Una gordita en apuros
s de que viera la hora y me diera cuenta de que el despertador jamás sonó. Tras el susto, y en
mi esp
ás mullida de mi cuerpo..., las nalgas. Habría pasado unos mi
aba detrás de la puerta y por el
quilo, so
», pero eso no lo dije, ya sabía que er
nto con él y Virginia. Eran mis dos mej
os una mirada. Fue el primer hombre por el que mi corazón, nada más verlo, se enloquecía como si cor
odría reconocer que era guapo. ¿A quién engaño? Siempre fue el espécimen masculino más hermoso en todo
oscuros, iban a juego con unas facciones perfectas. Tenía un rostro simétrico al igual que el rest
mor de su vida. Era capaz de enamorarse en una sola noche y perder el amor al día siguiente. A veces quisiera ser com
cada visita que hago, mi madre se empeña en darme de comer lechuga como si fuera conejo.
, pero con el que mejor
aunque nunca se lo dije para no estropear nuestra bonita amistad.
reinta aún no habíamos encontrado a una persona que nos quisiera, él y yo nos casaríamos. H
! Estaba pletórica. No por verlo sufrir, sino porque volvía a ser libre y, si aguantaba así has
ra y de rodillas, salí de la habitación y corrí a toda prisa po
sa, debo ducharme o llegaré
verás nada q
aba llena, así que junté las piernas y me adentré
e lo hago
el agua que había en el suelo. Para no romperme la cara me sujeté de lo más próximo que encontré. Para mi desgracia, lo más cercano fue su toalla. Aquel odioso trapo que cubría esa maravilla de cuerpo cayó y lo dejó como
bajo presupuesto, acabó por convertirse en un capí
y se debatía entre a
te encuen
te estaba obnubilada por el trastazo en la fr
e un tonto golpe.
te roja y las mejillas incluso más,
isto a un hombre desnudo. -Comenzó a reírse,
l motivo de su hilaridad, yo dese
Iracunda lo empujé para
tiene buena pinta -aconsejó a la vez que me robab
ecordar el motivo de aque
egaré tarde
a crema para peinar, coloqué un poco en la mano libre y la extendí a lo largo del cabello. La dejé hacer su trabajo y me enjuagué el rostro. Cuando por fin mi visión qu
a crema que esparcí tan bien sobre mis greñas, no e
omenzar mejo
a verdad, ¡qué más daba! Nunca se daban la vuelta para mirarme, nadie se fijaba en
nté escapar de la casa, pero choqué con Bruno que no me quitaba el ojo de encima; le