fiebre, luchando por respirar. Mientras yo, desesperado, llamaba a Isabella una y otra vez sin obtener respuesta; ella, como siempre, atendía los caprichos de su hermana. Cuando finalmente regresó a casa, ya era demasiado tarde: la vida de Sofía se había apagado en la soledad de su habitación, y con ella, el alma de Ricardo se había roto en mil pedazos. Ahora que el destino me había dado una segunda oportunidad, me di cuenta de que mi esposa ni siquiera conocía a su propia hija. Necesitaba una prueba, un ultimátum silencioso, y así se lo propuse a mi Sofía: "Cuando mamá llegue, si viene a verte a ti primero y te da un beso, nos quedaremos aquí todos juntos; pero si va primero a ver a tu primo Mateo, entonces tú y yo nos iremos de viaje, un viaje muy largo, solo nosotros dos, ¿estás de acuerdo?". Unos minutos después, el auto de Isabella se estacionó afuera y escuchamos su voz melosa y preocupada: "¡Camila! ¡Mateíto, mi vida! ¿Cómo están? Vine en cuanto me dijiste que el niño tenía tos". Y así, la traición se confirmó, fresca y punzante como la primera vez, mientras veía la silenciosa decepción en los ojitos de mi Sofía. En ese momento, la rabia crecía en mi interior, y me di cuenta de que Isabella no había cambiado; ella nunca cambiaría. No sabía que esta vez, yo sí lo haría.

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