El primo, el ceo y mi hijo
a con la que la sujetaba. La luz del amanecer en la ciudad desconocida se sentía fría. Cada paso
rma en que me había dicho que yo no le debía nada, me había desarmado más
s natal en Latinoamérica; el papeleo del matrimonio se había iniciado allí y la anulación debí
l. Usé la tarjeta de crédito que mis abuelos me habían dado para emergencias. Comprar un boleto transcontinental con pocas horas
siento de la ventanilla, sintiendo el vacío de la distancia. El aire frío de la c
r la intensa luz tropical. El vuelo era un calvario de horas, un exilio autoimp
nó." Esas palabras habían sido los cimientos de mi identidad. Cada esfuerzo por ser "buena", por complacer, por casarme co
eguridad; me había dado dolor. Pero ahora, esa quemadura era diferente. Ya no era solo el d
e una elección." Me había tratado como un ser humano completo, no como una carga o un objeto. En ese encuentro catártico, encontré una extraña form
y pegajoso me envolvió. Era el olor familiar de mi tierra, mezclado con el caos ruidoso de los taxistas gritando ofertas.
solidificó. Tenía que enfrentar a Andrés, firmar esos papeles y cerrar ese capítulo de mi
, en Puerto Madero -le
ndo cómo mi corazón intentaba salirse del pecho. Abrí la puerta de cristal del bufete,
lta, me saludó con una expresión de profesionali
staba él
aje de tres piezas. Al verme, se acercó, extendiendo
es lo preocupado que estaba, ni lo que te
he anterior ya no era un incendio; era un hiel
nunca me había atrevido a ser-. No te molestes en ensayar la disculpa. Ya
o, pillado por mi falt
ituación escalaba, se sentó a la me
con la anulación por mutuo acue
mirada era una mezcla de resentimiento y
as la razón a mi madre y a todos los que dicen
a vez, no funcionó. Pensé en Elias, en la forma en que me había mirado y me ha
l bolí
sa ahora es la que tiene el con
as líneas punteadas. Firmé con una caligrafía inusualmen
que finalmente, resopló y firm
fecto. El matrimonio queda anulado. Legal
de mentiras se había disuelto en un instant
do un último contacto. -Astrid,
a mirada gélida. -No es tu pr
chada rota. Al salir del edificio, la luz del so
ra la casa de mis abuelos, mi único refugio. Tenía q
arqué. No a Elias. No
en Buenos Aires. ¿Pue
jeta de Elias de mi cartera. La miré de nuevo: Richter Proj
ría, pero era una posibilidad. Por primera vez, tenía una