El imparable resurgimiento de la mujer despreciada
vista de
s se abrieron de puro terror, y un grito agudo y gutural brotó de su garganta. Era el sonido de un animal atrap
én soy! -chilló, su voz frenética, desesperada. Le suplic
ró de Cristina a mí, sus ojos ardiendo con un odio que nunca antes había presenciado. ¿Cómo me atrevía a t
inflexibles. No dije nada. Mi silencio era
r que ahora sonaba completamente hueco. -Oficial, claramente ha habido un malentendido aquí. Este es un asunto familiar privado. Una pequeña discusión entre..
todo esto. Le aseguro que podemos manejarlo internamente. Solo una pequeña riña. Si ustedes, caballeros, fueran tan amables
favor. Tenme un poco de respeto. Diles que se vayan. Déjalos ir. Hablaremos de esto en casa, solo nosotros. -Esperaba que y
él conocía. Los años de lealtad silenciosa, de amor equivocado, se
eza hacia el detective. Mi voz, cuando llegó, fue clara y firme,
n que presenté a la policía hace una hora y las grabaciones de vigilancia del hotel confirmarán que la señorita Finley me agredió físicamente y me ext
incredulidad y humillación total. Su rostro se descompuso. Sus ojos, fijos en los míos, de repente carecían de ira, reemplazados por una conf
esionalismo. Dos oficiales mujeres se acercaron a Cristina. Ella volvió a chillar, luchand
n esto! ¡Héctor! -gritaba, su voz ronca y
, la arrastraron fuera del penthouse. Sus gritos desesperados e histéricos resonaron en la ahora silenciosa sa
arásitos que se habían deleitado con su riqueza y carisma, ahora lo miraban con una mezcla de lástima, desprecio y curiosidad incómoda. No eran sus verdade
de policía que se alejaba en la noche, la cabeza de Héctor se giró lentamente hacia mí. Sus ojos, inyectados en sangre y salto
ro a centímetros del mío-. ¡¿Esto es lo que querías?! ¡¿Arruinar mi vida?! ¡No soportas verme feliz, ¿verdad?! ¡No soportas verme con alguien que re
aste a la policía por mi novia! ¡Tu novia! ¡Por mí
hibición, permanecían inmóviles. Sabían, incluso si Héctor no lo sabía, el peli
es de infligir dolor, ahora se sentían huecas, impotentes. Todos estos años, había tratado de protegerlo, de cuidar
. El pensamiento era un dolor sordo en mi pecho. Era incapaz de en
erorata agotada. Se quedó allí, con el pecho
té la