Mi hija robada, mi vida destrozada
ista de So
lic familiar, luego la voz estruendos
or colgando de una mano y una sonrisa amplia y practicada en su rostro. Se veía impecab
giendo concentración. Mi corazón martilleaba, un tamborileo frenético co
, mi voz plana, si
ocas zancadas, exudando un au
. Me moví sutilmente, girando la cabeza para que sus labios rozaran mi cabello en su lugar.
pequeño para compensar mis noches tardías. -Sacó un delicado collar
tracción brillante de la podredumbre que se pudría bajo nuestra fachada perf
ía y suave como los diamantes mismos-. Pero
vaciló li
do genuinamente confundido. Estaba tan acostumbrado
e. Ricardo se giró, la mo
-murmuró, ya movién
e me heló.
un pequeño regalo envuelto brillantemente. Sus ojos, inocentes y gran
queño detalle adorable y pensé en Camila. Y casualmente estaba en
ula, casi oculto por su barba incipiente. La pelea en el callejón. La pelea en la que había estado hace horas, antes de enviarme un mensaje sobre su "
osaron en el collar de
n... ella. -Su tono era un poco demasiado entusia
la garganta, de
a Sofía no le entusia
vios-. Pero por eso te queremos, ¿verdad? -Entró en el apartamento, su mirada recorriend
recer despreocupado, ca
ponértelo -me engatus
eptiblemente, inclinándom
toy ocupada. Y m
a. Estaba perdiendo el control de la narrativa,
jos brillando-, ¿quizás podría pedírtelo prestado a
reclamando su territorio, justo frente a mí, con mi espo
osamente tranquila-, creo q
isa se
mesa auxiliar, sus ojos darting entre Ricardo y yo. Un mensaje silencioso pasó entre ellos, una mirada rápida
su voz inusualmente tens
n el piso de mármol. Ricardo la vio irse, sus ojos demorándose en su figura en retirada, una mirad
ra el descaro flagrante, la intimidad abierta, la form
voz apenas un susur
su expresión confu
blas, Sofía
za comenzó a palpitarme. Necesitaba aire
ue iré a la oficina. Han surgido algunos asuntos urgentes.
uina preocupación, o quizás irritación, en su voz-. Cariñ
é, una risa amarga burb
, mi mirada fij
, Ricardo. Ya
ador, escuché su suspiro, u
para sí mismo. Las puertas del
el metal frío, mis ojos apretados. La imagen de Ricardo y Karla, entrelazados en mi escritorio, brill
soledad. Fui directamente a mi escritorio, el escenario de su traición. Mis ojos se posaron en la superficie pulida y sentí una nueva
de emociones crudas. Ira, sí, pero también una resolución fría y calculadora. Pensaron q
ad del edificio, mi corazón latiendo con una mezcla de miedo y sombría determinación. Cada ofic
ables. No solo para mí, sino para el mundo. Par
e me cortó la respiración. Este era el momento. El momento de la verdad