Hoy es nuestro séptimo aniversario de compromiso, pero Luciana ya está con las maletas hechas para irse a Argentina. No es para celebrarlo conmigo, sino para ir con Máximo, su exnovio, quien «la necesita desesperadamente». Mientras ella empaca su equipaje de marca y me ofrece otra guitarra carísima como compensación, en mi mente se repiten los siete años de humillación: siete aniversarios abandonado por ella, cada uno «compensado» con una lujosa guitarra, símbolos dorados de mi prisión. Pero esta vez no hubo guitarra, solo una foto enviada por Máximo, con Luciana arrodillada, untándole protector solar en la espalda. No fue la imagen lo que me destrozó, sino su mirada de devoción absoluta, una mirada que jamás me había dedicado a mí. Durante siete años, fui el «chico bueno» que esperaba, el huérfano «salvado» por su familia, el artista callado que recibía migajas de afecto y guitarras inmaculadas. Pero esa mirada, ese gesto privado de ella con otro hombre cuando yo estaba solo en un hospital, lo cambió todo. Ya no más. En el sobre sobre mi mesa de centro no hay otra guitarra, sino un billete de avión a Sevilla. Esta vez, no esperaré.
Hoy es nuestro séptimo aniversario de compromiso, pero Luciana ya está con las maletas hechas para irse a Argentina.
No es para celebrarlo conmigo, sino para ir con Máximo, su exnovio, quien «la necesita desesperadamente».
Mientras ella empaca su equipaje de marca y me ofrece otra guitarra carísima como compensación, en mi mente se repiten los siete años de humillación: siete aniversarios abandonado por ella, cada uno «compensado» con una lujosa guitarra, símbolos dorados de mi prisión.
Pero esta vez no hubo guitarra, solo una foto enviada por Máximo, con Luciana arrodillada, untándole protector solar en la espalda.
No fue la imagen lo que me destrozó, sino su mirada de devoción absoluta, una mirada que jamás me había dedicado a mí.
Durante siete años, fui el «chico bueno» que esperaba, el huérfano «salvado» por su familia, el artista callado que recibía migajas de afecto y guitarras inmaculadas.
Pero esa mirada, ese gesto privado de ella con otro hombre cuando yo estaba solo en un hospital, lo cambió todo.
Ya no más.
En el sobre sobre mi mesa de centro no hay otra guitarra, sino un billete de avión a Sevilla.
Esta vez, no esperaré.
Otros libros de Gavin
Ver más