El Engaño de Cuarenta Años

El Engaño de Cuarenta Años

Gavin

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Estoy al lado de Isabel, mi esposa de cuarenta años, mientras ella se apaga. He dedicado una vida entera a nuestro viñedo, a nuestra familia, a lo que creí que era nuestro legado compartido. Pero en su último aliento, una confesión helada destrozó cuarenta años de mi existencia: "Sergio y David no son tus hijos. Son de Mateo, mi primer amor, el jornalero". Me dejó atónito, humillado, mientras sus verdaderos hijos, Sergio y David, entraban con Mateo, mi "rival", y lo llamaban "papá" con una ternura que nunca me ofrecieron a mí. Mi propia sangre me golpeó hasta la muerte, frente a un Mateo sonriente y una Isabel que me veía como un "tonto que paga las facturas". Morí envenenado por el cáncer y por la traición, sintiendo que fui un títere en su juego, un "pagafantas" perfecto. ¿Por qué? ¿Por qué esta mentira cruel, esta humillación final? Justo cuando mi vida se desvanecía en la oscuridad, me desperté. Estoy de vuelta. Tengo treinta años, rodeado de gente en las Fiestas de la Vendimia. Isabel, joven y radiante, se acerca. "Javier Montoya," dice, para que todos la oigan, "cásate conmigo. Unamos nuestras familias... seremos los reyes de La Rioja". Pero esta vez, ya no soy el tonto ciego de amor. La miré a los ojos, con el peso de una vida entera de engaño, humillación y el golpe de mis "hijos" resonando en mi mente. Mi respuesta fue simple, fría y afilada: "No". Y ahora que he vuelto, la historia será muy diferente.

Introducción

Estoy al lado de Isabel, mi esposa de cuarenta años, mientras ella se apaga.

He dedicado una vida entera a nuestro viñedo, a nuestra familia, a lo que creí que era nuestro legado compartido.

Pero en su último aliento, una confesión helada destrozó cuarenta años de mi existencia: "Sergio y David no son tus hijos. Son de Mateo, mi primer amor, el jornalero".

Me dejó atónito, humillado, mientras sus verdaderos hijos, Sergio y David, entraban con Mateo, mi "rival", y lo llamaban "papá" con una ternura que nunca me ofrecieron a mí.

Mi propia sangre me golpeó hasta la muerte, frente a un Mateo sonriente y una Isabel que me veía como un "tonto que paga las facturas".

Morí envenenado por el cáncer y por la traición, sintiendo que fui un títere en su juego, un "pagafantas" perfecto.

¿Por qué? ¿Por qué esta mentira cruel, esta humillación final?

Justo cuando mi vida se desvanecía en la oscuridad, me desperté.

Estoy de vuelta.

Tengo treinta años, rodeado de gente en las Fiestas de la Vendimia.

Isabel, joven y radiante, se acerca.

"Javier Montoya," dice, para que todos la oigan, "cásate conmigo. Unamos nuestras familias... seremos los reyes de La Rioja".

Pero esta vez, ya no soy el tonto ciego de amor.

La miré a los ojos, con el peso de una vida entera de engaño, humillación y el golpe de mis "hijos" resonando en mi mente.

Mi respuesta fue simple, fría y afilada: "No".

Y ahora que he vuelto, la historia será muy diferente.

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El aire denso y sofocante de la habitación de hotel barata me asfixiaba. Frente al espejo manchado, la joven de ojos vacíos que me devolvía la mirada era casi una extraña. Pero el montón de billetes en la mesita de noche era real, sucio, tangible. Cien mil pesos. El precio, me convencía, de la vida de Alejandro. Por él, todo valía la pena; incluso la pureza que había sacrificado. Con el corazón latiéndome entre la esperanza y el pánico, corrí al hospital, el olor familiar a antiséptico prometiendo un nuevo comienzo. Pero al doblar la esquina, risas. No, no risas de alivio, sino carcajadas burlonas; la voz de Valeria, mi detestable rival, seguida por la de Alejandro. "¿En serio te creíste que esa tonta iba a conseguir la lana?" , dijo Valeria. "Claro que sí, mi amor. Sofía es tan ingenua... Le monté el numerito del enfermo terminal y se lo tragó enterito. Ya debe estar vendiendo hasta el alma para juntar el dinero" , respondió Alejandro. El suelo bajo mis pies se derrumbó. Su enfermedad, nuestro amor, todo era una farsa cruel. Una elaborada venganza por una beca que yo gané con mi esfuerzo. "Cuando traiga el dinero, la grabaré... Será la humillación de su vida" , susurró Alejandro, su voz conspiradora. Ahogué un sollozo, el dolor físico y emocional era insoportable. Me habían golpeado, manipulado, usado para el entretenimiento de una audiencia cruel. ¿Por qué? ¿Por qué esta maldad? En medio de mi desesperación, el teléfono sonó. Una llamada de Londres. La inoportuna noticia de un abuelo al que creía muerto para mí. Pero en ese instante de quiebre, una idea. Una única y afilada oportunidad para escapar. Decidí que no me destruirían. Esta vez, se acabó la Sofía ingenua. Ahora solo quedaba una Sofía decidida a contraatacar. Y ellos, mis torturadores, pagarían.

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