El Anillo de la Traición

El Anillo de la Traición

Gavin

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El aire de mi taller, perfumado a tela nueva y café, me susurraba historias de éxito. Mi corazón rebosaba de alegría: mi negocio de moda florecía y Carlos, mi prometido, me acababa de pedir matrimonio con un diamante espectacular. Incluso mi mejor amiga, Elena, lloró de "felicidad" por mí, mientras su pequeña boutique languidecía. Pero la perfección se hizo añicos en Coyoacán, cuando Don Ricardo, un curandero del barrio, clavó su mirada en mi anillo. "Niña" , me dijo con voz rasposa, "ese anillo... no es de buena suerte. Guarda algo que perteneció a un muerto" . Lo descarté como tonterías, pero ese mismo día, mi negocio se desplomó: pedidos cancelados, proveedores fallidos, diseñadores que me abandonaban. Mientras mi mundo se desmoronaba, el de Elena florecía inexplicablemente. La advertencia de Don Ricardo resonó, insistente. Lo busqué de nuevo, desesperada, y me reveló una verdad escalofriante: el anillo contenía las cenizas de Chico, el perro de Elena. "Es un 'intercambio de fortuna' " , explicó. "Ella y tu prometido lo planearon. El anillo te roba la vida, tu suerte se transfiere a ella." Sentí que el alma se me desgarraba. Carlos, el hombre que amaba, mi mejor amiga... cómplices. Todo había sido una farsa, una cruel estafa para robarme mi herencia, mi vida. Intenté quitarme el anillo, pero estaba atascado, frío como el hielo. Don Ricardo me dio una última, terrible opción: transferir la maldición a otra persona antes de medianoche o perderlo todo. ¿Condenar a una inocente? La sola idea me revolvía el estómago. "No puedo" , le rogué. "No puedo hacerle esto a nadie" . Su respuesta fue gélida: "La elección es tuya, niña. Pero ellos no tuvieron compasión de ti" . Decidí buscar pruebas antes de actuar. Observé a Elena, radiante de éxito, la personificación de mi prosperidad robada. Llamé a Carlos, y su alegría por una inversión "milagrosa" confirmó mis peores temores: era mi dinero, mi suerte. La conversación con Elena confirmó su plan: "La estúpida de Sofía se tragó todo el cuento... para la medianoche, estará en la quiebra total. Y entonces, su herencia será vulnerable". La ira me consumió, una furia fría y calculadora. Así que volví al departamento, donde el infierno se desató.

Introducción

El aire de mi taller, perfumado a tela nueva y café, me susurraba historias de éxito.

Mi corazón rebosaba de alegría: mi negocio de moda florecía y Carlos, mi prometido, me acababa de pedir matrimonio con un diamante espectacular.

Incluso mi mejor amiga, Elena, lloró de "felicidad" por mí, mientras su pequeña boutique languidecía.

Pero la perfección se hizo añicos en Coyoacán, cuando Don Ricardo, un curandero del barrio, clavó su mirada en mi anillo.

"Niña" , me dijo con voz rasposa, "ese anillo... no es de buena suerte. Guarda algo que perteneció a un muerto" .

Lo descarté como tonterías, pero ese mismo día, mi negocio se desplomó: pedidos cancelados, proveedores fallidos, diseñadores que me abandonaban.

Mientras mi mundo se desmoronaba, el de Elena florecía inexplicablemente.

La advertencia de Don Ricardo resonó, insistente.

Lo busqué de nuevo, desesperada, y me reveló una verdad escalofriante: el anillo contenía las cenizas de Chico, el perro de Elena.

"Es un 'intercambio de fortuna' " , explicó. "Ella y tu prometido lo planearon. El anillo te roba la vida, tu suerte se transfiere a ella."

Sentí que el alma se me desgarraba. Carlos, el hombre que amaba, mi mejor amiga... cómplices.

Todo había sido una farsa, una cruel estafa para robarme mi herencia, mi vida.

Intenté quitarme el anillo, pero estaba atascado, frío como el hielo.

Don Ricardo me dio una última, terrible opción: transferir la maldición a otra persona antes de medianoche o perderlo todo.

¿Condenar a una inocente? La sola idea me revolvía el estómago.

"No puedo" , le rogué. "No puedo hacerle esto a nadie" .

Su respuesta fue gélida: "La elección es tuya, niña. Pero ellos no tuvieron compasión de ti" .

Decidí buscar pruebas antes de actuar.

Observé a Elena, radiante de éxito, la personificación de mi prosperidad robada.

Llamé a Carlos, y su alegría por una inversión "milagrosa" confirmó mis peores temores: era mi dinero, mi suerte.

La conversación con Elena confirmó su plan: "La estúpida de Sofía se tragó todo el cuento... para la medianoche, estará en la quiebra total. Y entonces, su herencia será vulnerable".

La ira me consumió, una furia fría y calculadora.

Así que volví al departamento, donde el infierno se desató.

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