Me Abandona Por Su Ex

Me Abandona Por Su Ex

Gavin

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Capítulo

A un mes de mi boda, Ricardo, el hombre con el que había compartido cinco años de mi vida, me citó en nuestra cafetería favorita, el mismo lugar donde me propuso matrimonio. Esperaba planes, no un terremoto. Con la frialdad de un abogado en un juicio, soltó las palabras que destrozaron mi mundo: "Sofía, deberíamos cancelar la boda... por Camila." Camila. Su exnovia de preparatoria, la sombra eterna que siempre nos persiguió. Dijo que ella estaba en un "problema legal muy grande" y que solo él podía salvarla, sacrificando nuestro futuro por su pasado y revelando que para él, yo siempre fui la segunda opción, la segura hasta que ella lo chasqueara. El dolor era insoportable, pero fue la humillación lo que me asfixió. ¿Cómo pude ser tan ciega? ¿Cómo pude entregarle todo a un hombre que me veía como un objeto desechable, fácil de reemplazar por el fantasma de su juventud? Pero en medio del caos, algo hizo clic. Me levanté, la dignidad más fuerte que el corazón roto, le dije que pagara la cuenta y me fui. Mientras intentaba huir de ese infierno, la vida me puso a prueba: un coche que frenó a centímetros de mí, un instante de terror. De la nada, apareció Miguel, un extraño que, con una disculpa sincera y una mano quemada por mi culpa, me ofreció más amabilidad que Ricardo en años. Ese día, volviendo sola a un departamento que se sentía vacío, el anillo que una vez brilló con promesas se convirtió en un trozo de hielo. Comprendí la verdad devastadora: para Ricardo, nuestra boda no era un compromiso, era una red de seguridad temporal, y deshacerse de ella un alivio. Era hora de dejar de ser la arquitecta de mis propias ruinas y empezar a construir algo nuevo.

Introducción

A un mes de mi boda, Ricardo, el hombre con el que había compartido cinco años de mi vida, me citó en nuestra cafetería favorita, el mismo lugar donde me propuso matrimonio.

Esperaba planes, no un terremoto.

Con la frialdad de un abogado en un juicio, soltó las palabras que destrozaron mi mundo: "Sofía, deberíamos cancelar la boda... por Camila."

Camila. Su exnovia de preparatoria, la sombra eterna que siempre nos persiguió.

Dijo que ella estaba en un "problema legal muy grande" y que solo él podía salvarla, sacrificando nuestro futuro por su pasado y revelando que para él, yo siempre fui la segunda opción, la segura hasta que ella lo chasqueara.

El dolor era insoportable, pero fue la humillación lo que me asfixió.

¿Cómo pude ser tan ciega? ¿Cómo pude entregarle todo a un hombre que me veía como un objeto desechable, fácil de reemplazar por el fantasma de su juventud?

Pero en medio del caos, algo hizo clic. Me levanté, la dignidad más fuerte que el corazón roto, le dije que pagara la cuenta y me fui.

Mientras intentaba huir de ese infierno, la vida me puso a prueba: un coche que frenó a centímetros de mí, un instante de terror.

De la nada, apareció Miguel, un extraño que, con una disculpa sincera y una mano quemada por mi culpa, me ofreció más amabilidad que Ricardo en años.

Ese día, volviendo sola a un departamento que se sentía vacío, el anillo que una vez brilló con promesas se convirtió en un trozo de hielo.

Comprendí la verdad devastadora: para Ricardo, nuestra boda no era un compromiso, era una red de seguridad temporal, y deshacerse de ella un alivio.

Era hora de dejar de ser la arquitecta de mis propias ruinas y empezar a construir algo nuevo.

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Siempre creí que mi vida con Ricardo De la Vega era un idilio. Él, mi tutor tras la muerte de mis padres, era mi protector, mi confidente, mi primer y secreto amor. Yo, una muchacha ingenua, estaba ciega de agradecimiento y devoción hacia el hombre que me había acogido en su hacienda tequilera en Jalisco. Esa dulzura se convirtió en veneno el día que me pidió lo impensable: donar un riñón para Isabela Montenegro, el amor de su vida que reaparecía en nuestras vidas gravemente enferma. Mi negativa, impulsada por el miedo y la traición ante su frialdad hacia mí, desató mi propio infierno: él me culpó de la muerte de Isabela, filtró mis diarios y cartas íntimas a la prensa, convirtiéndome en el hazmerreír de la alta sociedad. Luego, me despojó de mi herencia, me acusó falsamente de robo. Pero lo peor fue el día de mi cumpleaños, cuando me drogó, permitió que unos matones me golpearan brutalmente y abusaran de mí ante sus propios ojos, antes de herirme gravemente con un machete. "Esto es por Isabela", susurró, mientras me dejaba morir. El dolor físico no era nada comparado con la humillación y el horror de su indiferencia. ¿Cómo pudo un hombre al que amé tanto, que juró cuidarme, convertirme en su monstruo particular, en la víctima de su más cruel venganza? La pregunta me quemaba el alma. Pero el destino me dio una segunda oportunidad. Desperté, confundida, de nuevo en el hospital. ¡Había regresado! Estaba en el día exacto en que Ricardo me suplicó el riñón. Ya no era la ingenua Sofía; el trauma vivido había forjado en mí una frialdad calculada. "Acepto", le dije, mi voz inquebrantable, mientras planeaba mi escape y mi nueva vida lejos de ese infierno.

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