icon 0
icon Recargar
rightIcon
icon Historia
rightIcon
icon Salir
rightIcon
icon Instalar APP
rightIcon

En busca del tesoro de Ashwöud (Los guerreros de Fagho I )

Capítulo 2 La batalla de los Templos Sagrados

Palabras:5098    |    Actualizado en: 07/02/2023

rey Orton Alopus de Macedán sin poder quitar la mirada del cuantioso ejército contrincante

na gran tormenta. Fulminantes relámpagos cegadores se encendían por aquí y por allá, y gracias a estos podían visualizarse las grandes sombras que sobrevolaban la

rofunda, boca y nariz grandes, tenía un acento extraño al hablar debido a la lejanía de sus tierras y sus largos cabellos dorados los mantenía siempre recogidos en una cola de caballo. Detrás de él se encontraba su portaestandarte, un joven fortachón que sostenía en alto el blasón de su nación que consistía en un castillo de tres cúpulas, la del medio más grande que las dos de los costados. Dos líneas azules serpenteantes que nacían detrás del castillo rep

ían a su lado. Ambos eran de edad madura, y muy parecidos a él. Cara redonda y nariz prominente. Los tres llevaban lorigas con mangas y brafoneras en las piernas cubiertos con una sobreves

lado izquierdo de la llanura portando los

ó a compartir D’Nagris—, pero cuando Ásteris solicitó nuestra alianz

esta guerra? No seas idiota, D’Nagris. Pero si los dragones son el problema, te

era edad. Portaba una hermosa coraza plateada que le cubría el torso y en la cual tenía labrado el escudo de su reino, e igual que su ejérc

rtado desde Ándragos cinco enormes catapultas, aunque jamás pensó en utilizarlas contra dragones. De hecho, las catapultas podían ser lentas e

opes —volvió a refutar D’Nagris—. Los dragones no son ni lentos ni estúpidos

¿quieres? Yo me encar

an el terreno? —lo desafió n

ircundante, otras criaturas horrorosas hacían gala del arte de volar. Su tamaño y rasgos generalizados eran los de una persona, aunque su piel era color plomizo y de textura agrietada. Desde los omóplatos, y hacia la parte posterior de los brazos, les nacían unas grandes alas puntiagudas que superaban la longitud de

ovenientes de Mesilla, quienes se habían ganado su nombre por su gran habilidad de decapitar rivales con sus látigos de fuego flexible, y los cazadores de los Pueblos Bajos, guerreros caníbales bien adiestrados con todo tipo d

nos, ni los arrancacabezas, no eran los cazadores o los gigantes salvajes, ni siquiera los dragones a los cuales había mucho que temer, sino aquel hombre que solitariamente aguardaba montado en un corcel negro de pa

ras desenvainó su hermosa espada dorada que colgaba de su cintura. El acero roz

a y sin visera. El rey lo tomó, pero antes de ponérselo hizo recular su

a batalla, Theradam. Manténgan

ríncipe de una forma, hasta cierto punto, respetuosa, pero de

e ver un dragón, y precisamente por ello había insistido tanto al rey el poder estar ahí, pero no podía contradecirlo, y mucho men

jó la vista

… lo siento

ndo desentendimiento. El príncipe de Ándragos no tenía más de diez años, para muchos era un niño y no acababan por

vos destellos plateados. Sus facciones eran finas y sus cabellos rubios, lacios, y tan largos que le cubrían toda la espalda. Llevaba tejidas algunas trencillas con cuentas e hilos de plata y sus ojos eran azu

que la seguridad del prínc

d —declaró la chica de mirada fría y sagaz—. Yo m

os. Faltaba poco para iniciar la batalla, muy poco, y una vez iniciada, él podría separarse del séquito para hacer lo que le vini

mundas que te hacen lucir como un mendigo. ¡Sujétatelo! —le ordenó sev

ojos claros sobresalieron. Era un niño de complexión delgada y de rasgos muy distintos a los de su padre. Quienes le conocían, atribuían su atr

el rey de Macedán y luego el de Bordeos, y este último la acompañó con un impetuoso y enérgico grito que se multiplicó en cada una de las garg

inició su movimiento ofensivo. Era el arranque de la m

s, látigos de fuego, garrotes con púas, todo tipo de cuchillas y otras tantas a

n embargo, los que no cayeron volvieron a retomar camino, y entre ellos, varios gigantes salvajes. La segunda descarga de flechas fue lanzada y detuvieron a otros tantos seres inmundos, pero antes de la tercera, los arqueros fueron atacados por los

cidad de las bestias de fuego que, cabalgados por los jinetes oscuros, los hacían descender para lanzar sus mortíferas llamaradas sobre el terreno del ejército de los tres reyes. Los jinetes oscuros eran hombres osados y faltos de escrúpulos que, a través de los tiempos, se habían dedic

reyes dirigieron el ataque hasta que la misma batalla los fue separando para comandar distintos contingent

percibía sangre, horro

o. Y, de hecho, si no lo haces, el rey, y sobre

entenares de muertos o de aspirar el inmundo olor a sangre en conjunto con el fuego. Era terrible. Pero si habí

Los siete picos eran tan altos que los últimos tres casi se entremezclaban con las nubes. Arcon no había podido quitar la mirada de ese lugar cuando lo vio por primera vez esa mañana en que el ejército de los tres reyes arribó

ra —escuchó nuevamente

te—. Me estoy encomendando a ellos.

