El Último Brindis por un Amor Falso

El Último Brindis por un Amor Falso

Gavin

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Capítulo

Máximo, mi esposo y jefe, siempre decía que sus manos estaban hechas para diseñar, no para ensuciarse, mientras las mías levantaban nuestro imperio arquitectónico. Un día, mi mundo se congeló al ver su publicación en Instagram: sonreía radiante en un viñedo, con las manos manchadas de uva, junto a una descripción cínica sobre "hombres de verdad que cierran tratos en la ciudad y cosechan en el campo". El lugar no era cualquiera; era la viña familiar de Leon, nuestro junior de arquitectura, el mismo al que Máximo, según él, había tenido una "reunión de emergencia" fuera de la ciudad. Pero la mentira no terminó ahí; apenas le di 'me gusta' a esa foto, nuestro chat de trabajo explotó y Máximo me llamó furioso, exigiendo que me disculpara públicamente con Leon por haber "insultado sus humildes orígenes". ¿Qué le diría? ¿Que la única burla era él? La indiferencia total que sentí al recordar cómo casi muero por su negligencia durante un ataque de asma me hizo ver todo con claridad. Entonces, colgué, y con una calma helada, decidí que ya no sería cómplice de su farsa; era hora de que mi pasado fuera un circo sin mí en el espectáculo.

Introducción

Máximo, mi esposo y jefe, siempre decía que sus manos estaban hechas para diseñar, no para ensuciarse, mientras las mías levantaban nuestro imperio arquitectónico.

Un día, mi mundo se congeló al ver su publicación en Instagram: sonreía radiante en un viñedo, con las manos manchadas de uva, junto a una descripción cínica sobre "hombres de verdad que cierran tratos en la ciudad y cosechan en el campo".

El lugar no era cualquiera; era la viña familiar de Leon, nuestro junior de arquitectura, el mismo al que Máximo, según él, había tenido una "reunión de emergencia" fuera de la ciudad.

Pero la mentira no terminó ahí; apenas le di 'me gusta' a esa foto, nuestro chat de trabajo explotó y Máximo me llamó furioso, exigiendo que me disculpara públicamente con Leon por haber "insultado sus humildes orígenes".

¿Qué le diría? ¿Que la única burla era él? La indiferencia total que sentí al recordar cómo casi muero por su negligencia durante un ataque de asma me hizo ver todo con claridad.

Entonces, colgué, y con una calma helada, decidí que ya no sería cómplice de su farsa; era hora de que mi pasado fuera un circo sin mí en el espectáculo.

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Isabella "Isa" Montes, una talentosa cocinera de origen humilde en Medellín, creyó haber encontrado el amor perfecto junto a Mateo Velarde, el apuesto heredero de una de las familias más influyentes de Bogotá. Tras un noviazgo intenso que superó barreras sociales, se casaron y se sumergieron en una vida de ensueño y comodidades, donde cada detalle parecía confirmar un amor idílico. Pero la burbuja se reventó brutalmente: Isa descubrió que Mateo mantenía una doble vida con su exnovia, Carolina Sáenz, con quien tenía dos hijos gemelos. Peor aún, él financiaba secretamente a esta otra familia, transformando su supuesta historia de amor en una farsa calculada. La devastadora revelación no solo le causó un aborto espontáneo sino que desató una campaña de humillación sin fin por parte de Carolina, quien la acosaba con videos íntimos de Mateo, mostrando impúdicamente su doblez. Cada regalo, cada promesa de amor, cada lugar especial compartido con Mateo, era profanado, replicado cínicamente con su "otra" familia. Las frías miradas de la alta sociedad y el silencio cómplice de la familia Velarde solo acrecentaban el tormento, mientras Mateo seguía actuando como si nada ocurriera. ¿Cómo podía alguien, a quien amó tan profundamente, ser capaz de una traición tan vil y sistemática? La mezcla de dolor, asco y una desesperación helada se instaló en su pecho, ahogando su respiración. Un vacío insuperable la consumía, dejando solo la cruda certeza de una mentira insostenible. En el abismo de esta traición, y con la inminente llegada de un hijo que la ataría aún más a la mentira, Isa vislumbró su única salida: fingir su muerte. Un trágico accidente aéreo en el Caribe sería su billete de escape, la única forma de recuperar su vida y romper para siempre con la asfixiante obsesión de Mateo. "El plan sigue en pie, necesito salir de aquí", sentenció con voz firme.

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El rugido del avión de rescate sonaba como la salvación, pero para mí, Sofía, solo aumentaba la ansiedad en aquel sofocante aeropuerto improvisado. De repente, mi esposo, Miguel, me tomó del brazo con una fuerza inusual, su rostro contraído por la frustración mientras gritaba: "¡Sofía, no podemos irnos! ¡No puedo dejar a Carlos aquí!". Alegaba que Carlos era su primo, su responsabilidad, alguien que debía regresar a salvo. Escuché sus palabras, las mismas palabras que retumbaron en otra vida, y un escalofrío me recorrió: no era un sueño, había renacido. El recuerdo de mi vida anterior me golpeó como un maremoto: la epidemia, el avión gubernamental, y Carlos, supuestamente su primo, pero en realidad su amante, la misma que nos retrasó maquillándose para su "triunfal" regreso. En esa vida pasada, yo rogué, los otros voluntarios me acusaron de egoísta, y Miguel, con su falsa rectitud, me obligó a esperar con mentiras, llamándome egoísta. Esperamos. Carlos llegó, perfecto, y el avión partió, directo a mi perdición. Al aterrizar, Miguel me señaló y, con una falsa preocupación, dijo: "Ella tiene fiebre. Estuvo en contacto cercano con un paciente infectado ayer." ¡Era una mentira cruel y calculada! Fui aislada, interrogada, torturada psicológicamente por un sistema que creyó a mi "heroico" esposo. Morí sola, no por la enfermedad, sino por una infección hospitalaria, con mi cuerpo debilitado y mi espíritu roto. Mis padres, rotos de pena, fallecieron poco después, y Miguel, el "viudo afligido", heredó todo. Se casó con Carlos, y vivieron felices sobre mis cenizas y las de mis padres. Pero ahora estoy aquí, de nuevo en este infierno, con el mismo avión rugiendo y el mismo manipulador repitiendo sus mentiras. La rabia pura me invadió, mis puños se cerraron, y al mirar a Miguel, ya no vi al hombre que amaba, sino a mi asesino. "No," dije, mi voz tranquila pero firme, interrumpiéndolo. Miguel parpadeó, sorprendido. "¿No qué?" "No vamos a esperar, Miguel." Me sacudí su mano. Me giré hacia los atónitos voluntarios y proclamé, con mi voz resonando: "Carlos no es tu primo. Es tu amante. Y no voy a arriesgar la vida de dieciocho personas por la vanidad de una mujer que necesita una hora para ponerse rímel en medio de una evacuación de emergencia." El silencio fue absoluto, roto solo por el avión. Miguel palideció, su máscara se hizo añicos. Esta vida, pensé, no será una repetición. Será una venganza.

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