Nunca podré olvidar como lucías ese día,
No vi tu rostro, pero con la sonrisa de tus labios tuve suficiente para mis sueños de esa noche.
Cerró los ojos cuando la clase por fin finalizó, ese día le había costado mucho más, el ir a la cafetería y luego correr hacia la estación con dirección a la universidad, la había dejado cansada. Era un ritmo que aún no se acostumbraba a llevar, y sus momentos de paz era efímeros, que a veces lloraba por eso.
Trabajar en la cafetería era un ingreso seguro, y más para la larga lista de cosas que pedían en la universidad, pero el estudiar y trabajar era algo que seguía provocando un terrible estrés y ansiedad, ¿Quién paga esas emociones negativas? Su cuello y sus escasas uñas, ni siquiera las dejaba crecer cuando ya estaba comiéndoselas.
Iba bien en la universidad, no era de las mejores, pero tenía notas aceptables, como también destacaba en lo que le gustaba, pintar. Amaba pintar como también danzar, entre sus materias, había elegido llevar danza, solo un curso, para probar, no necesitaba nota, era su forma de liberarse y tratar de mantenerse activa, y que su peso no se elevara. Tenía suficiente con pesar ochenta y nueve kilos, no quería subir, así que bailar le permitía liberarse.
Ese día no tenía danza, solo los viernes, dos horitas que las disfrutaba bien y luego se iba corriendo a su clase de dibujo de naturaleza muerta, traspirada y con dolor de cuerpo, trataba de alejarse de todos sus compañeros y sumergirse en su aventura.
—Me gusta, Alondra, has mejorado mucho —la joven alzó la mirada y esbozó una sonrisa al ver a su profesor frente a ella, admirando el boceto que había hecho—. En comparación del primer dibujo, has avanzando muchísimo.
—He estado practicando mucho, profesor, ¿lo vale no?
—Por supuesto que sí. ¿Cómo vas con pintura?
—Tengo claro que no soy buena por completo, pero los rostros con mi sello me han salido mejor —la chica sonrió—. Hoy me llega mi nuevo caballete de mesa ¡estoy emocionada!
—Mucha suerte y deja de andar corriendo, me sorprende que no te hayas caído.
—¡Nos vemos la próxima semana! —la joven guardó todo en su mochila, tomó su celular y luego salió corriendo, hizo como que abrazaba sus pecho, era una manera de que sus pechos no rebotaran y llamaran la atención.
Agradecía que la estación no estuviera tan lejos, así se le haría más fácil poder subir, tomar un asiento y llegar a casa. Seis y veinte estaría por ahí, tiempo suficiente para que llegue su pedido y luego para verlo a él.
Tal como esperaba, viajó junto a la ventana, con sus audífonos puestos y tranquila. Estaba ansiosa, todos los días cuando se acercaba la hora, se ponía así. Y ¿Cómo no? Ella había estado saliendo cada noche con la excusa de que hacía calor, solo para verlo pasar, unos segundos, escasos segundos para que su corazón se volviera loco.
¿Así se sentía la atracción hacía una persona?
Cuando llegó, agradeció que su pedido llegara diez minutos después. Desocupó el lado de su mesa y sacó el pequeño caballete, colocó un nuevo bastidor y al costado su cajón con acrílicos y pinceles. Vaya paraíso, se veía demasiado hermoso, fue una compra estupenda.
—Como corres para verlo eh. —la voz de Caro la hizo sobresaltar, dejó el lápiz a un lado y sonrió viendo a su amiga llegar, dejó tirada la mochila, para después lanzarse a la cama.
—Y a ti te gusta pasar tiempo en el restaurante, ¿no?
—Ah, graciosa nos salió la niña.
—¿Qué tal las clases?
—El profesor dice que tomo buenas fotos, pero que soy floja. ¿Tú qué crees? —después de eso, la conversación fue trivial, comieron algo y avanzaron con sus respectivos trabajos, cuando la pintora terminó, el tic nervioso se hizo presente.
Alondra miró el reloj disimuladamente y dio un sorbo al judo de naranja, ese día había tenido libre en la cafetería y en la universidad, así que había adelantado algunos trabajos y luego había dormido, ya no recordaba la última vez que durmió más de nueve horas, como deseaba vacaciones. Muchas. Su familia tenía pensado viajar esas vacaciones a la playa, tal vez por fin pueda pagar su boleto e ir con ellos.
Doce para las diez de la noche marcaba su reloj así que se miró al espejo y arregló su cabello, sonrió y siguió a su amiga que iba contándole sobre su día en el trabajo y los exámenes pesados que se acercaban. Ambas se sentaron afuera de su casa con una botella de vino y dos copas, mañana entraban tarde a clases, así que no les vendría mal relajarse y dejar el estrés aun lado. Chocaron sus copas y Alondra levantó la mirada viendo que se acercaba un camión blanco, su pecho latió con desesperación que terminó votando vino en el suelo, Caro empezó a reírse pero ambas se quedaron calladas cuando él levantó la mano y dijo:
—¡Hola chicas, feliz noche! —Alondra apretó sus muslos y jadeó.
Él pasaba siempre doce minutos para las diez, levantaba la mano saludando y esbozando una sonrisa, juraría que nunca en su vida había visto sonrisa tan bonita. Su cabello lóbrego era estrujado por una gorra, la playera amarilla apenas y cubría sus músculos. Detestaba el color amarillo, pero le encantaba la sonrisa que le lanzaba.
Sacudió su mano y la chiquilla sonrió como boba viéndolo estacionar en la tienda de la esquina, ahí donde dejaba mercancías y luego se iba. Si supo que se llamaba León Fleiderman era porque Caro le había preguntado a uno de los ayudantes, había deseado saberlo desde el inicio e incluso con su amiga le habían inventado nombres, fuertes como él, y cuando supieron cómo se llamaba; ambas suspiraron. Nombre fuerte para hombre fuerte, ¿Cómo sus padres supieron que aquel nombre le haría justicia?
Sacudió la cabeza y vio el camión alejándose recordando la sonrisa que les había regalado, le había obsequiado a ella, aun su corazón latía tan fuerte que parecía que en cualquier momento se escaparía de su pecho para ir en busca de León, pedía a gritos el ser calmado o en todo caso de darle cuerda para que latiera con más fuerza. Ambas amigas entraron a su casa y la que aún estaba frenética entró al baño para darse una ducha de agua muy fría.
¿Cómo sería ser tocada por él? ¿Por aquellas manos callosas? Con solo imaginarlo, su cuerpo se sacudía y terminaba calentándose aún más, mordió su labio inferior avergonzada escuchando la música de fondo que su amiga había puesto y sin poder evitarlo empezó a tocarse, cerrando los ojos e imaginando que quien la acariciaba y besaba era León.
Un gemido escapó de sus labios cuando masajeó su sexo, apretó sus piernas y echó la cabeza hacia atrás sintiendo el agua helada relajar sus músculos pero no bajando su calentura. Masajeó con fuerza y rapidez, para después soltar un chillido que fue amortiguado con el agua de la ducha y la música en la sala, jadeó y pegó su frente a la cerámica de la habitación tratando de relajar su respiración, sus hormonas y cuando estuvo lista salió cambiada y secando su cabello, Caro miró las mejillas rojas y una risita escapó.