El Secreto de La Esposa Torpe

El Secreto de La Esposa Torpe

Gavin

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Capítulo

El olor a cempasúchil y copal en el aire debía ser festivo, pero para mí se sentía como un presagio. En el festival de Día de Muertos de mi hija, creía ser una esposa feliz, una restauradora de arte que había elegido una vida sencilla con el hombre que amaba. Entonces lo vi. Mi esposo, Iván, no solo estaba allí sino que posaba como un padre de familia con su joven interna, Scarlett, y su hijo. Mi corazón se hizo pedazos al instante. Intenté ignorarlo, pero la humillación pública apenas acababa de empezar. En un juego de costales, Scarlett me hizo tropezar deliberadamente, y ante los ojos de todos, Iván la ayudó a ella, me acusó de hacer trampa y consiguió mi descalificación. La gente a nuestro alrededor murmuraba, elogiando su "amabilidad" con su empleada y tildándome de "torpe esposa". Esa noche, mientras mi hija Luciana ardía en fiebre, incapaz de conducirla al hospital por mi tobillo lesionado, llamé a Iván. Fríamente, me dijo que Luciana era solo una excusa para "llamar la atención", que antes de ayudarme, debía disculparme con Scarlett, quien "había llorado todo el camino a casa". Escuché la voz melosa de Scarlett de fondo, llamándolo "cariño" y pidiéndole que le diera la cena a su hijo. Iván, con una ternura que nunca me había mostrado, le respondió con amor antes de volver a mí con una voz de acero: "Tengo cosas más importantes que hacer. Ocúpate de tus propios problemas". Me colgó. ¿Cómo pude ser tan ciega? ¿Cómo pude no ver que mi propia vida se desmoronaba mientras él construía otra, paralela, con otra mujer y un hijo? En ese momento, el amor que sentía por Iván murió, ¡y en su lugar nació una fría y dura resolución!

Introducción

El olor a cempasúchil y copal en el aire debía ser festivo, pero para mí se sentía como un presagio.

En el festival de Día de Muertos de mi hija, creía ser una esposa feliz, una restauradora de arte que había elegido una vida sencilla con el hombre que amaba.

Entonces lo vi. Mi esposo, Iván, no solo estaba allí sino que posaba como un padre de familia con su joven interna, Scarlett, y su hijo.

Mi corazón se hizo pedazos al instante.

Intenté ignorarlo, pero la humillación pública apenas acababa de empezar.

En un juego de costales, Scarlett me hizo tropezar deliberadamente, y ante los ojos de todos, Iván la ayudó a ella, me acusó de hacer trampa y consiguió mi descalificación.

La gente a nuestro alrededor murmuraba, elogiando su "amabilidad" con su empleada y tildándome de "torpe esposa".

Esa noche, mientras mi hija Luciana ardía en fiebre, incapaz de conducirla al hospital por mi tobillo lesionado, llamé a Iván.

Fríamente, me dijo que Luciana era solo una excusa para "llamar la atención", que antes de ayudarme, debía disculparme con Scarlett, quien "había llorado todo el camino a casa".

Escuché la voz melosa de Scarlett de fondo, llamándolo "cariño" y pidiéndole que le diera la cena a su hijo.

Iván, con una ternura que nunca me había mostrado, le respondió con amor antes de volver a mí con una voz de acero: "Tengo cosas más importantes que hacer. Ocúpate de tus propios problemas".

Me colgó.

¿Cómo pude ser tan ciega? ¿Cómo pude no ver que mi propia vida se desmoronaba mientras él construía otra, paralela, con otra mujer y un hijo?

En ese momento, el amor que sentía por Iván murió, ¡y en su lugar nació una fría y dura resolución!

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5.0

El aire denso y sofocante de la habitación de hotel barata me asfixiaba. Frente al espejo manchado, la joven de ojos vacíos que me devolvía la mirada era casi una extraña. Pero el montón de billetes en la mesita de noche era real, sucio, tangible. Cien mil pesos. El precio, me convencía, de la vida de Alejandro. Por él, todo valía la pena; incluso la pureza que había sacrificado. Con el corazón latiéndome entre la esperanza y el pánico, corrí al hospital, el olor familiar a antiséptico prometiendo un nuevo comienzo. Pero al doblar la esquina, risas. No, no risas de alivio, sino carcajadas burlonas; la voz de Valeria, mi detestable rival, seguida por la de Alejandro. "¿En serio te creíste que esa tonta iba a conseguir la lana?" , dijo Valeria. "Claro que sí, mi amor. Sofía es tan ingenua... Le monté el numerito del enfermo terminal y se lo tragó enterito. Ya debe estar vendiendo hasta el alma para juntar el dinero" , respondió Alejandro. El suelo bajo mis pies se derrumbó. Su enfermedad, nuestro amor, todo era una farsa cruel. Una elaborada venganza por una beca que yo gané con mi esfuerzo. "Cuando traiga el dinero, la grabaré... Será la humillación de su vida" , susurró Alejandro, su voz conspiradora. Ahogué un sollozo, el dolor físico y emocional era insoportable. Me habían golpeado, manipulado, usado para el entretenimiento de una audiencia cruel. ¿Por qué? ¿Por qué esta maldad? En medio de mi desesperación, el teléfono sonó. Una llamada de Londres. La inoportuna noticia de un abuelo al que creía muerto para mí. Pero en ese instante de quiebre, una idea. Una única y afilada oportunidad para escapar. Decidí que no me destruirían. Esta vez, se acabó la Sofía ingenua. Ahora solo quedaba una Sofía decidida a contraatacar. Y ellos, mis torturadores, pagarían.

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