Hasta que la muerte nos separe, de verdad
ista de An
cuidadosamente desprovisto de emoción. Agustín y Cristina eran, como era de esperar, los monarcas indiscutibles de la noche. Cristina, resplandeciente con un vestido que se parecía sospechosamente a una versión mo
curiosidad apenas velada, era un coro familiar. "Pobre Anahí", parecían decir sus mirad
separó de Agustín y se deslizó hacia mí, con
ndo una dulzura artificial-. Qué gusto
mi vestido simple,
anillo de amatista de mi madre. El que Agustín había "perdido" hacía años, el que juró que protegería. E
firo, estaba en un cajón en casa, una reliquia de un pasado que se sentía imposiblemente distante. La mano de Cristina, perfecta
construida un arma. Yo, demacrada y pálida, mis ojos sombreados por la fatiga y la enfermedad, mi espír
a, destinada solo a mis oídos-. Pobrecita. Sigues aferrada al pasado, ¿verdad? Agustín me
ndo a que me desmoronara, a que corriera, a que suplicara su protección. Quería que yo fuera la mujer rota a la que él podría
truida se hizo añicos. Mi mano salió disparada, no para agarrar el anillo, sino para abofetearla. Fuerte. E
oreciendo en su mejilla. Agustín cruzó la habitación en un instante, su rostr
-siseó, arrastrándome hacia una
baleó precariamente y luego se estrelló contra el suelo, enviando una lluvia de chispas y una ola de pánico a través de la multitud. Lasetó, un pánico familiar y sofocante subiendo. El espacio cerrado, el olor a polvo y metal quemado, la presión frenética de los cuerpos, era d
-chilló Cristina, su voz estri
furia renovada. Se abalanzó, sus uñas manicurada
más que mercancía dañada! ¡E
su cuerpo, esperando que alguien nos encontrara. El miedo, el hambre, el silencio aplastante. El espacio cerrado. El ataque de p
ión, mi única conexión con el mundo exterior. Me había abrazado, alimentado, prometido
mi madre, la había borrado como si nunca hubiera existido, y me había dejado con una niñera que no conocía. Nunca más volvió
reciéndoselo a su amante como una broma retorcida. El horror total de su traición me golpeó, no solo la aventura, sino la crueldad casual de r
desvaneciéndose a negro. Sentí que me caía, el caos a mi alrededor disolviéndose en un vacío silencios