El infierno de Robert Cameron
s, 6 mes
con un gesto el fren
repartir limonada fresca y bizcocho en honor a la Virgen del R
oradas en una actitud implorante-. Mi prima Valerie estuvo el otro día, ¿y qué cree
... -dudó Madisson, aun cuando en su fuero interno hormigueaba la curiosidad-. Mi padre dice que es
. Aprehendió la muñeca de Madisson y, sin pedir permiso, le abrió la palma de la mano.
platos. Si la médium sabía aquello sin conocerla de nada, podía saberlo todo sobre ella. Madame Neen comenzó a rodearle la ba
la joven, apurada-. Díga
s párpados e hizo un
e mucho carácter. Vivirás en el campo, percibo el perfil de una
ó Madisson con el ceó frunci
la vidente, haciendo caso omiso a la inconfo
nte, ya que la feria se estaba animando y debía
miró con seriedad a los ojos-. Habrá señales equivocadas y muchas lágrimas. La felicidad e
s de los pies como si le hubiesen entrado brasas ardidas en los zapatos. Neen se ocupó del futuro de Maggy, a quien predijo que se casaría en menos de tres meses, para el júbilo de esta, que no veía la hora
de les esperaban sus amigas. Comenzaron a repartir galletas y limonada
ias o estarían solteros. Cuando el grupo de los soldados formó una fila frente al puesto de limonada de las jóvenes, estas se emocionar
s. Ni una sonrisa tan seductora. Cuando se dirigió a ella, unos labios firmes y bien formados desvelaron una dentadura uniforme y blanca. Ella, presa de un embobamiento re
re de voz profundo y atrayente-.
urría entre los dedos. Sin poder remediarlo, observó que abando
y las lágrimas empañaron su vista, listas
ortaron y le vendaron la pequeña herida que sangraba en su dedo meñique. Como ya no podía servir limonada, abando
l que brillaba desde lo alto del cielo. Madisson aclaró la vi
. Disculpe que haga yo mismo los honores, pero carecemos de amigos en
voluntad de la que disponía, le ofreció su mano y, cuando sus dedos gráciles tomaron conta
lpas aceptadas. -Arqueó sus labios dando la oportunidad a su b
giró sobre sí mismo y agarró
compañía? -pregun
e inmediato, abrumada po
se alojó en su garganta. Cuando él prendió de nuevo su mano
mo un colibrí en su nido. Y
doncella tomó consciencia de la situación y retiró la mano. Estaba cometiendo una locura, la mayor de su existencia hasta la fe
evantó y, mientras le tomaba la muñeca con delicadeza y depo
e ir, el deb
esto -se apresur
cortada-. El próximo domingo en la plaza, mi div
onrisa satisfecha de él, recordó los buenos modales de
del reloj parecían estancadas. Durante el día, Madisson no tenía paciencia para entretenerse con nada y, por la noche, dormía mal
é apretado. El corpiño tenía un escote redondo y, de las mangas tres cuartos, colgaban sendos lazos plateados de seda. Se peinó a la última moda, enrollando varias trenzas alrededor de su melena suelta. Se pellizcó con fuerza los labios hasta dejarlos del mi
ceros aplausos de los asistentes. En ese estado de euforia general, varias decenas de militares hicieron su aparición. Vestidos con sus m
en un banco apartado, flanqueado por un castaño milenario. Madisson rebuscó unas monedas en su
más larga de su vida, contando los minutos y los segundos, igual que ella. Él tam
on comenzaron su noviazgo en secreto, pero firmemente conve