Una gordita en apuros
en cada vez que me acercaba a su despacho. A lo largo de la mañana intentó que me sentara a habl
illa que había frente a su escritorio-. Estás m
n. -Sonreí, era una pésima actriz y
el dúo de las sintéticas Z
cuando
n algo?! Siempre es lo mism
No puede ser que siempre te est
. Ya era una adulta y no debía necesitar que ella in
rmes protuberancias en la cara de Rub
as que, de cuando en cuando, le pasearan alguna parte de su cuerpo por el rostro. Las malas lenguas decían qu
aten mal, no lo harían si se molestaran en conocerte mejor. -Esbozó una sonr
me afectó más de lo esperado sus comentarios, pero en cuanto
echarlas de cabeza con su jefe. Ahora, para que te animes, toma est
os momentos, con el cabello pegajoso, la ropa manchada, con el tufo a café rancio, más el dolor del hijo no nato bola en
mostrar alegría y salí del
través de aquella puerta de cristal y comencé a babear. «¡Qué guapo es!
cho. Llamé a la puerta y él levantó la mirada, me d
documentos que pediste -casi no l
e que me cuestionara, me di la vuelta de forma rápida en cuanto d
Di
naba que no me
la vuelta y dirigí
me sentí lo suficiente
desay
comprar su desayuno, no es que fuera mi trabaj
alir, iremos a la cafetería que hay frente
r que esas palabras salieran de su boca y, para que s
a, que mis piernas comenzaron a tembla
A eso debía añadir que, si bien me había dado la vuelta para salir de la oficina, mi cabeza continu
spués fue lo más
í la pared en lugar
itara que tenía hambre o qu
é e intenté no pe
r caminar en línea recta. Salió de su escritorio, agarró la chaqueta y se acercó a mí. Salí de la oficina
reer que fuera agarrada del brazo
nir. Era algo entre odio, asco y envidia. A lo que se les unió unos gritos de coraje cuando Adán colocó su brazo por encima de mis hombros, y me acompañó casi abrazada. Por suerte el
que las puertas se cerraran, me so
hombros se convulsiona
sa bobalicona. Él me tocaba, me llevaba a
¿cierto? Las vi salir del baño y de
bien conmigo. Tampoco es que me hicieran ll
ra una palabra, con ese asomo de co
midilla de toda la oficina. Perdóname, no pude evitarl
n, porque no lo hacía por
sposición para cuando quieras hacerlas rabiar, sa
a de caer de las nubes y, en ese mom
acarició la mejilla e hizo lo impensable: ¡me li
s se abrían las puertas del ascensor y s
elo, porque mi rostro solía ser un libr
yunar y me cuentas
e como mi día c
n caballero de brillante armadura que se levantara de su asiento para cedérmelo, pero no me importó. Puede que aquel gesto estuviera pasado de moda, pero yo era de gustos anticuados. Allí, en aquel transporte entre roces y empujones, rodeada de alguno
ontré a Virginia en el sofá a medio vestir, o mejor dicho a medio desvest
eguntó con los ojos muy abier
de tu imaginación. Hola a ti también, Virginia
risilla mientras se levantaba, y le indicaba
ver algo en la tele. Puedo hace
bre, incluso cuanto sabí
, Virg
acó la lengua y se burló, para después ade
me daría un largo baño relajante para quita
sumergida en agua caliente, con los auriculares y relajada