Abandonada al fuego: La traición de mi esposo
ista de Da
ando el vacío en mis entrañas. Llevaba horas llamando a Celeste. Sin respuesta. So
desesperado. ¿Dónde estás? Tenemos que hablar de Isabella. Del balcón. Dijo q
despeinado, sus ojos todavía rojos de llo
n molesto? Es esa zorra, ¿verdad?
i atención centrada
ad. ¿Qué pasó en el bal
centes, pero había un destello
celosa de nosotros, Damián. Se volvió
. vacía. Pero Isabella estaba llorando, aferrándose a mí. Y Celeste hab
ero las palabras
o vibró. Un mensaje de texto. No
do. Por favor, acuda a recoge
ármol. Isabella se agachó, recogiéndolo, sus ojos se abrieron de par en par al leer el m
esto? -susurró, f
número de Celeste, una y otra vez. Seguía apagado. Mi corazón ma
ñora Elvira,
dónde está Celest
r... se fue esta mañana. Me dijo que ya no era la señ
e. Mi mente daba vueltas. No. No, no lo haría. Esto era
-Colgué el teléfono de un golpe, agarré las lla
el rojo. Mi mente era un torbellino de imágenes: los ojos vacíos de Celeste, la not
mansión, grita
a casa resonaba con mis
despojada. Su ropa se había ido. Sus libros, sus baratijas, incluso los pequeños toqu
bodas. A su lado, el acuerdo de divorcio firmado. Mi firma, audaz
ras la recogía. Su caligr
n. No voy a volve
ones en un jadeo entrecortado. N
. Llamé a Maya, su mejor amiga. S
nal, señor Ferrer -dijo la recepcionista, su voz edu
? ¿Dónde? -exig
información, señor. La señorita
filtrándose en mis huesos. Se había ido. Mi esposa, la mujer que me había amado durante d