Mi Divorcio, Mi Libertad

Mi Divorcio, Mi Libertad

Gavin

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Mi cuaderno de bocetos era el silencioso testigo de un matrimonio que se desmoronaba, cada mancha de tinta negra un registro amargo de las traiciones de Mateo. Mi esposo, el torero a quien un día amé, vivía obsesionado con Isabella de la Fuente, su capricho adolescente. Lo presencié una y otra vez: en nuestra propia casa, llena de sus fotos, en su desinterés por mí, y en el desplome de un balcón, donde me dejó caer herida para protegerla a ella. Pero la traición definitiva llegó en un hospital, el día de mi accidente. Allí, en mi lecho, me enteré de dos verdades devastadoras: estaba embarazada y necesitaba una transfusión urgente. La vida de nuestro bebé dependía de una donación crucial, pero había un problema: Mateo ya había ordenado que toda la sangre compatible fuera exclusiva para Isabella. ¿La razón? Su cirugía estética. Mi propio marido, el padre de mi hijo, condenó a nuestro pequeño por la vanidad de otra mujer. Sentí cómo se me desgarraba el alma mientras la vida de nuestro no nato se escapaba, víctima de su cruel indiferencia. Esa fue la última gota, el punto sin retorno. Con el corazón hecho pedazos, manché por última vez mi cuaderno, cubriéndolo completamente de negro. Firmé los papeles de divorcio, enterrando mi amor y mi dolor al mismo tiempo. Y así, sin más, desaparecí de Sevilla, lista para forjar mi propio destino y renacer de las cenizas de un amor que casi me consume por completo.

Introducción

Mi cuaderno de bocetos era el silencioso testigo de un matrimonio que se desmoronaba, cada mancha de tinta negra un registro amargo de las traiciones de Mateo.

Mi esposo, el torero a quien un día amé, vivía obsesionado con Isabella de la Fuente, su capricho adolescente.

Lo presencié una y otra vez: en nuestra propia casa, llena de sus fotos, en su desinterés por mí, y en el desplome de un balcón, donde me dejó caer herida para protegerla a ella.

Pero la traición definitiva llegó en un hospital, el día de mi accidente.

Allí, en mi lecho, me enteré de dos verdades devastadoras: estaba embarazada y necesitaba una transfusión urgente.

La vida de nuestro bebé dependía de una donación crucial, pero había un problema: Mateo ya había ordenado que toda la sangre compatible fuera exclusiva para Isabella.

¿La razón? Su cirugía estética.

Mi propio marido, el padre de mi hijo, condenó a nuestro pequeño por la vanidad de otra mujer.

Sentí cómo se me desgarraba el alma mientras la vida de nuestro no nato se escapaba, víctima de su cruel indiferencia.

Esa fue la última gota, el punto sin retorno.

Con el corazón hecho pedazos, manché por última vez mi cuaderno, cubriéndolo completamente de negro.

Firmé los papeles de divorcio, enterrando mi amor y mi dolor al mismo tiempo.

Y así, sin más, desaparecí de Sevilla, lista para forjar mi propio destino y renacer de las cenizas de un amor que casi me consume por completo.

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Isabella "Isa" Montes, una talentosa cocinera de origen humilde en Medellín, creyó haber encontrado el amor perfecto junto a Mateo Velarde, el apuesto heredero de una de las familias más influyentes de Bogotá. Tras un noviazgo intenso que superó barreras sociales, se casaron y se sumergieron en una vida de ensueño y comodidades, donde cada detalle parecía confirmar un amor idílico. Pero la burbuja se reventó brutalmente: Isa descubrió que Mateo mantenía una doble vida con su exnovia, Carolina Sáenz, con quien tenía dos hijos gemelos. Peor aún, él financiaba secretamente a esta otra familia, transformando su supuesta historia de amor en una farsa calculada. La devastadora revelación no solo le causó un aborto espontáneo sino que desató una campaña de humillación sin fin por parte de Carolina, quien la acosaba con videos íntimos de Mateo, mostrando impúdicamente su doblez. Cada regalo, cada promesa de amor, cada lugar especial compartido con Mateo, era profanado, replicado cínicamente con su "otra" familia. Las frías miradas de la alta sociedad y el silencio cómplice de la familia Velarde solo acrecentaban el tormento, mientras Mateo seguía actuando como si nada ocurriera. ¿Cómo podía alguien, a quien amó tan profundamente, ser capaz de una traición tan vil y sistemática? La mezcla de dolor, asco y una desesperación helada se instaló en su pecho, ahogando su respiración. Un vacío insuperable la consumía, dejando solo la cruda certeza de una mentira insostenible. En el abismo de esta traición, y con la inminente llegada de un hijo que la ataría aún más a la mentira, Isa vislumbró su única salida: fingir su muerte. Un trágico accidente aéreo en el Caribe sería su billete de escape, la única forma de recuperar su vida y romper para siempre con la asfixiante obsesión de Mateo. "El plan sigue en pie, necesito salir de aquí", sentenció con voz firme.

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El rugido del avión de rescate sonaba como la salvación, pero para mí, Sofía, solo aumentaba la ansiedad en aquel sofocante aeropuerto improvisado. De repente, mi esposo, Miguel, me tomó del brazo con una fuerza inusual, su rostro contraído por la frustración mientras gritaba: "¡Sofía, no podemos irnos! ¡No puedo dejar a Carlos aquí!". Alegaba que Carlos era su primo, su responsabilidad, alguien que debía regresar a salvo. Escuché sus palabras, las mismas palabras que retumbaron en otra vida, y un escalofrío me recorrió: no era un sueño, había renacido. El recuerdo de mi vida anterior me golpeó como un maremoto: la epidemia, el avión gubernamental, y Carlos, supuestamente su primo, pero en realidad su amante, la misma que nos retrasó maquillándose para su "triunfal" regreso. En esa vida pasada, yo rogué, los otros voluntarios me acusaron de egoísta, y Miguel, con su falsa rectitud, me obligó a esperar con mentiras, llamándome egoísta. Esperamos. Carlos llegó, perfecto, y el avión partió, directo a mi perdición. Al aterrizar, Miguel me señaló y, con una falsa preocupación, dijo: "Ella tiene fiebre. Estuvo en contacto cercano con un paciente infectado ayer." ¡Era una mentira cruel y calculada! Fui aislada, interrogada, torturada psicológicamente por un sistema que creyó a mi "heroico" esposo. Morí sola, no por la enfermedad, sino por una infección hospitalaria, con mi cuerpo debilitado y mi espíritu roto. Mis padres, rotos de pena, fallecieron poco después, y Miguel, el "viudo afligido", heredó todo. Se casó con Carlos, y vivieron felices sobre mis cenizas y las de mis padres. Pero ahora estoy aquí, de nuevo en este infierno, con el mismo avión rugiendo y el mismo manipulador repitiendo sus mentiras. La rabia pura me invadió, mis puños se cerraron, y al mirar a Miguel, ya no vi al hombre que amaba, sino a mi asesino. "No," dije, mi voz tranquila pero firme, interrumpiéndolo. Miguel parpadeó, sorprendido. "¿No qué?" "No vamos a esperar, Miguel." Me sacudí su mano. Me giré hacia los atónitos voluntarios y proclamé, con mi voz resonando: "Carlos no es tu primo. Es tu amante. Y no voy a arriesgar la vida de dieciocho personas por la vanidad de una mujer que necesita una hora para ponerse rímel en medio de una evacuación de emergencia." El silencio fue absoluto, roto solo por el avión. Miguel palideció, su máscara se hizo añicos. Esta vida, pensé, no será una repetición. Será una venganza.

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