Guerra de mafiosas
ar, sumirme en la inconsciencia e incendiarme en las llamas de la pasión. Ella, obviamente tenía sus contactos en el bajo mundo
avaricia. David pensaba que yo era una mujerzuela y que si se enteraba Karina no iba a pasar nada porque él siempre lo hacía, acostarse con chicas de la mala vida y ella le perdonaba tod
ien quién era yo y que simplemente la había t
o-, restregó ella los dientes presa de l
que ya no le sirves-, le dijo el sicario. David sabía lo que significaba eso. Empalideció, desorbitó los ojos, su boca rodó por los suelos y las mujeres huyeron gritando aterradas. De pronto el silencio se quebró en un millón de pedazos cuando el tipo rastrilló la automática y ¡pum! ¡pum! ¡pum! lo acribilló al pobre tipo, despellejándolo por co
me llevó a las estrellas con sus besos y caricias, me estremeció cuando me hizo suya y luego quedé sumida en la i
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erocidad con "sus clientes". Chantajeaba a los comerciantes de su vecindario y de otros barrios de la ciudad, exigiéndoles el pago de un dinero a cambio de no atacarlos, agredirlos, incendiar sus comercios y hacerles la vida imposible. Era muy malvado, en realidad. Golpeaba cruelm
go César contaba con cómplices bien pagados que lo protegían, lo ayudaban y escondían y le era imposible a la policía dar con su paradero. Amparado, ent
portante traslado de oro ilegal a mercados europeos. César manejaba un escuadrón de sicarios para sus negocios turbios, sujetos bien entrenados y experimentados y que yo requería con urgencia
jado, armonioso, seductor y varonil, su pecho grandote, repleto de vellos, sus manos igualmente en
cosa llevó a la otra, nos hicimos enamorados y sostuvimos una relación muy tórrida e intensa, con muchos besos y caricias, entregados, además, a los placeres de las carnes desnudas. Hicimos el amor
r era un tipo muy curioso, desconfiaba hasta de su sombra y nunca se le conoció amigo alguno, ni siquiera yo pese a los contratos que teníamos. -Yo no tengo amigos, jamás los tuve ni los tendré porque en toda amistad siempre está la ambición y las ansias de poder, la verdadera amistad no existe, Kate, nadie es
morada, me entregaba a él muy apasionada y encandilada, sin embargo una tarde César
me dijo y yo le creí, cuando la verdad era que él se había llevado el oro
pté su explicación, porque ya les digo,
de de mi secretaria, Nancy Evans y le dijo a ella lo que había hecho Cé
brazos y el dinero perdido en ese oro no me afectaba mi economía. Lo único que hice fue dejarlo a verlo. C
aceptó que me había
ecién, en mala hora, lo que él había querido dec