tres coches en distintos estados de deterioro: uno aparcado con el capó abierto, otro enganchado a alguna maquinaria y otro en un polipasto con un mecánico debajo. Reconocí el cuerpo delgado de Steve y sus jeans holgados y sucios. Estaba ocupado y el chico que trabajaba para él estaba de vacaciones, así que supongo que por eso estaba trabajando un domingo. Salí por la puerta principal abierta. Brr. Era un día frío y sombrío en Brooklyn. Me envolví con mis brazos. Debería haber cogido mi chaqueta, pero por suerte no iba muy lejos.
Fui a la casa de al lado de la casa de ladrillo de dos pisos y abrí la puerta. El metal crujió. La casa tenía un apartamento en el sótano, donde Steve vivía con su hija de cuatro años, Kaylee. Subí corriendo las escaleras hacia la casa principal y abrí la puerta. - ¡Hola! -Estamos aquí. -Dijo una voz femenina. Encontré a Mamá Alma en la cocina. Por supuesto ¿dónde más estaría? Kaylee estaba en el suelo tomando té con sus muñecas y osos. -¡Remi! -La princesita rubia saltó y corrió hacia mí. La levanté y ella me envolvió con sus brazos y piernas. Inhalé su champú con aroma a manzana. - Hola, KayKay. ¿Estás siendo bueno con mamá? Kaylee sonrió y asintió. Entonces ella se retorció y la dejé en el suelo para regresar con sus invitados a la fiesta del té. Mamá sonrió y me incliné para besar su delgada y oscura mejilla. Ella olía a casa. Durante los primeros ocho años de mi vida, no sabía qué significaba esa palabra. Entonces los ángeles me sonrieron y enviaron a una niñita enojada a un hogar de acogida dirigido por mamá. Ella fue propietaria de esta casa en Sunset Park, Brooklyn durante años. La pequeña tienda de al lado pertenecía a su marido.