Un amor retorcido: El amargo sabor de la traición
Monten
fue breve, solo cuatro pal
ás lo había hecho. Era un marcado contraste con las frases cuidadosamente
la infancia. El mocoso que solía jalarme las coletas y sabotear mis proyectos de la feria de
dolor sordo en la cabeza por el golpe contra la barra, un dolor fantasma más profundo en mi vientre
illas fragmentadas. Figuras envueltas en sombras, susurros de traición, el sabor metálico de
illas. La habitación todavía estaba oscura, la luz gris del amane
rme. Las sequé bruscamente, apretando la mandíbula. Mi reflejo en el espejo de la mesita de noche mostraba a una mujer pálida y ojerosa
tor, un lienzo de moretones morados y amarillos, un testamento de su "justicia". Me vestí con cuidado, eligiendo mangas largas y cuellos altos,
del aire de la mañana me mordió la piel al salir. El mundo todavía
rio enclavado entre colinas ondulantes. El Panteón Jardín. El lug
rápido que todo podía desmoronarse. Encontré la suya, una simple losa de granito. María M
s en la base de la piedra. Sus favoritas. Represen
itía decir su nombre en voz alta en meses sin la presencia de Héct
ndo con consumirme. Pero la aparté.
fuerza, endureciéndose-. Conseguiré justicia. Limpia
ndo en ellos. Héctor. Ámbar. Se arrepentirían
bajo que perturbó la tranquilidad del cementerio. No necesité darme la vuelta para saber
ás de mí. Ámbar Soto. Por supuesto. Siempre
a, mis hombros cuadrados. Respiré hondo, pr
desprovista de emoción. No me di la vuelta. No pod
n voz melosa, goteando falsa simpatía-. Don
n puño. Ella era la v
de mis labios antes de que pudiera det
ramátic
grosera. Héctor también está aq
, cortando la neblina de dolor y rabia. ¿Él también
a a unos metros detrás de ella, su rostro una máscara de preocupación cuidadosamente con
, pero cargada de un asco palpable-. ¿Te atre
, su mano extendiénd
r. Ámbar solo quer
de chillonas rosas rojas en su mano. Intentó colocarlas en
manos, estas manos manipuladoras, habían destruido a mi fami
-siseé, mi voz
iendo inoce
ia, yo
de su agarre. Se esparcieron por la tierra húmeda, sus pétalos carme
movió rápidamente, poniéndola detrás de él, su brazo protectoramente alre
éctor, su voz aguda de ira-. ¿Por
ando de mis labios-. ¿Quieres hablar de falta de
ardían en
n ella, contándole todo. Ella te amaba, Héctor. Creía e
ndo en su mejilla. No pudo sostenerme la
de repente firme, perdiendo su filo empalagoso-. Claramen
e en una mueca de desprecio-. ¿Crees que no estoy bien? ¿Tú, la ar
lla, mis ojos nunc
re de mi madre nunca más, Ámbar.
vez. Sus ojos, generalmente tan calculadore
patética y delirante. Lo perd
mirada engreída de su rostro. Pero una idea d
ar -ordené, mi vo
ó, conf
Qu
la autoridad en ella sorprendiéndome incluso a mí misma-.
par en par, un destello de mied
Valeria! ¡Nu
e. Agarré un puñado de su cabello perfectamente pein
ellos. Pero Héctor, por una vez, estaba congelado, atrapad
! -gritó finalment
su espalda, forzándola a arrodillarse. Gritó, un aullido agu
una promesa escalofriante-. Suplica s
pero no era rival para mi fuerza cruda y visc
imió, su voz apenas audible-.
r la furia. Me arrancó la mano del cabello de Ámbar,
rugió, sus ojos llameantes-. ¡Está
a, mi mirada todavía fija en Ámbar, que ahor
mi voz plana, desprovista de re
rente a Ámbar, proteg
ria. Ayuda seria. Está
Me manipulaste, Héctor. Me engañaste. Destruiste a mi familia
ro se e
y para los demás, Valeria. No
a Ámbar, su vo
iento mucho.
e una mirada triunfante por encima de su hombro
gunté a Héctor, mi voz un eco hueco en el silenci
con más fuerza, su mirada fija en mí, una
ndo mis facciones-. Entonces tendré que ase
mi madre, alejándome de las dos personas qu
, su voz una súplica desesperada-. ¡N
mi paso firme, mi propósito claro. ¿Arrepentirme? No
rtas del cementerio. Mientras me acercaba, el chofer, un hombre gran
o de la desolación de sueños rotos y vidas destrozadas. Mi última mirada
me miró po
ra? -preguntó,
rme, mis ojos fijos en el horiz