/0/19107/coverorgin.jpg?v=9bc8eba77866f19d549623ce6bc3d057&imageMogr2/format/webp)
Tenía ocho años cuando el mundo dejó de tener sentido.
La vida en la mansión Soler era todo menos simple. Desde fuera, parecía un palacio sacado de una revista de arquitectura de lujo: columnas blancas, jardines simétricos, fuentes con esculturas clásicas, y un portón de hierro forjado que protegía nuestra privacidad como si fuera un tesoro. Pero la opulencia es una máscara. Yo, con mi vestido de seda azul y las trenzas perfectamente apretadas por mi niñera, era solo una muñeca más dentro de esa vitrina de perfección.
Mi madre, Elena Soler, era una presencia cálida, hermosa y silenciosa. Recuerdo cómo solía acariciarme el cabello por las noches, entonando una canción francesa que nunca supe si era real o inventada. Tenía una fragancia a jazmín que impregnaba las sábanas de mi cama incluso después de que se marchaba. Esa noche, esa última noche, su perfume también estaba allí... pero su voz, no.
-Ariana, mon trésor -me dijo de pronto desde la puerta del jardín, interrumpiendo mis juegos solitarios-. Ven conmigo, quiero hablarte.
Corrí a su lado, acostumbrada a que cada momento con ella era un regalo. Mamá no era como las otras madres de la élite parisina. No gritaba, no posaba para las cámaras, no coleccionaba joyas como trofeos. Era etérea, como una mariposa que se posaba solo por segundos antes de alejarse.
-¿Qué pasa, mamá? -le pregunté, tomándola de la mano.
-Quiero que recuerdes algo muy importante, Ariana. Pase lo que pase, tú eres fuerte. No necesitas a nadie para sostenerte. ¿Me lo prometes?
Yo no entendía, pero asentí.
-¿Me vas a dejar sola?
Ella sonrió con los ojos húmedos. Fue la sonrisa más triste que he visto.
-Nunca estarás sola, aunque no me veas. Créeme.
Esa fue la última vez que la vi.
Desperté con el corazón encogido. Sentí el frío antes de abrir los ojos. Su perfume no estaba. Su sombra no se reflejaba en la pared. Bajé corriendo las escaleras de mármol, gritando su nombre. Nadie respondió. Ni las niñeras. Ni el personal. Ni siquiera mi padre.
Samuel Soler era un hombre al que el mundo temía. Empresario, coleccionista de arte, inversor en tecnología, diplomático ocasional. Siempre impecable. Siempre inexpresivo. Esa mañana estaba en su estudio, bebiendo café negro y hojeando el periódico como si nada hubiera pasado.
-¿Dónde está mamá? -pregunté, con la garganta hecha un nudo.
Él bajó el periódico lentamente y me miró.
-Tu madre ha tenido que irse. Por asuntos personales.
-¿Y por qué no se despidió? -insistí, temblando.
-Porque no podía. No debes hacer más preguntas.
Lo dijo con un tono tan seco que supe que la conversación había terminado antes de empezar.
Pero yo no dejé de hacer preguntas. En silencio, a escondidas. En los pasillos, escuchando detrás de puertas cerradas. Encontré cartas rotas en la chimenea. Documentos escondidos en los cajones de su estudio. Fotografías antiguas donde mamá salía con una expresión distinta... como si supiera que algo la perseguía.
A los ocho años, empecé a entender que la verdad no vive en la superficie.
Y que en mi familia, lo que no se dice es más poderoso que lo que se muestra.
Han pasado diecisiete años desde aquella noche. Y aún no hay respuestas.
Mi reflejo me devuelve una imagen que, muchos dicen, impone.
Alta, de figura estilizada pero marcada, piernas largas, cintura definida y curvas que atrapan miradas aunque no lo busque. Mi piel es blanca, pálida como el mármol de Carrara que cubre las paredes de mi baño. El cabello negro azabache me cae por la espalda como una cascada perfectamente controlada, y mis ojos -azules, fríos, profundos- no muestran piedad. Aprendí a convertir mi imagen en un escudo. Pero lo que más me representa es mi andar: firme, sin titubeos.
Soy Ariana Soler. Heredera de una fortuna ancestral y fundadora de "Noir Éternel", una marca de cosmética que lleva cinco años redefiniendo la belleza como empoderamiento femenino. No vendo maquillaje. Vendo identidad. Y las mujeres me creen, porque yo misma soy mi mejor campaña.
Pero por dentro... aún hay vacíos.
/0/18732/coverorgin.jpg?v=f38cf673ba0b5a26b1e16eb504e71acc&imageMogr2/format/webp)
/0/12942/coverorgin.jpg?v=bd118acd259da937ffdbcde4efdb0cf1&imageMogr2/format/webp)
/0/18452/coverorgin.jpg?v=9da924ba01b91ea4debe9a17a0045927&imageMogr2/format/webp)
/0/17261/coverorgin.jpg?v=22532312abb581bb0af87ccc4a8b6038&imageMogr2/format/webp)
/0/16400/coverorgin.jpg?v=1570e0a16f9753ea05ada4d92cd01bf9&imageMogr2/format/webp)
/0/16682/coverorgin.jpg?v=7b1a7ba95b58772e206174a6ac6b6e60&imageMogr2/format/webp)
/0/9692/coverorgin.jpg?v=cd72a98a6f1ca1b4d04a53881f0d9afb&imageMogr2/format/webp)
/0/10654/coverorgin.jpg?v=b3459f47a6d2457e1a7c152f44c26a2f&imageMogr2/format/webp)
/0/5960/coverorgin.jpg?v=275f5004f0f506d50f98652280ca581c&imageMogr2/format/webp)
/0/14741/coverorgin.jpg?v=77922d445b704eca541c71c91b13de01&imageMogr2/format/webp)
/0/10794/coverorgin.jpg?v=29bd0fef65756380ab877a1074fa4032&imageMogr2/format/webp)
/0/3426/coverorgin.jpg?v=8ede46c69c55bb5ecbfe1dbf4c916918&imageMogr2/format/webp)
/0/15458/coverorgin.jpg?v=1d7516a35a2ebd6e78b177fde84dcd7b&imageMogr2/format/webp)
/0/4962/coverorgin.jpg?v=12fd064dd6e85a86aad2af77dc968de5&imageMogr2/format/webp)
/0/15906/coverorgin.jpg?v=65d19d6cc8fd19ff0990ac7a6a74b941&imageMogr2/format/webp)
/0/9383/coverorgin.jpg?v=5bf1d34d8bff9a0e6c0f74a7d4d2c9cd&imageMogr2/format/webp)
/0/20663/coverorgin.jpg?v=b1eeaca37cc3bfdf7fae0161d73cfd61&imageMogr2/format/webp)
/0/6401/coverorgin.jpg?v=88214d6b45570198e54c4a8206c1938e&imageMogr2/format/webp)
/0/18333/coverorgin.jpg?v=a8fd0a044d7217978e26230ffa3201df&imageMogr2/format/webp)
/0/17605/coverorgin.jpg?v=6919db385b13769f9aacea93851f78b3&imageMogr2/format/webp)