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La reina de las Magnolias

Capítulo 4 Capitulo 2

Palabras:4250    |    Actualizado en: 28/01/2022

buzones y niños jugando en bicicleta, miro por el vidrio de la ventana que estaba ligeramente abierto, lo suficiente para que entrara

Henry Smith era un almirante y funcionario de guerra y nada más ni menos qu

mperio Japones en el pacífico; para Susie había significado muchas cosas esa victoria y una de ellas era volver a casa, a Cambridge, a Inglaterra. 2 de septie

casa, a pesar de lo mucho que sus hermanos mayores se h

a adaptado a pesar d

corrido de las casas y platicando con el chofer, Susie estaba absorta en los pequeños huecos d

mo Helen. Susie voltio para mirar a su progenitora quien tenía una mira

eñora madre de nuevo mientras le tocaba el hombro y la enderezaba

uro de que encontrara esposo en un siéntanme si eso le preocupa—afirm

siga así, aun si eso significa ponerle tabl

mo los de ella y tenía los ojos azul rey que eran fríos y algo recios a la fragilidad o la calidez. Traía pues

cillos en las orejas que la hacían ver linda, y el vestido azul con pequeños jazmines se le ajustaba a la cintura por un pequeño cinturoncillo de cinta color negro. El bolso de mano y

hojuelas en su casa. Susie era la única que lo veía, la guerra no era algo que celebrarse, y si estaba feliz de que todo acabara, pero ella no quería se participe de ese acto donde habría comidillas, pastelillos, comida y chismes por todos lados. Pero que le quedaba, tenía que ir por el honor de su familia, por el de su padre, debido a las circunstancias y a que su hermano mayor Edward; quien solo era dos años má

uchas cosas entre ellas las habladurías de que hija de tal persona se casaba con el teniente James o si la Sra. Johnson la había

struo de la sociedad de Virginia a pesar de que el auto ya estaba dando la vuelta

۞

una sonrisa y le posaba la cajetilla de cigarrillos enfrente de ella—. Yo m

tan borracho que se tambaleaba de un lado a otro doblando el calzado negro recién boleado que el mayordomo lo había hecho esa misma mañana por órdenes de su esposa. El viejo sr. Davis sonreía mostrando sus dientes amari

a apartarla de su rostro, le dio una mirada amable al señor Davis

expresó Sr. Davis sonriendo nervioso—. La preciosa Susie, la perfecta hija del coronel Fisherghat. Dime Susie, hace

—dio un su

me a mí —se apuntó—, ¡Yo me robe a Margaret a los dieciocho y tuvimos tres hijos!, por cierto, Susie ¿no quieres ser mi nuera? —pregunto enarcando u

pectativas del Sr. Fisherghat, no son como

lo mordió nerviosa, su boca se vio bonita ante el movimiento de sus labios mordi

o su hermano, o si tendría reflejos en el cabello castaño como cuando era un niño. Si era un adonis o un rompecorazones como su otro hermano Edward. Después de todo Charles era atractivo cuando tenía once años, que lo impedía

Sus hermanos en especial eran muy atractivos a simple vista tanto que E

. Posó sus manos por el vestido azul con botoncillos, ese mismo que se ajustaba a su cintura y le resaltaba el pecho, su madre le había hecho comer ensalada toda la semana para entrar en la talla y Susie lo

su labial? y ¿qué colorete traía en sus mejillas?, Si sabía que Charlotte se casaba en invierno o que Miriam estaba embarazada de Richard. Le besaban en las mejillas, tanto que se sintió ofuscada, porque se sentía presa de esas situaciones donde era c

e decía que no debió de venir y que hubiese sido mejor quedarse en casa haciendo pay de manzana junto

ue no le calara el viento; los bellos se le erizaban por el aire. Sentía n

a Smith y vio sus zapatos de taconcillo e

ar

el mal gusto a la señora, por las constantes críticas que le había hecho de niña, por las veces que le había dicho que era tan paliducha y pecosa cuando acompañaba a su padre y se quedaba sola con la señora tomando el té. Susie nunca se atrevió a reprocharle nada, ni si quiere se le pas

e siquiera la idea, la regañaría tan sólo ver un cabello suelto y la reprocharía por ser tan descuidada. Camino por el largo pasillo de la entrada, donde estaba el mesón del salón con las hortensias y jazmines, el aroma de las f

por el polvo del maquillaje, el cabello negro rizado le rosaba los

de reliquias de colección. Esa mujer era ella, una simple mujer traída de Inglaterra a Virginia, una fora

u alma se sentía solitaria e inquieta. Suspiro, abrió el grifo y se lavó las manos para poder pasarlas en su rostro, necesitaba despertar,

usie, la cara que quieren ver todos.

