Ese día el cielo grisáceo parecía estar presagiando la tormenta que se avecinaba para la familia Hamilton. En la oficina de su prestamista, Jacob se encontraba en un estado de desesperación palpable provocando que el ambiente se volviera tenso. Su rostro, surcado por arrugas de preocupación que se acentuaban cada vez más ante su expresión de desasosiego debido a la delicada situación en la que estaba, evidenciaba la angustia que sentía al pensar en las deudas que ahogaban a su familia.
Jacob siempre había sido un hombre de sueños y ambiciones. Decidió invertir el dinero que le había prestado uno de los magnates más importantes de la ciudad, Stephen Bourousis, en una serie de negocios prometedores. Confiado en su juicio, se dejó llevar por las promesas de un grupo de hombres carismáticos.
Sin embargo, pronto se dio cuenta de que había caído en una trampa. Aquellos supuestos socios eran estafadores que desaparecieron con su dinero. La incredulidad lo abrumó al enterarse de que no solo había perdido su inversión, sino también la esperanza de recuperar aquel dinero que no sabía cómo devolver a Stephen.
Las deudas comenzaron a acumularse, y Jacob se sintió consumido por la culpa. Aunque había intentado pedir un préstamo al banco, no era suficiente para la cantidad que debía. Ante la desesperación, había pensado en hipotecar la casa donde vivía junto a sus dos hijas, pero no le alcanzaría para saldar la deuda tan grande.
-No sé cómo voy a pagarte, Stephen. ¡No tengo nada! -dijo, bajando la cabeza con vergüenza.
Stephen lo miró con atención, permitiéndole que se expresara. Era un hombre de negocios astuto, acostumbrado a lidiar con problemas complicados, pero esta vez la situación era distinta. Y debía sacarle provecho.
-Escucha, Jacob -dijo mientras servía dos copas de whisky y se la ofrecía al hombre afligido-. Se me ha ocurrido una idea para solucionar este asunto una vez por todas. Tengo una propuesta. ¿Qué tal si arreglamos esto sin dinero?
Jacob parpadeó, sin comprender del todo. Y dudoso, agarró la copa entre sus manos.
-¿A qué te refieres? -la intriga se apoderó de su mirada.
-He encontrado la solución a tu problema y al mío, de eso hablo -las comisuras de sus labios se elevaron ligeramente en una sonrisa cerrada-. Una de tus hijas... Hanna, sí, ella es perfecta. Podrías ofrecerla en matrimonio a mi hijo. De esta manera, la deuda quedaría saldada.
Su propuesta, un poco descabellada, hizo que Jacob se quedara paralizado, la incredulidad cubriendo su rostro. Sin embargo, no resultaba una locura, después de todo se quitaría un gran peso de encima. La desesperación lo empujó a aceptar. Sabía que no tenía otra opción. Ni siquiera se molestó en indagar por qué elegía a una de sus hija para su hijo cuando no eran de la misma clase.
-De acuerdo -respondió, su voz apenas un susurro-. Lo haré.
Más tarde, en la casa de los Hamilton, las dos hijas de Jacob se reunieron con su padre en la sala, el ambiente se sentía tenso y cargado. Hanna, la mayor, notó la incomodidad en su padre al no dejar de mover su pierna de arriba a abajo. Algo le decía que se trataba algo de seria importancia.
-¿Qué ocurre, papá? -preguntó, impaciente.
Su progenitor tomó aire, su voz áspera, mientras explicaba la situación.
-He hecho un acuerdo con el señor Bourousis. Y espero apoyen la decisión que no solo va a sacarnos de apuros, sino también nos va a beneficiar.
-¿De qué trata? -esta vez habló Hayley.
Su padre observó a la mayor, sin duda ella sería la solución perfecta a su problema. Y entendía por qué Stephen la había elegido.
-Hanna, sé que quizás lo que estoy a punto de decirte no estaba dentro de tus planes, pero es la única forma de salir de esta crisis. El señor Bourousis quiere que te cases con su hijo -soltó sin tapujos.
Su hija lo miró pasmada, la incredulidad transformándose rápidamente en angustia. Se levantó del sofá y negó con la cabeza.
-¡No! ¡No quiero casarme! -gritó, sintiendo cómo las lágrimas amenazaban con escapar de sus ojos-. ¿Acaso soy un simple objeto al que puedas ofrecer sin mi consentimiento?
Su hermana, Hayley, observaba a su padre perpleja. ¿Cómo era posible que estuviera de acuerdo? Se preguntaba, incrédula.
-¿Por qué no podemos encontrar otra solución? -preguntó, su voz apenas fue perceptible.
Jacob negó, su mirada férrea denotó lo decidido que estaba y nada lo haría cambiar de opinión.