volver al

ré es porque me cono

reparar su caballo en dos patas para lanzarlo a galope directament

que aprendió a controlar la espada, sus prácticas pasaron a otro nivel, a destazar animales para que se preparara a lidiar con la sensación de cuando el acero hace contacto con la carne y los huesos. Arcon había vuelto de entrenamientos cubierto de sangre después de haberse enfrentado a algún becerro salvaje o a una cabra de montaña, y jamás olvidaría la ocasión en que su padre lo obligó a matar a su propio perro, un cachorro que le había regalado su madre antes de morir; al rey siempre le disgustó que tuviera. No obstante, cada entre

ponía en su mira. Ocho flechas que resultaban pocas ante la magnitud de una batalla, pero que tenían una peculiaridad poco común. Cuando ella abría y cerraba su puño, una a una las flechas que había lanzado desaparecían del lugar en el que habían quedado incrustadas para aparecer reunidas de nuevo en su mano. La protectora del príncipe t

elegida por Aga Ásteris para convertirse en la protectora de su hijo, tarea que, a estas alturas de su vida, ejecutaba de forma

os de comenzar, el campo ya se había anegado, convirtiendo aquello en un muladar de barro y sangre que dificultaba la vista, pero lo que pareció ser en un principio un obstáculo para el ejército de los tres reyes, resultó ser la salvación de cientos de soldados, ya que el intenso fuego de los dragones y los draconianos era amaina

cos, porque a su mente nunca se le nubló la idea que estaba en una batalla. El charco de lodo en el que cayó le dejó lleno de barro, pero importándole poco ubicó su espada que había escapado de su mano. Se levantó por ella, y hasta que la empuñó de nuevo se dio cuenta de que la perspectiva de su entorno era disti

a hombre. Pero fue ahí, parado entre esa multitud de hombres mayúsculos, que el príncipe se dio cuenta de que tenía una ventaja sobre cualquiera. Que por su tamaño de niño nadie parecía tenerlo en cuenta. Inmediatamente se quitó la coraza de hierro en la que sobresalía el escudo de Ándragos y la pechera bordada q

e no eran cicatrices en sí, sino marcas que formaban parte de su fisonomía. Lucían unos ojos amarillos coronados con un halo verdoso y cada uno sostenía en mano una especie de guadaña labrada con símbolos extraños en su cu

asionalmente abrían huecos y en los que se podía percibir un tono rojizo que envolvió la atmósfera de Fagho. Tras advertir el hecho, volvió la mirada al campo de batalla para luego hacer virar su caballo y ret

mbre. Los ojos del cazador se abrieron con toda intensidad al sentir el dolor en su carne abierta, y no conforme con la herida de muerte, retorció su espada hacia un lado para desgarrar deliberadamente su carne. Al cazador le surgió un hilillo de sangre que le chorreó por la barbilla. Aga aprovechó para sac

el rey se t

dos, Darskan D’Nagris llegó junto a él chorreando sangre, agu

frase, fue el príncipe. Conociéndolo como lo conocía, su hijo debía encontrarse en algún lugar del campo de

o dirigido hacia la cabeza de un draconiano, el inconfundible y exi

pe de aquí! ¡Sácalo y vuelv

súbita e imposter

al, al príncipe no le había hecho ningún rasguño, pero también era fuerte y sabía manipular su látigo. En cuanto el arrancacabezas, estudió la forma en la que hasta ese momento el chiquillo se las había

Aa

cacabeza

ro antes de acabar su frase una flecha azulada ya le

n sabía perfectament

ecesario! ¡Yo estaba

Karime tomándolo de un brazo y jalán

unfuñó el chi

nes d

cuándo iban a dejar de tratar

coniano! —gritó con tremenda cara de

co, y apenas tensó el cordel cuando ya había salido disparada hacia el draconiano. El disparo fue perfecto. Cuando la flecha se l

o derecho para volver a ag

ión, Arcon! ¡¿Por qué te gust

que había caído de su caballo. Karime lo buscó entre la multitud, pero era demasiado el movimiento, demasi

e las decenas de hombres que volaron por los aires en conjunto con una explosión de fuego, luz y polvo. La siret no tenía idea de qué había cimbrado la tierra d

es… —susurró incréd

de ambos bandos corrían intentando encontrar algún refugio de aquella tormenta de rayos que se había soltado violenta e implacable, incluso los dragones fueron cayendo uno a uno azotados por las descargas de luz, y en su desplom

al animal sin que

on, Key. ¡Apresúrate! —espet

cobrando vidas. Uno de ellos impactó muy cerca de donde Key galopaba y la siret tuvo que agachars

ste? —se preguntó sin dejar de bu

e se cernía en la zona crecía de forma des

no a su paso y guiándose por los profundos gritos del mon

nos de aquí

no de Ándragos de forma incansable—. ¡Que a

s reyes desperdigados en aquel campo tan grande q

D’Nagris—. ¡No ha

masculló continuando con su labor—

r a sus hombres casi uno por uno. Labor interminable y

dimento para que Key continuara corriendo hasta salir de aquel nubarrón, y al hacerlo Karime se balanceó hacia un lado para extender su brazo lo más que pudo

de esa forma, ¡¿entendiste?! —r

e, Karime, que él es el experto

o tenemos que salir

o lanzas de luz cada vez fueron más in

los que lo hicieron estaban Arcon y Karime, quienes, ya alejados del

intentaban huir tratando de salvar sus vidas. La planicie era una devastada

ado salir de ahí —expresó Ka

enc

la única respue

Obtenga su bonus en la App

Abrir