Era un día cualquiera en "Éclat", mi purgatorio de lujo, donde vendía sueños a mujeres que ya lo tenían todo. Pero esa tarde, Camila Salazar entró como un huracán, exigiendo que me arrodillara para quitarle sus tacones. Me negué, con la voz temblando por la furia contenida. "Prefiero ser despedida con dignidad que conservar un trabajo de rodillas" , le espeté. Y así fue. La puerta de cristal se cerró detrás de mí, dejándome desempleada pero extrañamente libre. Mientras ahogaba mis penas con un café barato, él apareció: Alejandro Vargas, con su sonrisa de depredador. Me hizo una oferta que sonaba a cuento de hadas: un año de lujos desmedidos, a cambio de ser... suya. "Después del año, cada quien por su lado. Te irás con una buena cantidad de dinero", prometió. Sabía que esto era una cruel apuesta orquestada por Camila para humillarme y luego verme caer. Pero lo que ellos no sabían era que la verdadera cazadora, la que había visto la trampa desde kilómetros de distancia, era yo. Acepté, y en mi mente, no fue una rendición, sino una declaración de guerra. Me volví la "cenicienta" perfecta, deslumbrada y avariciosa, mientras secretamente transformaba cada "regalo" en munición. Observé cómo su retorcido juego se desmoronaba desde adentro, alimentado por sus propios celos y mi falsa inocencia. Pero cuando llegó el día de mi "humillación final", con cámaras y sus amigos sedientos de morbo, entendí que no era el final. Era el comienzo de mi imperio. ¿Y si todo lo que creíste que era tu caída se convierte en tu más grande ascenso? ¿Qué harías si el arma de tus enemigos se transforma en el combustible de tu victoria?
Era un día cualquiera en "Éclat", mi purgatorio de lujo, donde vendía sueños a mujeres que ya lo tenían todo.
Pero esa tarde, Camila Salazar entró como un huracán, exigiendo que me arrodillara para quitarle sus tacones.
Me negué, con la voz temblando por la furia contenida.
"Prefiero ser despedida con dignidad que conservar un trabajo de rodillas" , le espeté.
Y así fue. La puerta de cristal se cerró detrás de mí, dejándome desempleada pero extrañamente libre.
Mientras ahogaba mis penas con un café barato, él apareció: Alejandro Vargas, con su sonrisa de depredador.
Me hizo una oferta que sonaba a cuento de hadas: un año de lujos desmedidos, a cambio de ser... suya.
"Después del año, cada quien por su lado. Te irás con una buena cantidad de dinero", prometió.
Sabía que esto era una cruel apuesta orquestada por Camila para humillarme y luego verme caer.
Pero lo que ellos no sabían era que la verdadera cazadora, la que había visto la trampa desde kilómetros de distancia, era yo.
Acepté, y en mi mente, no fue una rendición, sino una declaración de guerra.
Me volví la "cenicienta" perfecta, deslumbrada y avariciosa, mientras secretamente transformaba cada "regalo" en munición.
Observé cómo su retorcido juego se desmoronaba desde adentro, alimentado por sus propios celos y mi falsa inocencia.
Pero cuando llegó el día de mi "humillación final", con cámaras y sus amigos sedientos de morbo, entendí que no era el final.
Era el comienzo de mi imperio.
¿Y si todo lo que creíste que era tu caída se convierte en tu más grande ascenso?
¿Qué harías si el arma de tus enemigos se transforma en el combustible de tu victoria?
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