Demasiado tarde para tu segunda oportunidad
s de supervivencia gritaron. No dudé. Agarré mi bolso, mis preciosos materiales de arte,
tornillo de banco, clavándose en mi carne ya magullada. "¡Ayúdame!", gritó, sus uñas rasgando mi piel. El tirón repentino me de
mbros en cascada. Mi cuerpo palpitaba, cada músculo protestando, pero lo ignoré. El mundo exterior rugía, una sinfonía de destrucción. El camino que acababa de tomar era ahora un río
oz familiar cortó los ecos persistentes del deslave
rada, como si mi mera presencia fuera una afrenta. Yo solo miré el sonido, una extraña mezcla de pavor y un parpadeo d
aliñado y cubierto de mugre, su rostro grabado con preocupación. Pa
ramáticamente. "¡Bernardo! ¡Oh, Bernardo, pensé que iba a morir! ¡Fue tan aterrador!
ió hacia mí, todavía bajo el saliente. "¿Frida, estás herida? ¿Estás bien?", pregun
su rostro en su pecho. "¡Pero estaba tan asustada!
e miró entonces, una breve y fugaz mirada, como si acabara de recordar que yo estaba allí. Pero su enfoque permaneció únicamente en Frida. La comprensión
voz cruda, desesperada
a, sus ojos encontrándose con los míos. Contenían un p
en mi tobillo, y tropecé hacia él, mi mano extendida. "¡Bernardo, por favor! ¡Mi tobillo
arme, sus ojos lanzando una advertencia silenciosa. Luego, tiró de su camisa, su voz ahoga
eptible. Luego, aseguró su agarre en Frida, su mandíbula tensándose. "Vuelvo enseguida, Adela", dijo, su voz plana, sin emoción. "Necesito llevar a Fri
cruda de desesperación. "¡Por favor!". Pero n
distante de agua y los latidos de mi propio corazón desesperado. El sol se había puest
igualando el frío en mi alma. ¿Cuántas veces me había dejado? ¿Cuántas veces la había elegido a ella? Pensé en
sante. Bernardo nunca regresó. La oscuridad se volvió opresiva, viva con susurros invisibles.
ntes, me levanté, usando la áspera pared de roca como apoyo, y comencé a arrastrarme por el traicionero ca
vés de mí. Uno de ellos se abalanzó. Sentí un dolor agudo y desgarrador cuando los dientes se hundieron en mi pierna. Pateé, grité, luché con una furia primigenia alimentada por el terror. De alguna manera, milagrosamente,
la salva y me deja morir. Él la cuida y me abandona a los lobos. La ironía fue un golpe cruel y final. Mi último
tal. De nuevo. Mi pierna palpitaba, fuertemente vendada. Mi brazo todavía dol
pie sobre mí, su rostro pálido, sus ojos muy abiertos. Agarró mi mano, su toque sor
preocupado? La palabra sabía a veneno en mi l
egreso estaba bloqueado. Intenté llegar a ti, lo juro. Pero Frida... ella me necesitaba". Apretó
no mintiendo, entonces aferrándose desesperadamente a excusas. No había intentado volver. Había elegido. La había elegido a ella. El re
gencias, su rostro verde de preocupación, convencido de que iba a perder la mano. Se había quedado a mi lado durante horas, sosteniendo
surro, apartando mi mano de la suya como
La montaña era inestable. Simplemente estabas en el lugar equivocado en el momento equivocado". Volvió a alcanzar mi ma
ía e inquebrantable. "No, Bernardo", dije, mi
aminó por la pequeña habitación, sus movimientos agitados. "¡Ad
ata de seda, su cabello una cascada perfecta, su rostro una imagen de inocente preocupació
a por un momento, luego se volvió hacia mí, sus ojos ahora fríos, duros y llenos de una finalidad escalofriante. "¿Est
ojos no contenían más que despre
brazo alrededor y la acercó. "Frida, cariño", dijo, su voz enfermizamente dulce, "¿no crees que es hor