Llegué a casa tan cansada que tiré mi bolso sin importarme dónde caía. Fui a la cocina y abrí una cerveza para darle un trago. Cuando la deliciosa bebida pasó por mi garganta, emití un gemido de satisfacción. Estaba deliciosa. Miré alrededor y no vi comida, así que, considerando que tal vez papá estaba trabajando hasta tarde, pedí una pizza.
—¿Papá? —lo llamé, pero no obtuve respuesta. Lo llamé al teléfono y, para mi sorpresa, sonó en su despacho. Así que sí está aquí. Fui sonriendo a su despacho para contarle que hoy logré el ascenso por el que tanto me había esforzado los últimos meses y que debíamos celebrarlo.
—Papi, no lo vas a creer... —la frase se quedó en el aire y yo me quedé estática. Lo que escuché fue el sonido de la botella haciéndose añicos en el suelo, lo que me hizo reaccionar.
—¡PAPÁ! —de mi garganta salió un grito desgarrador y corrí donde él se encontraba. No lo podía creer. No podía estar pasando esto.
—¡PAPÁ, NOOO! —Toqué sus pies y traté de bajarlo, pero no pude. Las lágrimas empañaron mis ojos y no podía ver bien. Tomé una tijera y, como mi cuerpo temblaba, inconscientemente tuve que tener cuidado al subirme en el banco que estaba caído en el suelo. Me sequé las lágrimas para poder ver y, con temblor, corté la soga que estaba amarrada de manera espeluznante y su cuerpo cayó. Me quedé viendo la escena sin creer lo que sucedía y lloré. Enseguida bajé y tomé su rostro para verlo bien. Su pulso no estaba y grité tan fuerte que mi garganta ardió.
Papá se suicidó.
El lugar se llenó solo de mis sollozos, gemidos y llanto lleno de dolor y desesperación.
DÍAS DESPUÉS
—Elena, ¿deseas ir a comer algo? —levanté la mirada y vi a mi amiga Rosa. Le di la espalda—.
—Por favor —escuché que me decía. Sentí la cama bajarse por su peso y mis lágrimas salieron—. No has comido nada en estos tres días. Te hará mal —me regañó. Pero la seguí ignorando.
—El —ahora se agachó y quedó frente a mí—. Debes alimentarte. No te hará nada bueno no comer —seguí llorando y la miré.
—No quiero nada. Siento que morí hace cuatro días —los ojos de Rosa también se llenaron de lágrimas y me abrazó.
Papá murió.
—Gracias por venir —dije llegando donde la familia de papá que estaba en el velorio.
—Lo siento mucho, Elena. Es una pena lo que pasó —me dijo mi tía Gertrudis. Sentí que mis ojos se llenaban de lágrimas mientras asentía y veía hacia el ataúd.
Ataúd donde está papá.
—Pero no te preocupes —escuché que mi otra tía Diana me susurraba. La vi—. Trajimos a alguien para que conozcas —su sonrisa era traviesa y mis cejas se fruncieron al no entender nada de lo que hablaba.
—Es alguien que te fascinará —concordó Gertrudis.
—Tiene tus mismos gustos y ahora que mi hermano se fue, sería bueno que te encargues de ti —seguía sin entender nada, pero algo me decía que no me gustaría la sorpresa que me trajeron.
—No entiendo —les dije de una vez para que se callaran.
—¡Oh, Elena! ¡Ya tienes 28 años! —adoptó un tono de burla—. Deberías haber estado casada hace años. ¿No te preocupa ser una solterona? —mis ojos se entrecerraron hacia ella y le sonreí, pero más bien lo hice para esconder la gran incomodidad que me producían.
¿Es en serio?
—Sí, y más ahora que tu padre no está aquí para cuidar de ti —habló esta vez mi tía Diana e incluso hizo un puchero—. Debes pensar en tu futuro, cariño —seguí manteniendo la misma sonrisa hipócrita en mi cara porque era lo mejor.