ilia, los Smith y la gente pedante que era tan hip

ró del

ido más que los aperitivos y aun Eleonor no

feliz de que sabes desenvolvert

ara alegre, solo por su padre, era su día. Su reconoc

lo el cabello y sujeto la horquilla al pasador. Susie guardo las cosas en la bolsita y la abrocho con cuidado para abrir la

ruñona de la familia Smith como Susie la recordaba—. Están concertando una fecha para que se conozcan; el joven Charles sabe de ella, jugo co

el, ¿tú crees que tendrán lindos hijos? —Pregunto el mayordomo—.

Branly llevaba las servilletas y los manteles

, boda, c

nto?, pero si Charles ni siquiera estaba en el país, ni siquiera se comunicaban, ni

eso ya no funcionaba ahora. Ella ya no era una pequeña niña de seis años que vivía feliz con gall

o

iempre lo supo después de todo, su alma sabía que algo no andaba bien. Que no e

No

presión en el pecho. Susie se pasó una mano por la cara, estaba sudando, ese nerviosismo, esa ansiedad de minutos antes, los besos hipócritas, el

iota hab

no encajaba en ese mundo. Susie tuvo ganas de llorar, no por Charles, quería llorar por ella. Por sí misma, por pensar que la dejarían elegir como a sus hermanos. Se sentía traicionada y enojada con to

pasillo; el tacón de sus zapatos resonó en el pulcro piso y sostuvo la pequeña bolsa a su costado, Susie se dirigió a la puerta trasera de la mansión y miro hacia atrás, donde se escuchaba el bullicio

tas de lo mucho que los amaba y que esperaba que la guerra terminara, ¿Cuántas veces no rezo a Dios para que regresara su padre a salvó?; pero al menos quería ser ella, no ser la hija adorada del coronel Fisherghat, ella quería ser Susie, la chica que veía a las parejas tomarse de la mano por las calles, com

salón dejaban ver los grandes setos del jardín, Susie estaba segura de que: en estas fechas, la Sra. Eleonor había traído rosas y claveles para plantarlas en el invernadero, porque la inmensidad del patio estaba cubierta de pasadizos de setos gigantes de los cuales habían sido testig

rosas, la copula del quiosco de cristal se veía sobre salir sobre los grandes arbustos cortados rectamente. E

a derecha, eran tan iguales los arbustos, que, si no conocías bien el camino, te perderías. Susie suspiro y miro a su alrededor, esta sería su casa si se casaba con Charles, la Sra. Eleonor seria su suegra, este in

lizo y húmedo del césped fue remplazado por el camino de piedrillas blancas y fi

ía per

lla era filosa y rara, no como una piedra cualquiera, más bien las piedras eran puntiagudas y brillantes al tact

nto Susie››—la frase sonó en su cabeza. Ch

paró e

su mano a su padre sin preguntárselo primero, ¿qué derecho tenía él sobre ella?, ¿qué derecho tenían los Smith de derrumbar su

era lo importante, no una pobre jovencita que se ha

ra recogerlo, pero al lanzarlo no escucho las hojas rozar el bolso, se escuchó fuerte y firme a

eran hojas lo que estaba tocando, era madera. Susie toco de nuevo a lo largo,

la puerta podrida. El fierro de las vigas estaba oxidado, y la chapa estaba tan suci

on las dos manos, e

era uno de esos múltiples pasillos ocultos de la casa. Uno clausurado y abandonado cubierto de hierba

usi

en el viento. Uno, se quedó estática ant

Ve

nada en particular, solo era el

ie,

una energía que no controlaba, sombras, niebla

amando, ante lo que había en el fondo. La luz que se veía en la profundidad. Susie trago en seco y sujeto con un puño la falda de su vestido, sintió su cuerpo punzante, un hormigueo

a y se detenían las manecillas. Como cuando un corazón dejaba de latir y quedabas sin vida, dio

se instante y con ello e

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