El Protegetor Invisible

El Protegetor Invisible

Gavin

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Capítulo

Mis padres, los Vargas, me sentenciaron: iría a Argentina. Yo, Alejandro, el enólogo genio y anónimo para el mundo, el que creaba los vinos que daban fama a mi impresentable hermano Ricardo, debía marcharme. Mi madre, Carmen, y mi padre, Fernando, me veían solo como una pieza en su tablero, un sacrificio más para su primogénito. Por meses, cuidé de Isabella, la mujer que amaba, mientras ella sufría de amnesia, y me llamó su "Guardián". Pero fue en la fastuosa fiesta de compromiso de Ricardo e Isabella donde mi vida se fracturó para siempre. Ricardo, con una sonrisa triunfal, la engañó para que creyera que él era su verdadero "Guardián". Me acusaron, ante todos, de robar el medallón idéntico al que yo le había hecho a mano, ahora en manos de mi hermano. Mis padres confirmaron la mentira, tachándome de ladrón celoso, un paria perpetuo. Y entonces, frente a la élite vinícola, mi padre me abofeteó. El sonido resonó en la grandiosa bodega, y mi espíritu se hizo añicos en ese instante. Isabella me miró con absoluto desprecio, sin una pizca de duda en sus ojos, completamente convencida de la farsa. Más tarde, en el hospital, mi familia me ignoró, volcando su preocupación en Ricardo, mientras Isabella me culpaba por un accidente que casi me cuesta la vida. En mi propia habitación, Ricardo se regodeó, asegurando que ella siempre sería suya, que yo nunca importaría. Fui arrastrado al fondo de la piscina, acusado de intento de asesinato; luego encerrado en la antigua morgue, en la oscuridad y el frío. Allí, Isabella, mi supuesto amor, me forzó a confesar crímenes que no cometí. En el cumpleaños de Ricardo, me arrebató el reloj de mi abuelo, y me quitó el medallón que yo mismo llevaba, entregándolo a mi hermano como símbolo del "verdadero Guardián". Me dejaron sangrando en el suelo, mi padre golpeándome sin piedad, como si fuera menos que nada. ¿Por qué fue tan fácil para ella creer sus mentiras y tan imposible creer en mí? ¿Era mi destino una existencia de humillación y abandono, una condena impuesta al nacer? Nací solo para servir a Ricardo, para suplir sus carencias, para ser su sombra eterna y su chivo expiatorio. ¿Era este mi único propósito: el sacrificio perpetuo sin amor ni reconocimiento? Con el corazón vacío y la sangre aún en mis venas, tomé una decisión inquebrantable. Romí el billete de avión y firmé mi propia sentencia de muerte social: la renuncia a mi familia y a mi pasado. Dejé todo atrás en España, embarcándome en un nuevo futuro. Alejandro Vargas murió ese día; hoy nacería un nuevo hombre, libre por fin.

Introducción

Mis padres, los Vargas, me sentenciaron: iría a Argentina.

Yo, Alejandro, el enólogo genio y anónimo para el mundo, el que creaba los vinos que daban fama a mi impresentable hermano Ricardo, debía marcharme.

Mi madre, Carmen, y mi padre, Fernando, me veían solo como una pieza en su tablero, un sacrificio más para su primogénito.

Por meses, cuidé de Isabella, la mujer que amaba, mientras ella sufría de amnesia, y me llamó su "Guardián".

Pero fue en la fastuosa fiesta de compromiso de Ricardo e Isabella donde mi vida se fracturó para siempre.

Ricardo, con una sonrisa triunfal, la engañó para que creyera que él era su verdadero "Guardián".

Me acusaron, ante todos, de robar el medallón idéntico al que yo le había hecho a mano, ahora en manos de mi hermano.

Mis padres confirmaron la mentira, tachándome de ladrón celoso, un paria perpetuo.

Y entonces, frente a la élite vinícola, mi padre me abofeteó.

El sonido resonó en la grandiosa bodega, y mi espíritu se hizo añicos en ese instante.

Isabella me miró con absoluto desprecio, sin una pizca de duda en sus ojos, completamente convencida de la farsa.

Más tarde, en el hospital, mi familia me ignoró, volcando su preocupación en Ricardo, mientras Isabella me culpaba por un accidente que casi me cuesta la vida.

En mi propia habitación, Ricardo se regodeó, asegurando que ella siempre sería suya, que yo nunca importaría.

Fui arrastrado al fondo de la piscina, acusado de intento de asesinato; luego encerrado en la antigua morgue, en la oscuridad y el frío.

Allí, Isabella, mi supuesto amor, me forzó a confesar crímenes que no cometí.

En el cumpleaños de Ricardo, me arrebató el reloj de mi abuelo, y me quitó el medallón que yo mismo llevaba, entregándolo a mi hermano como símbolo del "verdadero Guardián".

Me dejaron sangrando en el suelo, mi padre golpeándome sin piedad, como si fuera menos que nada.

¿Por qué fue tan fácil para ella creer sus mentiras y tan imposible creer en mí?

¿Era mi destino una existencia de humillación y abandono, una condena impuesta al nacer?

Nací solo para servir a Ricardo, para suplir sus carencias, para ser su sombra eterna y su chivo expiatorio.

¿Era este mi único propósito: el sacrificio perpetuo sin amor ni reconocimiento?

Con el corazón vacío y la sangre aún en mis venas, tomé una decisión inquebrantable.

Romí el billete de avión y firmé mi propia sentencia de muerte social: la renuncia a mi familia y a mi pasado.

Dejé todo atrás en España, embarcándome en un nuevo futuro.

Alejandro Vargas murió ese día; hoy nacería un nuevo hombre, libre por fin.

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5.0

Tentu, saya akan menambahkan POV (Point of View) ke setiap bab sesuai dengan permintaan Anda, tanpa mengubah format atau konten lainnya. Gabriela POV: Durante cinco años crié al hijo de mi esposo como si fuera mío, pero cuando su ex regresó, el niño me gritó que me odiaba y que prefería a su "tía Estrella". Leandro me dejó tirada y sangrando en un estacionamiento tras un accidente, solo para correr a consolar a su amante por un fingido dolor de cabeza. Entendí que mi tiempo había acabado, así que firmé la renuncia total a la custodia y desaparecí de sus vidas para siempre. Para salvar la imprenta de mi padre, acepté ser la esposa por contrato del magnate Leandro Angulo. Fui su sombra, la madre sustituta perfecta para Yeray y la esposa invisible que mantenía su mansión en orden. Pero bastó que Estrella, la actriz que lo abandonó años atrás, chasqueara los dedos para que ellos me borraran del mapa. Me humillaron en público, me despreciaron en mi propia casa y me hicieron sentir que mis cinco años de amor no valían nada. Incluso cuando Estrella me empujó por las escaleras, Leandro solo tuvo ojos para ella. Harta de ser el sacrificio, les dejé los papeles firmados y me marché sin mirar atrás. Años después, cuando me convertí en una autora famosa y feliz, Leandro vino a suplicar perdón de rodillas. Fue entonces cuando descubrió la verdad que lo destrozaría: nuestro matrimonio nunca fue legal y yo ya no le pertenecía.

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