El calor que se extendía por su cuerpo, era casi insoportable, cada lugar que su boca recorría era atacada por pequeñas corrientes que la hacían estremecer, y suspirar, aunque debía reconocer que lo que predominaba en aquel lugar eran gemidos, hermosos jadeos de placer que él le provocaba, no obstante estaba un poco aturdida por el alcohol, no podía evitar cuestionarse lo que estaba haciendo, si su padre se enterara… no, no queria pensar en ello, ya era demasiado tarde para arrepentirse, el alcohol en su sangre no era el culpable de sus actos, ella solo bebió un poco, lo mínimo que necesitaba
para al fin dar el gran paso… entregarse a quien amaba.
Sus manos recorrían su amplia espalda, mucho más musculosa de lo que pensó que seria, y su miembro… Dios, estaba segura de que la partiría a la mitad.
— Más…más lento por favor. — suplico en voz baja, no por vergüenza, sino porque su garganta estaba seca de tanto gemir.
— Hermosa virgen de cabello negro sabía que te encontraría aquí, mi bella noche. — era vergonzoso escucharlo hablar de esa manera, e incluso el cambio de tono en su voz, solo la hacía excitar aún más, llevándola al orgasmo en más de una ocasión.
Inclusive después de varios días, ella creyó sentir su aroma aun impregnado en su piel; pero lo que para Dasha fue la mejor noche de su vida, para Alek Neizan, pereció ser lo contrario.
El segundo al mando en el clan Neizan, dejo de regalarle sonrisas cada vez que acudía a la residencia Morozova, si bien era algo lógico que se mantuvieran alejados, más en presencia del señor Sergei Morozova, padre de Dasha y socio del clan Neizan, la joven no pudo evitar pensar ¿Qué había hecho mal? Ya que ahora en lugar de sonreír cada vez que la veía, Alek solo achicaba sus ojos y endurecía sus labios, como evitando decir algo, e incluso viéndola con un deje de desprecio, hasta que un día solo dejo de acudir, delegando los negocios que los Morozova tenían con los Neizan a otro empleado del clan.
— Señorita Morozova, aquí está la ecografía, recuerde tratar de alimentarse mejor, si bien el bebé está en perfecto estado, usted está muy delgada, eso podría traer problemas en el parto.
Solo asintió a los dichos del doctor que atendía su embarazo y el responsable de que al fin saliera de la nebulosa de recuerdos que tenía en su mente y su corazón.
¿Cuándo comenzó a caer ante las miradas furtivas de Alek Neizan? No lo recordaba, solo sabía que había aguardado por él, ese amor platónico que dejo de ser solo un sueño apenas cumplió 18 años, como una niebla se acercó a ella y como una niebla la cubrió, envolvió su ser y corazón con palabras bellas y promesas de amor.
— No sé si creer en ti, eres un mafioso. — dijo una tarde entre las rosas del jardín, lejos de la vista de su padre Sergei.
— Soy un Neizan, Dasha, mi palabra vale más que mi vida, y te doy mi palabra de que tú serás mi esposa, solo debes esperar por mí.
— ¿Esperar aún más? — se quejó aun sin quererlo y solo consiguió que Alek supiera por su boca que desde hacía mucho tiempo que ella se guardaba solo para él.
— Entonces tú también me deseas. — aseguro con una sonrisa que la ponía a temblar, era inútil negar lo que ambos sabían, ella lo amaba.
— Como no lo imaginas. — susurro rendida y sus mejillas se cubrieron de rosa.
— Solo espera un poco más, el jefe vio que pronto será abuelo. — las palabras de Alek la hicieron fruncir las cejas, sin lograr comprender que tenía que ver una cosa con otra.
— No comprendo que tiene que ver que la muerte blanca sea padre. — dijo lo que pensaba, sabía que el próximo líder del clan poseía un nombre, pero pocos lo conocían, siempre se lo nombraba joven Neizan o la muerte blanca, solo sus más allegados lo llamaban por su nombre.
— Tiene que ver, porque nuestro clan poseer leyes, prometo explicarte cada una de ellas cuando seas mi esposa, por ahora solo debes saber que hasta que el próximo líder no sea padre, nadie de la familia Neizan puede procrear.
— Pero podemos casarnos… — apelo a la lógica, pero fue interrumpida por una sonrisa coqueta del castaño.
— ¿Es que no lo entiendes? — cuestiono a un centímetro de sus gruesos labios. — El día que seas mi esposa, tomare tu corazón, tu alma, tu cuerpo y el fruto de este. — fue como un juramento que el castaño sello con un beso.